121

Roma, 31 de diciembre de 2014

—¿No lo ves? —preguntó Allan señalando la figura que estaba congelada en la pantalla.

—No —dijo Ruth, aturdida.

—Pon en su rostro el paso del tiempo, pero fíjate en los ojos.

Ruth se inclinó un poco más, pero no logró distinguir nada significativo. Allan se giró y le dijo:

—Ahí no es más que el oficial Blumer, de las SS, pero ahora todos lo conocen como Pío XIII.

—¿El papa? ¿Cómo puede ser? Es imposible que haya ocultado algo así en su biografía —dijo Ruth, incrédula.

—El joven oficial desapareció tras la guerra. El papa, si no recuerdo mal, era huérfano, criado en un colegio de religiosas que fue destruido durante la guerra; después entró en un seminario en 1945, con apenas veintitrés años. Posteriormente fue sacerdote, más tarde obispo y ahora papa —dijo Allan.

—¿El actual papa es un exnazi, criminal de guerra y prófugo de la justicia?

—Me temo que sí.

Allan escuchó un sonido detrás de él. Se giró y vio a la monja apuntándolos con una pistola. Se sobresaltó, la luz de la pantalla reflejaba su fría mirada de odio.

—Pero…

—Creo que se ha terminado la partida. Es el momento en el que me dan las películas, el diario y yo hago que desaparezcan para siempre —dijo la hermana María.

Allan miró a su alrededor, no había nada susceptible de ser utilizado como arma, ni siquiera un abrecartas. Comenzó a sacar la película del proyector y la metió en su lata. Después, se dirigió a la mujer, pero cuando menos se lo esperaba se la lanzó contra la mano con la que sujetaba la pistola. Un disparo tronó en la estancia, Ruth se agachó, Allan se lanzó sobre la mujer y comenzaron a forcejear. La pistola se le cayó, retumbando en el suelo de madera.

La hermana María se desplomó, haciendo que Allan también perdiera el equilibrio. Los dos rodaron por el suelo. La monja logró colocarse sobre él y comenzó a apretar su cuello. Allan, con los ojos muy abiertos, intentaba quitarle las manos del cuello, pero era imposible. La falta de aire comenzaba a debilitarlo.

Un disparo retumbó en la sala. La monja soltó al hombre y se quedó inmóvil unos segundos. Después se desplomó hacia delante, cayendo sobre Allan. El hombre se quitó el cuerpo de encima y se levantó.

Ruth estaba temblando, con la pistola en la mano. El profesor le quitó el arma, recogió todo el material y los dos salieron del estudio. Ahora sabían a lo que se enfrentaban, pero ¿qué podían hacer?