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Autopista E-51, 23 de diciembre de 2014

Unos disparos al aire convencieron a Allan y Ruth de que era mejor meterse en el coche de la mujer. Sacaron a Moisés del maletero, parecía como ido, con la mirada perdida, la cara hinchada y amoratada. Una vez dentro, la mujer pisó el acelerador, pero el silbido de las balas continuó hasta que salieron del aparcamiento.

Una vez en la autopista, la mujer miró por el retrovisor a Moisés y Ruth, parecían asustados.

—No se preocupen, están en buenas manos.

—Pero ¿quién es usted? —preguntó Allan, molesto—. ¡Primero hace de buena samaritana, después dispara a ese hombre y ahora pretende secuestrarnos!

—¿De dónde ha sacado esa estúpida idea? —dijo la mujer—. ¿No entiende que les he salvado la vida?

—Pero nos mintió —dijo Allan.

—Es cierto, tenía la misión de vigilarlos, pero cuando ese cafre los atacó tuve que intervenir.

—¿Quién es usted realmente? —dijo Ruth desde la parte trasera.

—Mi verdadero nombre es María. Dejémoslo ahí. Alguien quiere matarlos y mi misión es protegerlos. Pueden creérselo o no, eso es asunto suyo.

Se hizo un silencio en el coche hasta que Allan comenzó a hablar de nuevo.

—¿Para quién trabaja?

—Tampoco puedo decirlo.

—¿Qué hará con nosotros? —preguntó Ruth.

—No teman, los dejaré donde me pidan. Ya les he dicho que no tengo intención de hacerles daño —dijo la mujer, ofuscada.

El profesor Peres se incorporó con dificultad y, para sorpresa de todos, se dirigió a la mujer.

—Él habló de usted, al parecer la conoce.

Todos lo miraron, sorprendidos. Parecía gravemente herido, pero el anciano estaba recuperando fuerzas por momentos.

—No me extrañaría, en mi profesión todos terminamos conociéndonos —dijo la mujer.

—¿Cuál es su profesión? —pregunto Allan.

—Se puede llamar de muchas maneras, pero a mí me gusta el término más clásico: espía.