—Félix Chacaltana Saldívar, ¿qué haces aquí a estas horas? ¿Te han echado del trabajo?
Chacaltana era inmune a los reproches y las preguntas. Estaba de un buen humor indestructible.
—No, Mamá. ¿Quieres té?
Dejó su bufanda en el perchero junto a la puerta, y se acercó a besar a su madre. La encontró sentada frente a la mesita, cara a cara con la foto familiar, con su padre vistiendo uniforme militar. La mujer tenía los ojos húmedos y se aferraba con las manos a un rosario.
—¡Mamá!
—No pasa nada, hijito. Sólo estaba rezando.
—No me gusta que te pongas así, Mamacita. Tienes que buscar algo con que entretenerte.
—Mis recuerdos me bastan, hijo —respondió ella en tono melodramático.
Chacaltana fue a la cocina a hacer té. Él procuraba evitar los recuerdos. Los que tenía de su padre, aun antes del incendio, no eran especialmente buenos. Afortunadamente, le llegaban como tras un velo, como imágenes de una película que hubiera visto medio dormido. En cambio, su madre tenía un pozo lleno de memorias, donde bebía y se zambullía. Casi no tenía nada más.
—Pensar en el pasado te hace daño, Mamacita —volvió con el té—. Es hora de mirar hacia delante.
Ella recibió la taza y se aferró a la mano de su hijo. Tenía la mirada moribunda.
—Yo ya no tengo un adelante, hijo. Nunca me casaré con otro hombre.
—Mamá, no te tortures —le advirtió él poniéndole el azúcar—. A lo mejor yo te traigo una buena noticia un día.
En vez de animarse, ella refunfuñó:
—Tú estás irreconocible. Esta semana has faltado a misa tres días.
Touché. Sin duda, abrumado con sus propios planes, Chacaltana había dejado de lado algunas de sus obligaciones cotidianas.
—Perdona, Mamá. Son días complicados.
—Sí, ¿verdad? Porque hay un Mundial de fútbol. Y tú te ves con una costurerita del barrio. Ya se lo explicarás al portero del infierno cuando pases por ahí.
De espaldas a su madre, Chacaltana puso los ojos en blanco. En labios de ella, la palabra costurerita significaba «mujer sin porvenir que trata de acostarse con la mayor cantidad posible de hombres en espera de que alguno la deje embarazada y se vea obligado a casarse». Chacaltana nunca entendería de dónde había salido el bajo concepto que su madre tenía del gremio del corte y confección.
—Cecilia no es costurera. Trabaja en un periódico.
—¿Y por qué trabaja? ¿No tendría que cuidar a su familia?
—A su abuela. Pero por la noche. Igual que yo.
En el último momento le había puesto a su madre una tila, en la esperanza de calmarla un poco. Pero las menciones a Cecilia contrarrestaban el efecto de la infusión.
—El lunes se presentó aquí vestida como una bataclana.
—Era sólo una minifalda. Es la moda de estos tiempos, Mamá. Las cosas van cambiando.
—Van empeorando.
Las conversaciones de Chacaltana con su madre sobre los tiempos modernos solían entrar en bucle: ella conseguía que todo lo amable se convirtiese en perverso y sucio. Para preservar su buen humor, él decidió interrumpir ésta en ese punto. En un arranque de excitación, había pensado contarle su almuerzo con Cecilia. No todo. Sólo la parte que ella podía aprobar: aquella en que Cecilia le daba esperanzas para una boda. Pero conforme escuchaba a su madre, Chacaltana iba comprendiendo que era mejor guardar la discreción. Ya habría oportunidad de contarle luego. Además, de momento él tenía una misión más urgente.
—Te acompañaré a misa mañana. Y todos los días que faltan de esta semana.
—¿Ah, sí? Eso significa que has pecado mucho y tienes que limpiar tu alma.
—No, Mamá. Eso significa que quiero acompañarte… y que el domingo no podré.
—¡El domingo es el día obligatorio!
—Pero… Tengo…, eeeh…, que…
Otra vez, su problema con las palabras. Si eran mentiras, le costaban aún más. Para mentir con convicción, Chacaltana necesitaba que sus palabras fuesen verdad al menos en una interpretación, por retorcida que fuese.
—El domingo he quedado con unas… amistades. Para un… ágape.
—Vas a ver el fútbol, seguro.
Su madre frunció el ceño. Pero sin querer, le había dado una salida. Una luz en forma de pelota iluminó las dudas de Chacaltana:
—En efecto. El fútbol. El domingo juega Perú con… con otro equipo muy importante, y es una fecha señalada del calendario patrio porque…
—A mí no me digas nada, Félix. No tienes que disculparte.
Era lo último que esperaba oír en boca de esa mujer. Al parecer, era verdad que Dios hacía milagros.
—Gracias, Mamá.
Pero ella, mientras terminaba su té y se levantaba del asiento, añadió sin mirarlo:
—Tendrás toda la eternidad para arrepentirte mientras te consumes en las llamas del infierno.
Chacaltana bajó la cabeza en silencio, como haciendo penitencia por su desliz futbolero. Finalmente, mientras su madre lavaba la taza, le preguntó:
—Los domingos vas a misa por la tarde, ¿verdad? ¿A las tres?
—Sabes bien que sí —respondió la madre severamente desde la cocina. Por suerte, no salió hacia el salón en ese momento, porque entonces habría sorprendido la enorme sonrisa que cruzaba la cara de su hijo.
Sin duda, esa tarde nada podía arruinar su buen humor.