Roma, 31 de diciembre de 2014
Revisó de nuevo el texto, y terminó por dejarlo encima del escritorio. No lograba concentrarse, tenía que dar la homilía de Año Nuevo, pero no podía dejar de pensar en lo que estaba en juego. Al día siguiente, líderes de todos los países europeos y de medio mundo estarían en la basílica escuchando su mensaje. El día 2 de enero se celebraban las elecciones a la presidencia de Europa y después de la victoria de Alexandre von Humboldt, el destino del continente y de la Iglesia cambiarían para siempre.
Llamó al camarlengo pulsando un botón y esperó impaciente. Unos minutos más tarde, el secretario del papa apareció por la puerta.
—¿Tenemos noticias?
—Sí, santidad.
—¿Y por qué no se me ha avisado de inmediato?
—Pidió que no se lo molestara hasta que hubiera terminado el sermón.
El papa frunció el ceño y con un gesto pidió al secretario que continuase.
—Nuestros agentes los encontraron en la biblioteca de la Universidad de Roma; intentaron abatirlos, pero dos de ellos se escaparon. Alguien entró y atacó a nuestros hombres.
—¿Quién ha escapado?
—La chica y el profesor.
—¿Tienen los documentos?
—Sí, santidad.
—Entonces, ¿estamos igual que al principio? —preguntó el papa, enfadado.
—No exactamente, creemos que el profesor y la chica intentarán huir de Roma y desaparecer. Están muy asustados.
—Eso son suposiciones. Encuéntrenlos y recuperen los documentos, después ya saben lo que tienen que hacer.
—Sí, santidad.
Un poco más, se dijo mientras cerraba los ojos e intentaba espantar a todos sus fantasmas de la mente, pero sentía el pecho oprimido por la angustia. Tomó de nuevo el papel y siguió estudiando el discurso.