Berlín, 24 de diciembre de 2014
—No quedan asientos libres. Es Nochebuena, todo el mundo regresa a casa. No encontrará vuelo esta noche —dijo la azafata de tierra, después de buscar en su base de datos.
—¿No hay en primera clase, un avión privado, cualquier medio?
—Bueno, hay un servicio, pero es algo caro. Es un avión privado, pero necesita un piloto —dijo la azafata.
—¿Un piloto? —dijo Allan desesperado—. ¿De dónde quiere que saque un piloto?
—No sé…
Ruth intentó decir algo, pero él estaba tan alterado que no podía dejar de resoplar y moverse de un lado para el otro.
—Allan, yo…
—Ahora no, Ruth. Será mejor que me encargue yo de esto —dijo Allan mirando hacia la azafata.
—¡Allan! —gritó la chica. El hombre se giró sorprendido.
—Sé volar, mi abuelo me matriculó en una academia cuando cumplí los dieciocho.
—¿Sabes volar? Eres una caja de sorpresas —dijo Allan sin dar crédito.
El profesor contrató el servicio y una azafata los llevó hasta el avión privado. Ruth se sentó frente a los mandos del avión y comenzó a mover palancas e interruptores.
—Bueno, no es un modelo muy nuevo, pero creo que no tendré ningún problema —dijo Ruth, muy segura de sí misma.
—Será mejor que despeguemos. He pensado que podríamos aterrizar en el aeródromo de Oxford. Necesito pasar por mi despacho lo antes posible, después intentaremos desaparecer por algún tiempo en la casa que un amigo tiene en las Bermudas —dijo Allan.
—Pero ¿qué sucederá con Giorgio? —dijo Ruth.
—No sabemos si está vivo —se justificó Allan.
—La muerte de Peres habrá sido inútil y los que han causado todo esto saldrán impunes.
—Nos persiguen dos o tres asesinos a sueldo, la policía de Alemania y quién sabe cuántos grupos más. Si lo que sabía tu abuelo pudo estar oculto más de sesenta y cinco años, lo podrá estar un par de años más, ¿no?
—Nos acusan de asesinato, somos unos prófugos —dijo Ruth poniéndose a los mandos del avión.
—No veo otra solución, será mejor que salgamos de aquí.
El aeroplano fue tomando velocidad hasta ascender suavemente. El cielo casi negro de Berlín estaba cubierto por nubes y, a medida que se elevaban, suaves copos de nieve descendían sobre la ciudad. Mientras, en millones de hogares, la gente celebraba la primera Navidad de la recuperación económica. En unos días, Europa conseguiría su sueño de siglos, convertirse en un gran imperio. El imperio que soñaron Carlomagno, Carlos V y Napoleón.