Natzweiler, 2 de agosto de 1943
Observé cómo el tren con prisioneros de Auschwitz se detenía frente a la pequeña estación. Hacía mucho calor, me sudaba la cabeza debajo de la gorra y tenía el uniforme pegado. A mi lado, Klaus Blumer sonreía al ver a los prisioneros descender de los vagones. Después de cuatro días de viaje casi sin comida ni bebida, muchos de los prisioneros se derrumbaban en cuanto intentaban descender de los vagones. August Hirt esperaba sentado en un banco. Su aspecto me pereció siniestro. Acababa de regresar de unas cortas vacaciones para recuperarse de una dolencia estomacal. Su color pálido, su mirada fría y el pequeño bigote le daban una pinta desagradable. A su lado estaban el doctor Heinrich Rübel, al que yo conocía del Caúcaso, y Fleischhacker, que nos había ayudado en Auschwitz. Bruno Beger estaba de vacaciones con su esposa, pero iba a reunirse con nosotros en breve. Después de comer, los prisioneros ya estaban listos. Tras pasar más de cinco horas examinándolos, nos fuimos todos a tomar una cerveza bien fría. Es gratificante refrescarse después de un duro día de trabajo.
Me costó dormir. El calor era asfixiante. Espero que al menos podamos irnos pronto de aquí. Esto no es Auschwitz, pero tengo ganas de regresar a casa con Anna. Esta noche le he escrito un poema de amor. Espero que el correo del Reich todavía sea efectivo y le llegue cuanto antes.