Bundesarchiv, Friburgo, 23 de diciembre de 2014
Allan intentó arreglarse su chaqueta de pana con coderas, se ajustó la corbata y se peinó mientras se miraba en el espejo del coche. Ruth lanzaba miradas al retrovisor, nerviosa. Temía que el secuestrador apareciera en cualquier momento y los pillara desprevenidos.
Tras descender del coche, caminaron en silencio hasta el gran edificio del archivo. Una mole de hormigón con apariencia de centro penitenciario. Clara los había dejado en una ciudad cercana y habían alquilado un coche para llegar hasta Friburgo. No sabían nada de su amigo, pero de algún modo pensaban que su secuestrador intentaría ponerse en contacto con ellos.
—No te preocupes, Ruth. Ese cerdo esperará a que hayamos salido del archivo. Sabe que estamos buscando algo y dejará que lo encontremos.
—Puede que tengas razón, pero nunca podemos saber cómo puede actuar un loco.
—No se trata de un loco. Seguramente es un profesional, un asesino a sueldo. Esperemos que solo quiera la información y nos deje en paz.
—Pero, Allan, ¿qué sucederá si tuviera órdenes de eliminarnos? Creo que deberíamos llamar a la policía.
—Si llamamos a la policía, Moisés morirá.
Las palabras de Allan inquietaron a Ruth. No quería que le pasara nada al viejo profesor, pero tampoco quería morir. Moisés, al fin y al cabo, había tenido una vida larga y ella era apenas una cría.
—Será mejor que entremos. Hace una hora que lo han abierto —dijo Allan señalando el edificio.
—¿Nos pedirán alguna clase de acreditación para entrar? —preguntó Ruth.
—Todavía conservo mi cartera, creo que con ser profesor de Oxford bastará.
—¿Y yo?
—Desde ahora eres mi ayudante.
Los dos se dirigieron a la entrada principal, no fue muy difícil acreditarse y pasar los controles. Quince minutos más tarde estaban en la sección MA, la sección en la que guardaban de los archivos militares.
—¿Crees que encontraremos algo aquí? —pregunto Ruth en voz baja. La sala estaba prácticamente vacía y varios ordenadores parpadeaban con su salvapantallas del escudo de Alemania.
—La Ahnenerbe perteneció en parte a la Waffen SS. Si tu abuelo fue un miembro de las SS, debe estar registrado aquí, y puede que hasta encontremos las misiones en las que participó —dijo Allan en un susurro. Se acercó a una de las mesas y se sentó frente a uno de los monitores.
Buscó directamente la Ahnenerbe e inmediatamente aparecieron una gran cantidad de datos.
—«La Ahnenerbe fue uno de los instrumentos de Himmler para crear y defender algunos de los mitos de la cultura aria. El Reichsführer-SS dotó a la organización de todo tipo de recursos. La sede se encontraba en una villa a las afueras de Berlín. La organización poseía sus propias bibliotecas, laboratorios, talleres museísticos y cuantiosos fondos para sus investigaciones en el extranjero. En 1939, la organización tenía ciento treinta y siete estudiosos en sus filas y contaba con ochenta y dos trabajadores auxiliares, como fotógrafos, pintores, cineastas, bibliotecarios, escultores, contables y secretarios.» —leyó en voz baja Allan.
—Al parecer, la Ahnenerbe era la niña mimada de Himmler —dijo Ruth.
—«El poder de Himmler en la organización era tal que realizaba hipótesis de todo tipo que los científicos debían corroborar para contentarlo.» —leyó Allan.
—¿Hay algo de bibliografía sobre el tema? Nos convendría encontrar algún libro sobre la Ahnenerbe.
Allan buscó bibliografía y, para su sorpresa, únicamente encontró dos libros sobre el tema; uno titulado Das «Ahnenerbe» der SS, 1935-1945, que al parecer fue publicado por un historiador canadiense llamado Michael Kater, y también una novela de Heather Pringle titulada El plan maestro, del año 2006.
—¿Por qué hay tan pocos libros? —preguntó Ruth en voz alta.
Una de las investigadoras le chistó para que bajara el tono de voz.
—La respuesta es muy sencilla. Después de la guerra muchos de los miembros de la organización se mantuvieron en puestos altos de la enseñanza y la investigación. Es lógico que no les hiciera mucha gracia que sus estudiantes hurgaran en su oscuro pasado —respondió él.
—Pero ¿eso quiere decir que hubo una conspiración para ocultar la verdadera historia de la arqueología y la ciencia alemana? —preguntó Ruth con los ojos desorbitados.
—Digamos que muchos eruditos dejaron el asunto en suspenso hasta los años ochenta. La caída del muro y la reunificación produjeron un nuevo interés por estos temas. Mira lo que dice aquí: «Achim Leube, profesor de arqueología de la Alemania Oriental, realizó un estudio sobre la arqueología bajo el Tercer Reich, pero hasta la caída del muro no pudo avanzar mucho en sus investigaciones. La mayor parte de la información sobre la Ahnenerbe se encontraba en la Alemania Occidental. El profesor Leube organizó en 1998 un congreso internacional sobre nacionalsocialismo y prehistoria, al que acudieron ciento cincuenta estudiosos de doce países». —Terminó de leer Allan.
