Berlín, 24 de diciembre de 2014
El coche de María se paró frente a la puerta del edificio, sobre el lecho de hojas rojas caídas de un hayal. Allan y Ruth descendieron del vehículo y dejaron a María dentro. El viejo profesor se había quedado en su casa, al parecer se sentía agotado.
Cuando llegaron a la puerta del Bundesarchiv de Berlín sintieron que la tensión de los últimos días aumentaba de repente. Su viaje al sur de Alemania, la desaparición de Rabelais y el secuestro de Peres los habían agotado física y emocionalmente. Allan enseñó su identificación en la entrada y el funcionario les advirtió que, al ser víspera de Navidad, el archivo cerraría a las cuatro de la tarde. Se les había olvidado que estaban a unas horas de Nochebuena, pero ni Allan ni Ruth tenían a nadie con quien pasar aquel día.
Cuando llegaron a la sala de investigadores, comenzaron a buscar datos sobre las misiones de la Ahnenerbe. No hablaron mucho entre ellos, tenían ganas de descubrir algo y acabar con todo el asunto.
—Mira, Ruth, aquí hay algo —dijo Allan sin mucha emoción.
La chica se acercó hasta él y los dos miraron el monitor.
—Himmler envió a miembros de la Ahnenerbe a ocho expediciones en el extranjero —dijo Allan.
—Yo creía que eran muchas más —dijo Ruth, asombrada.
—Al parecer, la guerra impidió que muchas de las misiones se llevaran a cabo, como las preparadas para partir hacia América. Muchos países suramericanos se aliaron con Estados Unidos contra los alemanes —dijo Allan—. No lo sabía. El director de la organización en aquella época fue el profesor Wolfram Sievers y su superintendente era un hombre llamado Walter Wüst.
—¿Pone algo sobre ellos? ¿Siguen vivos? Podrían ser una pista para conocer las misiones en las que participó mi abuelo.
Allan buscó la información en la base de datos del archivo. Después de unos segundos aparecieron los datos de los dos hombres en la pantalla.
—Creo que Sievers no podrá ayudarnos mucho. Fue juzgado tras la guerra y condenado a muerte. Lo colgaron en 1948 por crímenes contra la humanidad, al parecer participó activamente en experimentos crueles con prisioneros del campo de concentración de Struthof-Natzweiler —dijo Allan.
—Seguro que merecía morir, pero es una pena para nuestra investigación —se lamentó Ruth.
—Aquí se reproduce una parte del juicio —dijo Allan—. Léelo, puede que descubramos algo interesante.
De la página 398 a 409 del volumen 20, 8 de agosto, 1946.
El fiscal Elwyn Jones empieza su turno de preguntas:
P: ¿Es usted Wolfram Sievers, director de la Ahnenerbe desde 1935?
R: Fui el director de la Ahnenerbe.
P: ¿Usted recordará que el 27 de junio se presentaron pruebas contra usted por el comisionado designado por este tribunal?
R: Sí.
P: Me refiero a la página 1925 de la transcripción de su declaración ante la comisión: ¿Recuerda usted que el doctor Pelckmann, el abogado de las SS, lo llamó para demostrar que la Ahnenerbe no sabía de los experimentos biológicos del grupo dirigido por el doctor Rascher, realizados con reclusos?
R: Sí.
P: ¿Y recuerda (el acta está en la página 1932 de la transcripción) cuando el doctor Pelckmann le preguntó: «¿Tenía usted alguna posibilidad de tener alguna pista acerca de las circunstancias relativas a/o la planificación de los métodos o el desarrollo de estos experimentos científicos del Departamento Científico Militar?», y usted contestó «No»?
R: Lo recuerdo.
P: Y cuando fue interrogado, ¿no recuerda haberle dicho al comisario que Himmler y Rascher fueron muy buenos amigos, y que usted no sabía exactamente lo que estaba pasando? ¿Se acuerda de eso?
R: Dije que se me informó acerca de estos asuntos solo en general pero no en particular.
