En algún lugar entre Bruselas y Roma, 30 de diciembre de 2014
—¿Se han escapado? —preguntó, sorprendido, Alexandre von Humboldt.
—Un fallo de seguridad —contestó el papa.
El candidato se movió, inquieto, en el asiento del avión privado.
—No podemos permitirnos que escapen.
—Nuestros planes siguen adelante. Pasado mañana celebraremos la misa de Año Nuevo y al día siguiente ganaremos las elecciones —dijo el papa.
—Esos cuatro locos son capaces de atentar contra alguno de los dos.
El pontífice intentó disimular su ansiedad, tenía la tensión por las nubes y el corazón le latía a toda velocidad.
—No creo, simplemente querían sacar a la luz lo de Thomas Kerr, pero siguen sin saber qué tienen entre manos.
—Es mejor que sigan así, santidad. Hay que eliminarlos antes de la misa de Año Nuevo.
—Tengo a mis mejores agentes trabajando en el caso. Roma es mi ciudad, nada puede moverse aquí sin que yo me entere. Tengo miles de ojos por todos lados. Hemos difundido el retrato de los tres y de ese al que llaman el Ruso.
—¿El Ruso?
—Fue el que ayudó a escapar al profesor Haddon.
El candidato se incorporó. Necesitaba cuarenta y ocho horas para tomar el control, después nadie podría pararlo.
—Hay que darse prisa. No podemos cometer más errores —dijo Alexandre con el ceño fruncido.
—Rezaré por usted, Alexandre. Dios está de nuestra parte, no lo olvide.