Roma, 30 de diciembre de 2014
Observó la ciudad por la ventana, aquella tarde plomiza no parecía presagiar nada bueno. Se sentía cansado, estaba en la recta final de la campaña, pero en los últimos días las cosas se habían complicado. El candidato de izquierdas remontaba en las encuestas, recortando la ventaja que le sacaba unos días antes. Alexandre se aproximó a la cama y contempló el cuerpo desnudo de su mujer. Era extremadamente bella, rubia, esbelta, alta y sensual. Sería una buena madre y le daría muchos hijos. Él solo quería una Europa para los europeos y todos lo tachaban de racista y fanático. La mezcla de razas siempre había terminado con la destrucción de los pueblos, los Estados Unidos eran un claro ejemplo. En los últimos años, el liderazgo norteamericano comenzaba a diluirse, mientras Rusia y China recuperaban importancia internacional. Europa tenía que renacer antes de que los salvajes rusos y los amarillos se hicieran con el liderazgo del mundo.
En unas horas vería al papa, en dos días asistiría a la Misa de Año Nuevo. La ayuda de la Iglesia había sido determinante para ganarse la confianza de un electorado que veía al PGE como un partido radical. Su sueño era crear una iglesia unida bajo el poder de un estado fuerte. El cristianismo era la columna vertebral de Europa, muchos no lo veían o no lo querían ver, pero en la religión católica había muchos elementos positivos de control sobre la gente y él no iba a dudar en usarlos en su propio beneficio.