55

Roma, 25 de diciembre de 2014

Los médicos abandonaron la habitación y el papa se quedó en silencio en medio de la oscuridad. Sus pensamientos no dejaban de fluir y los calmantes no lograban apaciguar su alma. Se movió inquieto en la cama, desde la noche anterior había estado durmiendo y se sentía avergonzado por su nefasto ejemplo de la misa del gallo. Tendría que haber sido fuerte. El papa debía dar ejemplo a millones de personas en todo el mundo.

El camarlengo entró en el cuarto y se acercó hasta el cabecero. Después de hacer una reverencia se acercó hasta su santidad y le pidió permiso para arrodillarse y rezar junto a él. El papa posó su mano en la cabeza del hombre y juntos comenzaron una plegaria. Después, el camarlengo se puso de nuevo en pie.

—Santidad, ¿cómo os encontráis?

—Mucho mejor. Espero estar restablecido para mañana.

—Es mejor que descanséis. La Iglesia os necesita fuerte y en plena forma.

—¿Qué dice la prensa? No me han querido traer periódicos ni me han dejado escuchar la radio —comentó el papa, angustiado.

—Es mejor de esa manera. Su corazón está afectado y necesita reposar la mente.

—Los papas no podemos perder el tiempo. Dios nos ha puesto al frente de la Iglesia para realizar su obra —dijo él, molesto.

—Pero Dios también nos dio la debilidad humana, el apóstol san Pablo lo decía en su epístola a los corintios: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte». Dios se perfecciona en nuestras debilidades.

El camarlengo se acercó a la ventana. La luz entraba suavemente por los resquicios de las contraventanas. Era un día soleado en Roma y miles de fieles seguían llegando a la basílica aquel día de Navidad.

—¿Sabéis algo sobre Rabelais, Haddon y la mujer? —preguntó el papa.

—Creemos que Rabelais está vivo. Uno de nuestros agentes creyó verlo en Berlín —dijo el camarlengo.

—¿Vivo y en Berlín?

—Eso parece.

—¿Llevaba el objeto? —preguntó el papa, nervioso.

—No lo sabemos.

—¿Qué sucedió con el profesor Haddon y la chica?

—Según nuestra agente, están en Inglaterra. La policía los persigue por asesinato —dijo el camarlengo.

—¿Asesinato? ¿Quién ha muerto? —preguntó el papa, angustiado.

—Moisés Peres, un importante miembro de la comunidad judía de Berlín. Un superviviente de Auschwitz.

Las palabras del camarlengo inquietaron al papa y se incorporó en la cama.

—Santidad, será mejor que descanse.

—Tengo que ponerme a trabajar.

—Los médicos…

—El único que me dice lo que tengo que hacer es Dios.

El papa intentó ponerse en pie, pero su cuerpo cayó sobre la cama. El camarlengo se acercó hasta él y lo ayudó a tumbarse de nuevo.

—Quizás mañana se encuentre mejor —dijo el camarlengo para animarlo.

—Sí, será mejor que recupere fuerzas. Las vamos a necesitar. Cuando la Iglesia avanza, también lo hacen sus enemigos.

El camarlengo hizo una reverencia y se retiró en silencio. Mientras caminaba hacia los despachos papales, una inquietud comenzó a rondarle la cabeza. Si el papa moría, la Iglesia se dividiría en mil pedazos. No había ningún sustituto fiable. Los enemigos de la Iglesia se encontraban en su interior.