PAT GARRETT Y BILLY EL NIÑO. EL CREPÚSCULO SUBLIME

Gordon Carroll, uno de los intrépidos productores que se habían metido en la industria durante los sesenta, tenía ahora en mente hacer la enésima película dedicada a la figura de Billy el Niño. Rudolph Wurlitzer, firmante de Carretera asfaltada en dos direcciones (Two-lane blacktop; 1970), dirigida por Monte Hellman y una de las películas favoritas de Peckinpah, escribió un guión y se lo enseñó a Sam mientras este preparaba La huida. El realizador aceptó sin dudarlo y la MGM le fichó para dirigirlo por 228.000 dólares y un favorable contrato con ventajas y porcentajes. Peckinpah añadió al guión la secuencia primera en que Pat Garrett llega a Fort Sumner cinco días antes de ser nombrado sheriff para hablar con el Niño. Más tarde, director y guionista escribieron aquella en que Billy y dos de su banda, refugiados en una cabaña, son asaltados por Garrett y sus hombres provocando la muerte de los dos compañeros del Niño. En una primera versión la escena que abría la película era la que mostraba la detención y encarcelación de Billy.

El casting se decidió pronto y con óptimo criterio, un buen puñado de grandes secundarios acompañarían la interpretación genial del cantante y actor Kris Kristofferson y del duro James Coburn (cuando todavía era proyecto de Monte Hellman se pensó en Marlon Brando y Jon Voight, primero, y en Robert Redford y Sam Shepard, después). Carroll envió una copia del guión a Bob Dylan, colega y amigo de Kristofferson, que quedó encantado con la historia y se mostró muy interesado en hacer un pequeño papel en la película. Dylan visionó Grupo salvaje, firmó inmediatamente para su colaboración y, por iniciativa propia, escribió una canción sobre Billy el Niño que maravilló a Peckinpah y estuvo sonando durante el curso de la producción una y otra vez. Alias, el personaje que encarnó el músico, era en principio uno de los rebeldes del clan del Niño sin descripción concreta sobre el papel, pero la incorporación del cantante le mereció un tratamiento más atento.

Sam con Bob Dylan

A su llegada a Méjico, donde se rodó la película, Sam se reencontró con Begoña y enseguida se encamaron juntos y se apajararon rememorando viejos tiempos. Sam quiso que ella hiciese el papel de la esposa de Garrett, pero a la primera lidia Sam le pidió a Chalo González que se la llevase de allí, que no quería volver a verla. A los nueve meses de ese breve reencuentro nació Lupita y Sam debió pasar una paga regular para su mantenimiento. Aunque alguna vez hizo algún comentario cínico acerca de la paternidad de la niña, durante sus efímeras visitas siempre se mostró tierno y cariñoso con ella. El papel de Ida Garrett lo haría Aurora Clavel.

