56

Bruselas, 25 de diciembre de 2014

—Muchas gracias a todos por venir. Sé que es un día especial y que la mayoría de ustedes tienen compromisos familiares, pero el día de las elecciones se acerca y debemos tener un plan dispuesto para cambiar las cosas lo antes posible —dijo Alexandre a la docena de personas que estaban en la sala.

Los magnates de la industria y los líderes económicos de Europa escuchaban expectantes. Todos confiaban en que la mano dura de Alexandre terminara con las protestas sociales y consolidara el estado fuerte que todos deseaban.

—Necesitamos nuevas leyes que frenen el descontrol social y la anarquía —dijo uno de los hombres de negocios.

—La Ley de Retorno Voluntario sirvió para limpiar Europa de inmigrantes indeseables, pero aún quedan millones que se resisten a salir —comentó otro empresario.

—Necesitamos en parte a esos inmigrantes. Intentaremos asimilar a los que puedan adaptarse a nuestros principios, pero el resto tendrá que conformarse con los trabajos más serviles. Haremos una nueva ley que impida a los inmigrantes y sus hijos ocupar los puestos medios y altos en todos los sectores —dijo el candidato intentando controlar a la jauría de ambiciosos empresarios.

—Me parece muy bien. Muchos de ellos son necesarios para aumentar nuestra producción y consolidar nuestro poder en el mundo —dijo uno de los magnates.

—Las leyes de libertad de prensa y asociación deberán ser recortadas. El derecho de huelga, el desempleo y otros privilegios son un anacronismo en el estado actual de la economía —comentó otro de los empresarios.

Alexandre se mantuvo en silencio con la cara apoyada sobre una de sus manos. Aquel grupo de envilecidos hombres era insaciable, pero no tenía alternativa. Les daría lo que le pidiesen hasta consolidarse en el poder. Después, la única voz que se oiría sería la suya.

—Caballeros, no se preocupen por las leyes del nuevo Gobierno. Ahora debemos concentrarnos en ganar las elecciones. Espero que sus fondos sean generosos. Llegar al poder sigue siendo muy caro —dijo Alexandre con una sonrisa.

El grupo soltó una carcajada y varios de los magnates entregaron cheques al candidato. Alexandre pensó en el simbolismo de aquel día y sintió que aquellos regalos mostraban la adoración de sus acólitos. Alexandre von Humboldt también había venido para salvar el mundo.