Roma, 29 de diciembre de 2014
El papa no cenó mucho aquella noche. La Santa Alianza lo había informado de la captura de Ruth Kerr y su conciencia se encontraba agitada, golpeada por el peso de la culpa. Miró el reloj de la habitación, se puso de rodillas y comenzó a rezar. Los médicos le habían aconsejado que no se pusiera de rodillas, pero cómo iba a orar tumbado frente a Dios. La única posición adecuada delante del Creador del Universo era postrarse ante Él.
—Perdóname, Señor, perdona mis culpas, ayúdame, Señor… —dijo el santo padre con un nudo en la garganta. Nunca había ambicionado ser papa. Desde que ingresó en la Iglesia, su único propósito había sido servir a los demás, pero las circunstancias lo habían alzado hasta el puesto más importante del cristianismo.
Después de media hora se levantó, miró por el ventanal y observó la paz aparente de las calles de la ciudad. El mundo andaba revuelto, como siempre. Dos nuevas guerras en África en la zona de los Grandes Lagos, Rusia cada vez más exigente con la Unión Europea, China como segunda potencia mundial… El futuro del mundo era tan incierto como cuando había ascendido al trono pontificio un año antes. Luego estaba la presidencia de los Estados Unidos de Europa y la consecuente creación de uno de los estados más ricos del mundo. Alexandre von Humboldt quería poner la sede de la presidencia en Roma y convertir la ciudad en la capital del imperio que quería construir. Nunca habían funcionado bien las cosas en la Ciudad Eterna cuando el poder político y el terrenal se mezclaban, pero él no podía hacer nada para impedirlo. A cambio, Alexandre le había prometido un trato de favor para su institución y el apoyo para crear una Iglesia única en el continente. Al día siguiente tenía una reunión con los representantes de las diferentes confesiones: anglicanos, presbiterianos, luteranos y calvinistas estaban dispuestos a formar esa nueva Iglesia unida. Eso suponía el ochenta por ciento de los cristianos de Europa, el viejo sueño de unidad podía hacerse por fin realidad.
Se sentó en la cama y tomó un vaso de leche caliente antes de ir a dormir. Después se recostó, se sentía agotado. Estaba a punto de cumplir los noventa y tres años, no le quedaba mucho tiempo.