Natzweiler, 7 de agosto de 1943
—Los prisioneros ya tienen una función y no permitiré que interfiera —dijo Beger, molesto.
—¿Qué? —refunfuñó Hirt. No estaba acostumbrado a que le llevaran la contraria.
Miré a los dos y pensé en la patética estampa que representaban. Alemania comenzaba a hundirse por el exceso de burocracia. Los servidores del Estado se convertían en sus señores y nada funcionaba correctamente.
—Quiero investigar la fertilidad de los prisioneros, sabe que estoy comisionado por Himmler para investigar técnicas de esterilización —dijo Hirt.
—Tiene centenares de prisioneros, deje los míos en paz —quiso zanjar Beger.
—Necesitamos crear nuevos sistemas de esterilización —dijo Hirt.
—Usted no utiliza sistemas científicos, lo que hace es desperdiciar presos sanos que podrían ayudar en la economía del Reich —dijo Beger, enfurecido.
Todos conocíamos los métodos de Hirt. Inyectaba sustancias caústicas en el útero de las mujeres, exponía el pene de los hombres a la radiación de rayos X. Muchos de los prisioneros morían poco después debido a las quemaduras de las radiaciones. Para extraer el esperma, los ayudantes frotaban la glándula prostática con palos de madera insertados a través del ano. Después los prisioneros eran sometidos a orquiectomías para extraerles los testículos.
—Doctor Hirt, no podemos facilitarle los prisioneros —dije con la intención de mediar en la discusión.
—Cada vez es más difícil encontrar a varones sanos. La mayoría de los sujetos que me mandan son viejos o están muy deteriorados —dijo Hirt.
—Tenemos órdenes de conservar en buen estado a los prisioneros —dije.
—No se preocupen, lo que les voy a hacer no va a afectar a sus investigaciones. Simplemente quiero inyectar tripaflavina en los testículos de los hombres —dijo Hirt.
—Está bien, pero las mujeres tienen que ser eliminadas de inmediato, por lo menos no perderemos más tiempo —claudicó Beger.
Unos días más tarde las mujeres fueron entregadas a Josef Kramer, el comandante del campo. Era uno de los veteranos. Yo evitaba hablar con él. Individuos como Kramer son necesarios en un sistema como el nuestro, pero no me gusta que la gente disfrute con ese tipo de trabajo. Sus ojos hundidos, con las facciones endurecidas por la brutalidad, le daban una expresión de orangután.
Por desgracia, fui testigo de la muerte de varias de las mujeres del grupo. Kramer las introdujo en una furgoneta y las llevó hasta la cámara de gas recién inaugurada en el campo. Los SS las golpearon para que se dieran más prisa y las empujaron hasta el vestuario, después las desnudaron y las metieron en la cámara. Aquella fue la única vez que miré lo que sucedía en una cámara de gas mientras funcionaba. Las mujeres gritaban y se retorcían como si se estuvieran abrasando en un fuego invisible.
No estuve presente en la segunda sesión de eliminación. Nuestro trabajo había acabado en el campo y los soldados tenían órdenes de cargar todos los cadáveres y enviarlos al instituto anatómico forense de Estrasburgo.