El presidente de la MGM entonces era James Aubrey, a decir de todos los que habían trabajado con él un verdadero patán hijo de puta incapaz de tomar una correcta decisión creativa; Coburn intentó disuadir a Sam de trabajar con ese tipejo, pero el director estaba curado de espantos y sabía que él podía ser más malo, además Dan Melnick, vicepresidente en cargo de producción y Lew Rachmil (que había trabajado con Sam en Junnior Bonner), supervisor de producción del estudio, le aseguraron toda la protección que estuviese en sus manos proporcionarle. Cincuenta días de rodaje y tres millones, lo que chafó las expectativas de Sam, que ambicionaba algo más holgado. Tras varias discusiones se acordaron cincuenta y tres días, tres más, pero ni un duro extra. La Metro tampoco quería que Sam se sirviese de su equipo técnico habitual, que tenía un salario demasiado alto, pero el director aseguró que sin ellos nunca podría rodar en el tiempo previsto y ganó la mano. La experiencia de Sam le hacía saber que la fina arenilla del desierto de Durango podía dar problemas en el equipo de cámara, por lo que solicitó que les acompañase un mecánico especializado para cuidar de las tres cámaras Panavisión. El estudio se negó rotundamente. El rodaje tenía que empezar el seis de noviembre, pero no lo hizo hasta el decimotercer día debido, de nuevo, al caos de producción y las discusiones que provocaba el alcoholismo de Sam. Cuando se estrenó la filmación una serie de ópticas de 40mm de Panavisión resultaron defectuosas haciendo que la mitad derecha de los planos tomados con ellas se revelaran fuera de foco. El problema no se descubrió hasta una semana después, filmadas una docena de escenas con esas lentes. Al principio nadie entendía qué ocurría, y Sam llegó a desesperarse hasta el punto de protagonizar la anécdota más surrealista de su vida: se encontraban en la sala de visionado revisando el trabajo del día, cuando la primera toma apareció desenfocada, y la segunda, y la tercera… Sam se levantó, cogió una de las sillas y la plantó ante la pantalla, accidentadamente se subió a ella, se sacó la polla y dibujó una gran ese de orina sobre la pantalla. Después de eso salió cabreadísimo de la habitación. Las caras de Dylan, Kristofferson y compañía eran impagables. «Desde entonces —contaba Gordon Dawson— cada noche tuvimos que visionar el trabajo diario con esa ese en la pantalla». Sam exigió que un mecánico fuese enviado a Durango para descubrir el problema, pero el estudio negó la solicitud. El equipo de cámara todavía no había descubierto las causas y siguieron rodando durante otras dos semanas hasta que Aubrey accedió a enviar un técnico que aclaró el asunto. Sam, por descontado, quería repetir todas las tomas defectuosas, pero el inepto de Aubrey se lo prohibió, aunque el coste fuese cubierto por el seguro del estudio. «Todos los masters estaban fuera de foco —recuerda Coburn—, no podíamos usar ninguno. Y Aubrey seguía diciendo: “Nah, nah, nah, la gente nunca se dará cuenta”. No tenía ningún tipo de respeto por el público. “¡Se tragarán cualquier cosa que les demos!”. Su trayectoria durante esa época sirvió para sabotear películas. Evidentemente odiaba a la gente con talento». Peckinpah hizo lo que tenía que hacer, no hizo caso a Aubrey y repitió todas las tomas que hizo falta aprovechando las horas de comidas, el final de jornada o enviando a Gordon Dawson y a Walter Kelley (director de diálogos) con una segunda unidad. Dawson rodó escenas como la de Billy cabalgando a la orilla de un lago desierto, o la de los pollos tiroteados, a los que se aplicó un detonador en vida para estallarles la cabeza: «eso fue lo peor que hice nunca por Sam. En fin, cualquier cosa por la película». Aubrey se irritó mucho cuando el material llegó a Los Ángeles y prohibió terminantemente seguir rodando escenas ya filmadas, pero Sam, que ya empezaba a evidenciar síntomas de paranoia, convencido de que todos los que le rodeaban querían arruinar su película, no le hizo ni puñetero caso y, para vengarse del estudio, empezó a provocar gastos innecesarios como traer actores para rodar escenas de una o dos jornadas y mantenerlos alojados en Durango durante semanas mientras él se ocupaba de otras tomas; alquilar grupos de mariachis para las juergas del fin de semana, vaciar muebles bar a discreción, etcétera; todo eso y más se sumaba a los gastos de la casa con jardín y piscina donde el estudio le había alojado, con su correspondiente personal de servicio.

A mediados de diciembre, al mes de rodaje, el polvo arenoso del desierto de Durango y las partículas de las heces de los animales se mezclaron en el aire respirable y el grueso del equipo pilló una infección pulmonar de aúpa, lo que desbarató el trabajo durante unos nueve días. Sam vomitaba frecuentemente y se estableció un parón de tres días, pero a partir de ese momento el director no se recuperó del todo ni física ni psicológicamente. Olvidada la moderación en su ingestión de líquidos (ya bebía continuamente para reprimir los escalofríos), vomitaba sangre, se pasaba hasta varios días metido en la cama y todas las mañanas llegaba tarde al trabajo. Cuenta Coburn que Sam era un genio durante cuatro horas al día, desde media mañana hasta media tarde, cuando el alcohol se equilibraba en su organismo. El resto del tiempo su conducta era torpe, absurda y vergonzosa, su descontrol físico y mental era casi absoluto y su apariencia, que mezclaba gripe y borrachera, era de lo más lamentable y preocupante. Daniel Melnick visitó el set tres o cuatro veces para hablar con él, alertado por Jason Robards de que el director tenía un verdadero y grave problema con la bebida. Cuando Dan llegaba Sam le recibía con los brazos abiertos y efusivamente, pero a las tres copas se salía por peteneras y enviaba a su amigo a tomar viento fresco: «¡No me digas que deje de beber, ya sé yo lo que tengo que hacer, vete a tu casa, no te necesito!». Sam se lo pasaba bomba tirado en la cama, con una botella de vodka entre las piernas y disparando con un revólver al espejo de la pared de enfrente. Los comentarios sobre su estado corrían por Hollywood, y el director, que despreciaba al mundo, no dudó en contratar una página en el Hollywood Reporter en la que insertó una foto suya en el hospital, recibiendo el contenido de una botella de Johnny Walker vía intravenosa, acompañada por un texto que catalogaba los rumores de infundados desde un punto de vista irónico.

