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Oxford, 25 de diciembre de 2014

Sara Evans-Pritchard era casi como una hermana para Allan. Desde niño se había criado en la casa del profesor de su madre y, en muchos sentidos, siempre fue el padre que nunca tuvo. Hacía más de treinta años que el viejo profesor había muerto, pero Allan seguía hablando de él y pensando en él como si aún siguiera con vida. En muchos sentidos, la existencia de Allan era una continuación de la de su madre.

La casa de Evans-Pritchard era lo más parecido a un museo que Ruth había visto jamás. Sara había conservado todos los libros de su padre, la biblioteca y las antigüedades que Edward había recuperado de medio mundo. El viejo profesor había sido alumno de los mejores etnógrafos y antropólogos del Reino Unido. Sus profesores habían sido nombres míticos de las ciencias humanas como R. R. Marett, Malinowski y Seligman. Seligman, el famoso etnólogo que había estudiado el Sudán, fue el que enfocó los estudios de Evans-Pritchard hacia el Alto Nilo y sus costumbres y religión.

Allan quiso seguir sus pasos en el estudio de las culturas africanas, pero al final se especializó en antropología de las religiones.

Evans-Pritchard había conocido a su abuelo, los dos habían servido juntos durante la Segunda Guerra Mundial, aunque el abuelo de Allan era diez años más joven. Juntos habían luchado en Etiopía, Sudán, Libia y Siria. Evans-Pritchard y su abuelo fueron trasladados al norte de África y estudiaron juntos el comportamiento islámico contra la invasión italiana. La desaparición del abuelo de Allan en 1944 produjo un fuerte cambio en Evans-Pritchard, que se convirtió al catolicismo antes de regresar a Oxford. Se ocupó de la hija de su amigo, pero cuando la madre de Allan quedó embarazada, el profesor vio cómo todos los planes que había hecho para ella se venían abajo.

Para Allan, el All Souls College de Oxford fue siempre su verdadero hogar. El profesor Evans-Pritchard le leía sus trabajos cuando era niño. Aquel hombre maravilloso había marcado su vida para siempre.

Sara era la más parecida a su padre de los cinco hijos que tuvo con Ioma, una de las damas británicas más maravillosas que Allan había conocido. Al ser la pequeña, tenían casi la misma edad. Había traspasado la barrera de los cuarenta, seguía soltera y se dedicaba al estresante trabajo de broker de la bolsa londinense.

Cuando se sentaron en el salón de la casa, Giorgio, Allan y Ruth sintieron la vaga seguridad de que aquel ambiente tranquilo podía resguardarlos de cualquier peligro.

—Muchas gracias, Sara, no sé qué haría sin ti —dijo Allan, tomando la taza de té que la mujer había preparado.

—Lamento no poder hacer más. Sabes que siempre estoy de aquí para allá, mañana tengo que salir a primera hora para Londres, pero vosotros podéis quedaros el tiempo que sea necesario —dijo ella, sonriente. Sus hermosos rasgos comenzaban a perder la firmeza de la juventud, pero sus ojos, muy azules, seguían brillando con la misma fuerza.

—Me gustaría poder darte más información, pero creo que cuanto menos sepas, mejor será para todos —dijo Allan.

—No tienes que darme explicaciones, confío plenamente en ti —comentó ella, sonriente.

—Creo que a Giorgio Rabelais ya lo conoces, pero a Ruth Kerr no. Es una nueva colaboradora —dijo Allan, presentado a la chica.

—Encantada —lanzó Ruth, saludándola con la mano.

—Igualmente. Al profesor Rabelais lo he visto un par de veces en tu casa. Espero que el clima de Inglaterra no lo afecte demasiado —bromeó Sara.

—Al mal tiempo, buena cara —contestó este, sonriente.

—Los italianos siempre de tan buen humor —dijo Sara, divertida.

—¿Podríamos abusar de tu confianza y utilizar el despacho de tu padre? —preguntó Allan.

—Naturalmente, esos viejos papeles se alegran cada vez que alguien los remueve un poco —dijo Sara, poniéndose en pie—. Yo me retiro a mi cuarto, tengo que mirar unos informes. Las habitaciones están listas, podéis acostaros cuando queráis.

Se dirigieron al despacho. Los tres sentían el agotamiento de los últimos días, pero Allan y Ruth estaban deseosos de que Giorgio les contara todo lo que había pasado. Antes de comenzar la charla, Allan comprobó los papeles del profesor Evans-Pritchard, buscaba cualquier referencia que pudiera encontrar sobre la Ahnenerbe. Después de reunir varios libros y documentos, se sentó junto a Ruth para escuchar lo que su amigo italiano tenía que contarles.