—Entonces, ¿por qué no hay más investigaciones publicadas? —preguntó Ruth.
—Se han escrito varios ensayos sobre el viaje de los nazis al Tíbet, realizado entre 1938 y 1939. El profesor Kater encontró numerosa correspondencia de Ernst Schäfer, pero no descubrió muchos datos sobre el resto de viajes de la organización, por lo que supuso que debió tratarse de misiones fallidas —dijo Allan.
—Todos creían que eran fantasías de nazis locos —apuntó Ruth.
—A muchos les convenía pasar desapercibidos, que se olvidara su colaboración con el nazismo. Kater, sin quererlo, desanimó a otros a investigar acerca de esos viajes —dijo Allan, apartando la mirada del monitor.
—Y crees que mi abuelo perteneció a la Ahnenerbe y participó en alguna de esas misiones —dijo Ruth
—Exacto, y si averiguamos en qué misiones participó y quiénes eran sus compañeros, descubriremos lo que tu abuelo quería decirnos —dijo Allan.
—Pero ¿cuántas expediciones se realizaron? —preguntó Ruth.
El antropólogo se volvió al ordenador y buscó en la base de datos. Aparecieron decenas de misiones dentro y fuera de Alemania.
—Creo que no será tan fácil dar con las misiones en las que participó tu abuelo —dijo Allan señalando el monitor.
—Islas Canarias, Finlandia, Iraq, Bolivia, Barcelona…
—La lista es interminable —dijo Allan, abrumado. Él había pensado que aquella misma tarde saldrían con datos concretos acerca de la misteriosa desaparición de Giorgio y el secuestro del profesor Peres, pero cada vez eran más las incógnitas que se abrían.
Allan levantó la vista y observó el reloj de la sala. Habían pasado cuatro horas y apenas habían avanzado.
—Mierda —dijo Allan.
—¿Qué sucede? —preguntó Ruth.
—La mayor parte de los informes de la Ahnenerbe no están aquí.
Ruth lo miró confundida. El profesor Moisés Peres había asegurado que los archivos de la organización se encontraban en esa biblioteca.
—Al parecer los norteamericanos se llevaron parte de los archivos y están en la NARA[2], en Maryland.
—Pero todo no está en Maryland —dijo Ruth señalando la pantalla.
—No, también hay información en el Bundesarchiv de Berlín, y en el Instituto Arqueológico Alemán. Creo que será imposible descubrirlo en tan poco tiempo —dijo Allan, desanimado.
Ruth buscó en el archivo de la Bundesarchiv. Al parecer se conservaban novecientos sesenta y un expedientes de la Ahnenerbe.
—Tardaremos meses en descubrir las misiones en las que estuvo involucrado tu abuelo, si es que tu abuelo se llamaba Thomas Kerr cuando estaba en la organización. Pudo cambiarse de nombre para salvar el pellejo —dijo Allan.
—No creo que mi abuelo hiciera una cosa así —dijo Ruth. Parecía indignada.
—Si fue capaz de ingresar en las SS y utilizar su conocimiento para ponerlo al servicio de los nazis, podemos esperar que se cambiara el nombre para salvar la vida.
—Mi abuelo no mató a nadie. La Ahnenerbe, por lo que sabemos hasta ahora, únicamente se encargaba de hacer expediciones arqueológicas y estudios antropológicos —dijo Ruth, frunciendo el ceño.
—Por lo que Moisés nos contó el otro día y lo poco que sé del tema, aquella supuesta organización científica era tan solo una tapadera para llevar a buen puerto los macabros planes de Himmler —dijo Allan, que empezaba a cansarse de la actitud de la joven.
—Pues será mejor que lo demuestres —dijo, arrogante, Ruth.
—La Ahnenerbe era el instrumento de un loco para crear una nueva raza de seres puros. La organización adiestraba a los SS y les mostraba la supuesta sabiduría aria, su idea era crear una élite racial que gobernara el mundo —dijo Allan casi gritando.
Uno de los bibliotecarios se acercó hasta ellos y les rogó que bajaran el tono de voz. Allan lo miró enfadado y se puso en pie. Ruth lo siguió, desconcertada. Nunca lo había visto tan alterado. Cuando estuvo fuera de la sala, se dio la vuelta y, clavando la mirada en la joven, le dijo:
—Si no estás dispuesta a tener la mente abierta y asumir que tu abuelo pudo ser un criminal de guerra, probablemente un monstruo, no podremos encontrar la verdad. La vida de dos de mis mejores amigos depende de ello.
Ruth lo miró con los ojos acuosos. Tenía razón. Ella le había pedido ayuda, él había arriesgado su vida y la de sus amigos; tenía que intentar mantener la mente fría.
—Tienes razón. Será la última vez que me altere. Debemos descubrir la verdad y hacerlo cuanto antes.
La Ahnenerbe fue una organización científica cuya misión era descubrir los orígenes de la cultura y raza aria.