Londres, 26 de diciembre de 2014
Allan miró el diario con ansiedad y temor. La discusión con Ruth lo había desvelado, pero no estaba seguro de que fuera buena idea comenzar a leer el diario él solo. Sus dos compañeros habían arriesgado sus vidas por él. Lo tomó del escritorio y lo acercó hasta la cama. La tenue luz de la mesilla reflejaba la piel ennegrecida de la cubierta. Abrió el broche de latón dorado y pasó las hojas. Mientras las letras y los dibujos desfilaban delante de sus ojos, pensó en los antropólogos alemanes. Posiblemente, comenzaron sus investigaciones con la ilusión de un niño que acaba de recibir un regalo. Se preguntó en qué momento el abuelo de Ruth se dio cuenta de que había hecho un pacto con el diablo.
Examinó el diario por encima. La primera fecha registrada era el 27 de julio de 1941. Volvió a cerrarlo y se puso en pie, se dirigió a la ventana y contempló la ciudad dormida. Estaba en Inglaterra, pero tenía la extraña sensación de que ya no pertenecía a ningún sitio.
Regresó a la cama y observó el diario sobre el colchón. Aquella investigación era diferente a las que había realizado hasta ahora. Por primera vez en su carrera, el pasado se había hecho tan presente que lo aterrorizaban las consecuencias que pudiera tener.
Se tumbó de nuevo en la cama y tomó el diario entre las manos. Acarició la piel áspera y pasó las hojas. La letra alargada del cuaderno parecía bastante legible y el alemán era claro y formal. Se concentró en la lectura y por unos momentos olvidó que la policía los perseguía, que el Vaticano estaba interesado en lo que habían descubierto y que no podría regresar a casa hasta que todo se hubiera aclarado. Ahora solo estaban aquel misterio y él, todo lo demás dejaba de tener importancia.