Bruselas, 29 de diciembre de 2014
Quedaban cuatro días para las elecciones. Alexandre leyó los últimos sondeos que lo daban como vencedor absoluto. Si los pronósticos se cumplían, tendría poder suficiente para gobernar casi sin oposición durante los próximos cuatro años. Había muchas cosas que cambiar en Europa, la política blanda de los últimos cuarenta años había debilitado al continente. Desde la Segunda Guerra Mundial, la dependencia de los Estados Unidos y la amenaza constante de la Unión Soviética habían mantenido a Europa de rodillas frente a su aliado atlántico. El presupuesto armamentístico era ridículo; mientras, Rusia y China comenzaban a rearmarse hasta los dientes. Los burócratas europeos no habían valorado la necesidad de una industria armamentística fuerte. Él pretendía remediar ese error antes de concluir su primer mandato y poner en marcha las primeras leyes de ciudadanía europea. El camino no iba a ser fácil, pero era el único que podía poner a Europa en el lugar que le correspondía.
Uno de sus colaboradores entró en el salón y lo sacó de sus pensamientos.
—Señor, tiene un mensaje —dijo, extendiendo una bandeja con una nota. Aquella forma primitiva de comunicarse era la única fiable. Se podía acceder a todo tipo de información en soporte digital, por eso los colaboradores de Alexandre usaban papel que luego se destruía.
—Gracias —dijo mientras tomaba la nota y comenzaba a leerla.
Al parecer Rabelais había sido capturado, pero no tenía nada en su poder. El profesor Allan Haddon había escapado. Las noticias no podían ser peores. Quedaban unos días para que Europa estuviera en sus manos y aquel contratiempo se había convertido en una verdadera molestia. Tendría que presentarse en persona en Roma e intentar poner las cosas en su sitio, pensaba mientras quemaba la nota y la arrojaba a un cenicero.