Londres, 27 de diciembre de 2014
Después de comprar unos billetes para Suiza, los tres se dirigieron de nuevo al hotel. Estaban ansiosos por ver la segunda filmación. Antes de visitar a Bruno Beger tenían que conocer todos los hechos.
El sacerdote puso una nueva película en el proyector. El segundo rollo no era un documental, se trataba de una larga grabación de escenas de Crimea.
En la primera parte se veía a Bruno Beger y Thomas Kerr, el abuelo de Ruth, a su llegada a Simferópol. La ciudad estaba nevada y la cámara grababa la miseria de la población. En la segunda parte de la grabación se veía a una gran variedad de personas que Bruno y Thomas Kerr examinaban, apuntando datos en libretas. Aquellos eran sin duda exámenes antropológicos para comprobar la pureza racial de aquella gente. Los dos antropólogos enseñaban a miembros de la policía y al Einsatzgruppe D a distinguir los individuos racialmente puros, para eliminar a los que no lo fueran. El plan de repoblar aquella tierra con colonos alemanes debía llevarse a cabo en cuanto terminara la guerra y todos pensaban que antes de un año Inglaterra se habría rendido.
La tercera escena era aún más dura. El cámara había grabado una de las operaciones del Einsatzgruppe D, en la que los escuadrones de la muerte escogían a un grupo de judíos, los sacaban de la ciudad y los fusilaban frente a una gran fosa. La película estaba subtitulada y los comentarios eran casi tan espantosos como las imágenes.
Al parecer, los judíos de Simferópol habían sido exterminados tan rápidamente que los escuadrones de la muerte habían comenzado a aniquilar a los judíos de Feodosiya, Yevpatoriya, Kerch, Yalta y Bajchisarái.
La filmación describía el estrés que producía a los soldados la matanza continua de niños y mujeres. Al parecer, a Thomas Kerr se le había ocurrido utilizar camiones que usaran su propio anhídrido carbónico como gas letal contra los judíos. De esta forma rápida, limpia y barata, las tropas podían dedicar su tiempo a ganar la guerra y no a deshacerse de la basura.
Ruth no pudo evitar sentirse angustiada ante la sonrisa de Kerr cuando el primer camión exterminaba al primer grupo de judíos. Thomas Kerr se encontraba allí, pletórico, frente al camión abierto, con los prisioneros asfixiados como telón de fondo.
Cuando terminó la película los tres se quedaron en silencio. Habían escuchado en cientos de ocasiones relatos sobre el exterminio de los judíos, pero nunca habían visto una película tan explícita y complaciente con los crímenes nazis.
—No puede ser que ese sea mi abuelo —dijo Ruth rompiendo el silencio.
—Ya te comenté que esto no iba a ser fácil para ti —comentó Allan.
—Me he quedado sin palabras. Lo que hicieron no tiene justificación alguna, encima eran científicos, personas que estaban buscando la verdad para ayudar a la humanidad —dijo el sacerdote.
—Lo que no comprendo es que, si tu abuelo era un criminal de guerra que se sentía orgulloso de sus crímenes, ¿por qué intentó, tras su muerte, que todo esto saliera a la luz? —preguntó Allan.
—A lo mejor se arrepintió en el último momento —dijo Rabelais.
—¿Y ha tardado setenta años en hacerlo público? —dijo Allan—. No parece lógico.
—Esperemos que Bruno Beger quiera recibirnos sin haber avisado previamente y esté dispuesto a hablar —dijo Ruth.
—Me temo que Beger es de ese tipo de gente que se siente tan orgullosa de su pasado que no tiene miedo de hablar con nadie —dijo Allan.