Toledo, 24 de diciembre de 2014
—¿Tienes noticias de nuestro agente? —preguntó el arzobispo.
—Me temo que no son muy buenas. Al parecer, tuvo retenido a uno de ellos, un tal Peres, pero cuando iba a capturar al resto, una agente del Vaticano se interpuso y escaparon —dijo el secretario.
—Maldita sea. El Ruso ha fracasado, ¿qué podemos hacer ahora?
—No está todo perdido. Nuestro hombre estuvo unas horas a solas con el viejo judío, y pudo sacarle algo de la información —dijo el secretario.
—¿Encontró el objeto? —preguntó el arzobispo, ansioso.
—No, excelencia. No lo encontró. Según nos ha informado, duda de que ellos lo tengan —dijo el secretario, algo nervioso.
—Entonces, ¿quién lo tiene?
El arzobispo terminó de ponerse sus ropas y se miró frente al espejo. En unos minutos comenzaría la misa del gallo. Llevaban siglos intentando que la Iglesia católica cambiara. Habían propiciado dos concilios, instigado a los curas de la Teología de la Liberación en Suramérica, y cuando creían que iban a conseguir colocar al primer papa perteneciente a los Hijos de la Luz, Pío XIII se adelantó y se convirtió en otro papa conservador y populista.
—Que use todos los medios para encontrarlos. Quiero el objeto antes de Año Nuevo. Será una buena noticia para comenzar el año, ¿no cree? —dijo el arzobispo sonriente.
—Lo será sin duda, pero solo quedan siete días, excelencia.
—En tres días destruiré este templo y edificaré otro mayor… —dijo el arzobispo parafraseando a Jesús—. Yo le doy siete, justo el doble.
—Pero nosotros no somos como Jesús.
—Un mito no puede cambiar nada, sin embargo nosotros devolveremos al mundo la verdadera religión, la que miles de teólogos han intentado destruir. La religión en la que el hombre es la medida de todas las cosas.
—Sí, excelencia. Se hará como ordenáis.