Berlín, 23 de diciembre de 2014
¿Por dónde podía empezar a buscar a Haddon? La ciudad era muy grande y tardaría días en encontrarlo. En su huida lo había perdido todo, el móvil, la agenda… y no sabía el teléfono del profesor. Pensó en llamar a Oxford, tal vez desde allí podrían localizarlo, pero era demasiado tarde. A esa hora no habría nadie en la universidad y, de todos modos, a dos días de la Navidad, era fácil que se pasaran tres o cuatro días sin coger el teléfono.
Vio el cartel luminoso de un cibercafé y entró. Se conectó a la red y buscó la Universidad de Oxford, intentó localizar los datos de Allan Haddon, pero se limitaban a un correo electrónico y un apartado postal. Pensó que lo mejor sería probar con el correo electrónico, el antropólogo seguramente tendría un sistema de gestión de correos en su teléfono.
Después de redactar el mensaje y enviarlo, decidió buscar un sitio para descansar. Desde Viena tenía la sensación de haberse librado finalmente de sus perseguidores. Tras salir del local, miró a un lado y al otro, y caminó por las calles frías de la capital. Se metió en un barrio marginal y buscó un motel de mala muerte. Allí nadie lo buscaría, escondido entre la escoria era más difícil de localizar. Aunque para él aquella gente no era escoria. Las prostitutas, los ladrones y camellos tan solo eran seres humanos perdidos que buscaban su camino a casa, o por lo menos era lo que prefería pensar. La verdadera escoria humana muchas veces vivía en los lujosos apartamentos de las grandes ciudades y con un simple chasquido de dedos podía provocar el sufrimiento a miles o cientos de miles de personas.
Cuando se tumbó sobre la cama, su mente siguió haciéndose preguntas. Intentó abandonar sus pensamientos y descansar, pero el miedo se adhiere a la piel como una lapa y cuando intentas sacártelo, algo de ti muere, dejando lisiada el alma para siempre.