Londres, 27 de diciembre de 2014
Un golpeteo en la puerta lo hizo volver en sí. Miró el reloj y se sorprendió de que fueran las ocho de la mañana, había pasado toda la noche en vela leyendo los diarios de Thomas Kerr. Se levantó despacio, le dolía todo el cuerpo. Abrió la puerta y miró a Ruth desde el umbral.
—¿Qué te ha pasado? No has dormido nada —dijo Ruth al contemplar las ojeras de Allan.
—Bueno, no podía dormir y he preferido adelantar un poco el trabajo —dijo este sin mucho entusiasmo.
—¿De qué trata? —preguntó Ruth entrando en la habitación.
—No lo he leído entero, pero la primera parte describe la misión que tu abuelo realizó en Crimea —dijo Allan sin querer entrar en detalles.
—¿Crimea? —dijo Ruth—. ¿Esa es la misión que todos están empeñados en ocultar?
—No lo sé, puede que sí, pero la verdad es que no he terminado de leer el diario.
—Deja que lo examine yo —dijo Ruth, acercándose al cuaderno que descansaba sobre la cama.
Allan lo tomó y lo metió en uno de los cajones.
—¿Qué haces? —preguntó ella, sujetándole la mano.
—Creo que es mejor que lo dejes, puede que descubras algo que no te guste —dijo Allan, muy serio.
—Era mi abuelo, Allan. Necesito saber…
—Tu abuelo era el hombre que conociste, en ese diario hay un joven de veinte años fanatizado y en medio de una guerra cruel —dijo Allan interponiéndose entre la mesita y la chica.
—Eso lo tendré que decidir yo, ¿no crees? Puede que mi abuelo fuera un asesino o algo peor, pero te aseguro que no necesito que nadie me proteja.
Los dos forcejearon y Ruth se echó a llorar, comenzando a golpear con los puños cerrados el pecho del hombre. Allan se limitó a sujetarle las muñecas y esperar a que se calmara. La chica paró de golpearlo y hundió la cara en su pecho. Allan la abrazó y los dos permanecieron un rato en silencio. El hombre la separó y ella se puso de puntillas para besarlo. Justo cuando sus labios se unieron, alguien comenzó a aporrear la puerta. Los dos se separaron bruscamente y Allan se acercó para abrir. El rostro redondo del italiano le sonrió desde el otro lado.
—Creo que es hora de que veamos esas películas —dijo mientras pasaba a la habitación con el proyector entre los brazos.