Roma, 26 de diciembre de 2014
El cardenal Rossi se acercó a las habitaciones papales y preguntó a una de las religiosas si su santidad estaba despierto. La monja regresó unos minutos más tarde y lo llevó hasta la habitación. Pío XIII estaba levantado, apoyado sobre su escritorio y con la mirada ausente.
—Querido Rossi, ¿a qué debo su visita? —dijo el papa con la voz fatigada.
—Santidad, no quiero cansarlo, puedo regresar mañana —dijo el cardenal, sorprendido al ver el agotamiento en los ojos del pontífice.
—Un verdadero papa nunca descansa.
—Sé que los médicos le han recomendado reposo y tranquilidad.
—Querido Rossi, gobernar la Iglesia de Cristo es una tarea ardua. Nunca antes hemos tenido tantos enemigos y tan peligrosos amigos. Dentro de unos días, antes de que termine este año, el candidato Alexandre von Humboldt pasará por Roma. Su deseo es poner en esta ciudad la capitalidad de la nueva Europa, pero tengo mis dudas, dos cabezas en Roma son muchas cabezas —dijo el papa cabizbajo.
—Von Humboldt es un buen cristiano y un buen católico. Su intención es favorecer a su iglesia —dijo el cardenal.
—No lo dudo, pero a veces el abrazo del oso mata al cazador —dijo el pontífice.
—Quería preguntarle sobre un asunto de extrema importancia. No se ha completado el colegio cardenalicio. En la actualidad, los liberales son mayoría y… —dijo el cardenal, pero antes de que terminara la frase, el papa le replicó:
—¿Tan mal me ve? Sé que mi salud no es de hierro, pero espero servir a Dios unos años más.
—No, santidad. Lo que quiero decir es que, en el caso de que le sucediera algo, el trono de san Pedro quedaría en manos de aquellos que quieren transformar la Iglesia en una especie de ONG humanista, en la que no tenga cabida la fe —dijo el cardenal, inquieto.
—Aunque parezca un viejo decrépito, estoy al tanto de las maniobras del arzobispo de Toledo. Él quiere ser papa y esa es una ambición legítima.
—Legítima hasta cierto punto; según mis informaciones, el arzobispo es miembro de los Hijos de la Luz —dijo el cardenal.
—Nadie ha probado nunca que dicha alianza exista —dijo el papa.
—Existe, santidad y cada vez son más poderosos.
—El poder no está en las manos del hombre. Dios es el que gobierna su Iglesia, dejemos que sea Él quien decida.
—Su obligación como papa…
Pío XIII se levantó con una agilidad que sorprendió al cardenal, se acercó hasta él y lo miró directamente a los ojos.
—No necesito que nadie me diga cómo gobernar la Iglesia. Esto no es una familia en la que todos se sienten a gusto. En esta casa descansan los cimientos de lo que Cristo quiso construir, dentro de ella hay tantas sensibilidades que a veces se hace imposible contentar a todos. El Opus Dei, los Legionarios de Cristo, los jesuitas…, ¿quiere que siga enumerando? Todos quieren cardenales, más poder, pero el encargado de dosificar esa ambición soy yo. ¿Acaso olvida que usted mismo pertenece a una de esas familias? —dijo el papa.
—No, santidad, pero nosotros no queremos destruir la Iglesia.
—No se preocupe, la Iglesia resistirá mil años más —dijo el papa regresando a su asiento.
—Espero que esté en lo cierto —dijo el cardenal haciendo una pequeña reverencia y abandonando la habitación.
El santo padre lo vio marchar malhumorado. Todos creían que por estar viejo y enfermo había perdido su capacidad para ver las cosas con claridad, pero estaban equivocados. Los años te dan una perspectiva más amplia de las cosas. Te ayudan a ver los asuntos del mundo con más calma y a confiar en la divina Providencia.