Roma, 30 de diciembre de 2014
El frío de la tarde romana los envolvió. Sudaban copiosamente, con el corazón acelerado por el miedo y la carrera. Se metieron en una cafetería y pidieron dos tazas de café. Necesitaban resguardarse y entrar en calor. Cuando la camarera les sirvió las bebidas, aún seguían temblando.
—Han matado a Giorgio —dijo Ruth, horrorizada.
—Puede que esté herido —contestó Allan para tranquilizarla.
—Tú lo has visto como yo, está muerto y a nosotros nos espera el mismo final.
—No digas eso.
Ruth comenzó a llorar. Él se acercó y la estrechó entre sus brazos. Había olvidado momentáneamente la traición de la chica y la sensación que le había producido sentirse utilizado.
—Saldremos de esta. Todavía tenemos algo que necesitan.
—¿Te refieres a las películas y el diario? —preguntó Ruth.
—Hay algo en esos materiales que ellos temen que salga a la luz.
—Pero ¿qué es?
Allan se quedó en silencio, después contestó:
—Tenemos que volver a visionarlas.
—Pero ¿dónde?
—En casa de Giorgio, es el único sitio donde hay un proyector —dijo Allan.
—Pero tendrán la casa vigilada.
—No lo creo, es el último sitio donde irían a buscarnos.
—¿Dónde escondiste las películas? —preguntó ella.
—Están en las cloacas de Roma, espero que no se hayan estropeado. Iremos a buscarlas pasada la medianoche. Será lo más seguro —contestó él mientras bebía su café.