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Toledo, 29 de diciembre de 2014

—¡Ese maldito estúpido no sabe hacer su trabajo! —gritó el arzobispo de Toledo—. Le proporcionamos todos los medios, conocía perfectamente los movimientos de Rabelais y Haddon, y la Santa Alianza se le vuelve a adelantar.

—Eminencia, el Ruso nos ha informado de que el equipo que asaltó el apartamento era muy numeroso. Además, Allan Haddon ha logrado escapar —dijo el secretario.

—¿Por qué no lo interceptó?

—Todo sucedió muy rápido, pero cree que sabe dónde está —dijo el secretario, nervioso.

—Entonces, ¿a qué espera para capturarlo? —preguntó el arzobispo de Toledo sentándose en la silla de su despacho.

—Al parecer, bajó a las alcantarillas de Roma.

El arzobispo lo miró sorprendido, pensó que no había escuchado bien.

—¿Dónde dice que está?

—En las alcantarillas —repitió el secretario.

—Y, ¿qué hace allí?

—No lo sabemos, tal vez intente llegar al Vaticano.

—¿Por los viejos túneles? Están condenados desde la Segunda Guerra Mundial.

—Sí, eminencia, pero ¿por qué otra razón iba a entrar allí?

—¿El Ruso ha bajado a las alcantarillas? —preguntó el arzobispo de Toledo.

—Está esperando órdenes.

—¿A qué espera? Tiene que interceptarlo antes de que llegue al Vaticano. Espero que no vuelva a cometer ningún error —dijo el arzobispo con tono amenazante.

—Rabelais ha sido capturado.

El arzobispo lo miró con indiferencia y con un gesto de la mano le indicó que lo dejara a solas.

—Ese viejo zorro sabe cómo cuidar de sí mismo.