Los retrasos acumulados hicieron que Aubrey ordenara un recorte en el guión, pero Peckinpah volvió a desatender el decreto y rodó lo que tuvo que rodar. Veintiún días por encima del programa se terminó el rodaje, y en febrero de 1973 había una primera copia de tres horas y media para pulir. Aubrey volvió con otra de sus ideas inconscientes, quería estrenar la película a finales de mayo, el fin de semana del Memorial Day (el día en que se recuerda a los caídos de guerra), por lo que solo se disponía de dos meses y medio para montarla, una locura si tenemos en cuenta que Grupo salvaje estuvo un año en posproducción y el resto de sus filmes alrededor de los seis meses. Un amplio equipo de montadores (Spottiswoode, Bob Wolfe, Garth Craven, Richard Halsey, David Bertlatsky, Tony de Zárraga y un montón de ayudantes) estuvo trabajando sobre el material hasta tener un metraje de 123 minutos (eso fue el 13 de marzo) que, para sorpresa del equipo de montaje (Peckinpah no estuvo presente durante el visionado), gustó a Aubrey. Sin embargo el ejecutivo creía que Peckinpah todavía pensaba acortar la película; según él, los westerns, como las comedias, nunca debían durar más de hora y media, y además, ese prólogo y ese epílogo podían confundir al público, nadie lo entendería… En fin. Dos pases de prueba más o menos amañados y Aubrey dio las órdenes convenientes para que la película fuese perdiendo metros hasta una duración de 106 minutos (la cooperación de los montadores evitó que se cortasen diez minutos más), una copia definida por Bob Wolfe como «un desastre». Los tejemanejes de Aubrey fueron varios e incomprensibles, llegando a cortar algunas escenas, sencillamente, porque sabía que Sam nunca lo haría. Peckinpah, que superponía las relaciones humanas a cualquier tipo de profesionalidad, entendió algunos de esos actos como traiciones y perdió varios amigos por el camino (Wolfe, Spottiswoode, Melnick…).

Pat Garrett… no pudo estrenarse cuando quería Aubrey y lo hizo en Los Ángeles en julio de 1973, con un coste total de 4.638.783 dólares. En abril del 86 se pasó una copia original en la USC, con asistencia masiva y la presencia de gente como Coburn, Spottiswoode o Alfonso Arau. Al día siguiente apareció la noticia en Variety y la MGM se apresuró a investigar sobre esa copia, pero tal como había aparecido se esfumó. ¿De dónde salió esa copia fantasma?, lo más probable es que fuese robada de los estudios por Chalo González y secuaces.

En 1988/89, una emisora televisiva llamada Z Channel, dedicada a las rarezas y al cine de culto, convenció a Ted Turner, propietario del archivo que la MGM había vendido en octubre de 1973, para que restaurara la película. El trabajo de recuperación fue excelente pero, nadie supo por qué, la nueva copia no mantenía la escena entre Garrett y su esposa. Indefendible para algunos en el momento de su estreno, la película se revalorizó vista en su formato más o menos original hasta ser considerada por muchos obra maestra del western. Hay quien asegura que esta cinta fue la primera que delató el alcoholismo de Peckinpah en la pantalla, cuya brillantez era ahora guadianesca en un mismo trabajo. Como sea, se puede hablar sin rubor de Pat Garrett y Billy el Niño como de una de las películas más bellas y tristes jamás hechas.

Pat Garrett y Billy el niño, un rodaje marcado por los excesos estilísticos de Sam Peckinpah

QUIERO LA CABEZA DE ALFREDO GARCÍA: EL PECKINPAH MÁS DESCARNADO

Recién estrenado 1969. Sam le preguntó a Frank Kowalski si tenía alguna idea para una nueva película. Kowalski le hizo un resumen de Quiero la cabeza de Alfredo García, la historia en que estaba trabajando, obteniendo una reacción del realizador que no pudo ser más elocuente: «¡Jesucristo, es fantástico!». Durante los dos años siguientes Sam se unió a Kowalski para materializar un primer tratamiento de guión de veintinueve páginas. Walter Kelley escribió la primera mitad del guión definitivo, y Peckinpah y Gordon Dawson lo terminaron juntos con un total de ciento cinco páginas y varios cambios sobre la historia original. Martin Baum se interesó en producir la película con su compañía, la Optimus Production, para la United Artists, con un presupuesto de 1.500.000 dólares y cuarenta y seis días de rodaje en Méjico. Cuando a finales del 73 se empezó a rodar, Peckinpah se encontraba en plena decadencia, necesitaba atenciones médicas y su apatía era incuestionable. Gordon Dawson lo pasó fatal al tener que ver en ese estado a quien tanto admiraba y consideraba su mentor.

Los dos pases de prueba de Quiero la cabeza de Alfredo García, en julio de 1974, fueron un desastre escandaloso. La gente abandonaba la sala durante la proyección y se mostraba asqueada ante la película. Estrenada sin esperanzas y con la promoción mínima, la mayoría de los críticos la defenestraron, los menos hablaron de ella como de una obra maestra (así lo hizo el influyente Roger Ebert en el Chicago Sun Times o los ingleses de la revista Sight & Sound, que la incluyeron en su lista de las diez mejores películas del año), y otros la entendieron como una ironía para seguir provocando a los que tachaban el cine de Peckinpah de violento y machista. Su naturaleza lóbrega y morbosa le reportó a la cinta el ser prohibida en Argentina, Alemania y Suecia. El realizador, al final de sus días, hablaba así de esta película imprescindible: «Yo hice Alfredo García y la hice exactamente como quería; buena o mala, guste o no, es mi película».

Quiero la cabeza de Alfredo García.