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Berlín, 24 de diciembre de 2014

El inspector jefe intentó disimular su cara de disgusto. Ahora tendría que llevar a Allan Haddon a comisaría e interrogarlo. Podía encargar a algunos de sus subordinados que se ocuparan del caso, pero el profesor Moisés Peres era uno de los miembros más conocidos de la comunidad judía de Alemania, un superviviente de los campos de concentración y el impulsor del Museo Judío de Berlín.

El inspector se llevó a un cuarto contiguo a Allan y dejó que sus hombres se ocuparan de su acompañante.

—Profesor Allan Haddon, lamento conocerlo en estas tristes circunstancias. Creo que el profesor Peres y usted eran amigos —dijo el inspector jefe.

—Lo éramos desde hace más de quince años, cuando yo vine a Berlín a escribir mi tesis —dijo Allan, emocionado. El desorden de la casa y las manchas de sangre en el suelo habían terminado de revolver sus sentimientos.

El inspector jefe lo observó detenidamente. El profesor inglés estaba algo despeinado; su traje arrugado y sus ojeras ponían de manifiesto que no había tenido una buena semana.

—El profesor Peres ha sido asesinado. Alguien escuchó ruido y llamó a la policía —dijo el inspector jefe.

—Es terrible —dijo Allan.

—Creemos que los disparos los realizó un hombre. Es posible que el profesor Peres lo conociera, ya que la puerta no estaba forzada.

—¿Quién pudo hacer una cosa así?

El inspector comenzó a dar vueltas por el cuarto, como si estuviera buscando la forma de interrogar al sospechoso antes de que se diera cuenta de la gravedad de los hechos.

—¿Visitó usted al acusado recientemente?

—Sí, esta misma mañana.

—¿Dónde ha estado la última semana? Al parecer abandonó su hotel precipitadamente.

—Tuve que viajar al sur del país por un asunto urgente —dijo Allan, nervioso.

—¿Qué asunto?

—No está relacionado con el caso —se apresuró Allan, evasivo.

—Permítame que eso lo decida yo —dijo el inspector jefe, molesto.

—¿Me está interrogando? —preguntó Allan.

—No, es solo una charla cordial. Queremos encontrar al asesino de su amigo.

El profesor intentó relajarse, pero el tono del inspector lo preocupaba. Notaba que las preguntas no eran simplemente una forma de averiguar quién podía ser el asesino de su amigo, parecía como si el inspector quisiera incriminarlo.

—Estoy muy cansado, ¿podríamos dejar esto para otro momento? —preguntó Allan.

—Ya me gustaría, pero cuanto más tiempo tardemos, más difícil será encontrar al asesino.

—Continúe —dijo Allan, resignado.

—¿Por qué está en Alemania?

—Vine para dar una conferencia.

—¿Una conferencia? Según mis informes esa conferencia tuvo lugar hace días. Tendría que estar en Inglaterra de vuelta, ¿no salía su avión esta mañana?

—Lo he perdido.

—Comprendo —dijo el inspector apuntando algo en su libreta electrónica—. ¿Estaban investigando algo usted y el profesor Peres?

—Sí, bueno, no exactamente.

—¿Sí o no? —preguntó el inspector jefe, impaciente.

—Le pedí su opinión sobre un tema, pero no estábamos investigando juntos.

—¿Quién es la mujer que lo acompaña?

—Una becaria —mintió.

—¿Una becaria?

—Sí, me ayuda en las clases y yo dirijo su tesis.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó el inspector jefe.

—Será mejor que se lo pregunte a ella.

Allan estaba realmente nervioso, quería salir de allí, pero temía que el policía pudiera interpretar eso como algo sospechoso.

—Necesito un poco de agua —dijo Allan.

—¿Agua? Espere un momento. —El inspector se dirigió a la puerta y Allan miró rápidamente la sala. La única salida posible era una ventana que daba al tejado del porche. Si era lo suficientemente rápido, podría correr por los tejados hasta el fondo de la calle.

No lo pensó. Abrió la ventana, comenzó a correr y saltó hacia la otra casa. Escuchó los gritos del inspector jefe, pero ya no podía volver atrás. Ruth tendría que apañárselas ella sola.