Berlín, 25 de diciembre de 2014
María salió de aquel remanso de paz y se dirigió a la terminal. Había entrado en la capilla del aeropuerto, quedaban un par de horas para su vuelo y en los últimos días apenas había podido rezar. Una vez que lograba descargar su conciencia, notaba que las cosas marchaban mucho mejor.
Desde el Vaticano le habían informado de que Allan y Ruth se dirigían en avión a Inglaterra, pero eso ya lo sabía. No había dudado ni por un momento de que tomarían el primer avión al Reino Unido. La muerte del viejo había sido una lástima. Un superviviente de los nazis muriendo de esa horrible forma en su propia casa… pero necesitaba eliminarlo para que Allan y Ruth comenzaran a dar pasos y la llevaran hasta el objeto. Lamentó tener que ensañarse con el pobre viejo, pero el sufrimiento era el único camino que llevaba al paraíso. Moisés le abrió la puerta enseguida, al fin y al cabo ella los había salvado de las manos del Ruso.
La hermana María pasó el control del avión y buscó su asiento mientras se retocaba el hábito. Ser monja era una ventaja a la hora de viajar. Los policías solían ser muy benevolentes con una religiosa. Aun así, no le hacía falta transportar armas, en Inglaterra había un par de conventos en los que se guardaba el arsenal para los agentes secretos del Vaticano.
Miró por la ventanilla y se alegró de salir de Alemania, seguramente no volvería en una larga temporada. A pesar de que nadie sospechara de ella, tenía la costumbre de no regresar a un sitio en el que hubiera hecho un trabajo, al menos en un par de años. No había sido fácil hacer que las huellas del antropólogo inglés aparecieran en el arma homicida, pero era necesario para desviar la atención.
El avión cogió fuerza y comenzó a flotar entre las nubes que cubrían el cielo de invierno. Por unos segundos recordó que aquel era un día muy especial. Su salvador había nacido en Belén. Cerró los ojos y comenzó a rezar en silencio.