P: En la última pregunta del interrogatorio, le pedí que me dijera cuántas personas estimaba usted que fueron asesinadas en relación con los experimentos de Rascher y otros de la misma índole llevados a cabo bajo el pretexto de la «ciencia nazi». Usted respondió lo siguiente: «No puedo decirlo porque no tenía conocimiento de estas cuestiones». ¿Se acuerda de la página 1939 de la transcripción?
R: Sí.
Ruth interrumpió la lectura. Estaba asombrada por las respuestas del interrogatorio.
—Me parece increíble. Si no entiendo mal, el tribunal estaba acusando a Sievers de colaborar con las SS en crímenes de guerra —dijo la joven.
—Eso parece. Ya nos dijo Peres que la Ahnenerbe había aparecido ante la opinión pública como una organización meramente esotérica y seudocientífica, pero la realidad es que colaboró activamente con el exterminio de personas —dijo Allan.
El hombre miró de nuevo la pantalla e intentó saltarse algunas partes del interrogatorio para ir al grano.
P: Ahora, quiero que busque una carta que le envió a Brandt, en respuesta a una carta del propio Brandt que contiene sugerencias en cuanto a dónde encontrar los esqueletos que necesitaban. Está en las páginas 14 y 15 del cuadernillo de documentación en alemán, señoría. Es una carta titulada «La Ahnenerbe», de fecha 9 de febrero de 1942, clasificada como «Secreto». Está dirigida a Brandt, ayudante de Himmler. Es su carta, testigo, ¿no es esta su firma?
R: Sí.
P: Voy a leerla:
«Estimado Camarada Brandt:
El informe del doctor Hirt, que usted solicitó en su carta de 29 de diciembre de 1941, se presenta en el anexo. No he estado en condiciones de enviárselo antes porque el profesor Hirt ha estado muy enfermo».
Luego se mencionan algunos detalles de su enfermedad.
«Debido a esto, el profesor Hirt no fue capaz de escribir más que un informe preliminar que, sin embargo, me gustaría presentarle. El informe se refiere a:
1. Sus investigaciones con el microscopio en órganos vivos; el descubrimiento de un nuevo método de examen y la construcción de un nuevo microscopio de investigación.
2. Su propuesta para garantizar cráneos de judíos».
Luego está su firma. Usted envió esta carta junto con el informe del doctor Hirt y sus sugerencias.
Allan dio otro salto en la lectura.
P: ¿Cómo conseguían esas calaveras partiendo de sujetos vivos?
R: No le puedo dar los detalles exactos. En los interrogatorios anteriores he señalado que el profesor Hirt habría de responder por sí mismo sobre este asunto.
P: Ahora, testigo, quiero darle otra oportunidad para decir la verdad. ¿Está usted diciendo a este tribunal que usted no sabe de qué forma se consiguió esa colección de cráneos y esqueletos?
R: Eso aparece en el informe. Algunas personas fueron puestas a nuestra disposición para esta tarea por orden de Himmler.
P: Que fue quien puso en marcha esta operación. ¿Tenía usted algo que hacer en el proceso de acopio de cuerpos?
R: No, nada en absoluto, y no sé ni de qué manera empezó este asunto, ya que no sé nada de la correspondencia directa o de las reuniones que tuvieron lugar previamente entre Himmler y Hirt.
P: Testigo, le he dado la oportunidad de no cometer perjurio y no la ha aprovechado. Quiero que mire el siguiente documento […]
María entró en la sala, y Allan cerró la pantalla bruscamente. No esperaban verla allí. El profesor le pidió a Ruth que imprimiera el documento, ya tendrían tiempo de verlo a solas.
—Siento interrumpir, pero ha sucedido algo terrible —dijo la mujer, intentando mostrar algún sentimiento.
—¿Qué? —preguntó Ruth, impaciente.
—El profesor…
—¿Qué? —dijo Allan.
—El profesor Moisés Peres ha muerto. Alguien entró en su casa y le pegó un tiro. La sala de estar estaba desordenada, como si buscaran algo en su interior. La policía quiere hablar con ustedes —dijo María.
—¿Con nosotros? ¿Por qué? —dijo Ruth.
—Al parecer hay varios testigos que los vieron entrar en su casa hace un par de días y a usted se le ha dado por desaparecido. La policía los busca para interrogarlos por asesinato.