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Dessau, 22 de diciembre de 2014

Allan y Ruth salieron del hospital confundidos. Alguien había secuestrado al profesor unos minutos después de intentar asesinarlos. Aquella mujer, Clara, se acercó a ellos y con un gesto los invitó a subir a su coche.

—Será mejor que busquen algún lugar para descansar. Yo me dirijo a Núremberg, pero después de este susto, prefiero pasar la noche aquí. Este es un pueblo tan bueno como cualquier otro para dormir —dijo ella.

Ruth le hizo un gesto suplicante a Allan y este entró en el vehículo. Vagaron por las solitarias calles de Dessau, ennegrecidas por decenios de industrialización. Algunas fábricas medio derruidas y huertas a las afueras de la ciudad parecían un territorio arrasado por una bomba atómica. Pararon cerca de la autopista, en un hotel de formas cuadradas y paredes acristaladas. La mujer reservó dos habitaciones y en unos minutos Ruth y Allan estaban en un modesto cuarto intentando refrescarse antes de bajar a cenar.

—¿Qué podemos hacer ahora? —preguntó la joven con un nudo en la garganta.

—Si acudimos a la policía nos obligarán a relatar todos los hechos. El tipo ese y Moisés llegarán a Friburgo y nunca más los volveremos a ver —dijo Allan.

—Pero, lo han secuestrado. La policía puede ayudarnos.

—No creo que sea una buena idea —dijo Allan tajante.

—Pero…

—Mira, muchacha, por tu culpa dos de mis mejores amigos han desaparecido, es posible que ya estén muertos. Es mejor que dejes que haga las cosas a mi manera.

Ruth se quedó callada por unos instantes y después comenzó a llorar. Allan la miró, incómodo. Después se acercó y la abrazó.

—Lo siento, Ruth. No es culpa tuya. Estamos nerviosos —intentó disculparse.

—No, tienes razón —dijo entre sollozos—, la culpa es mía por meteros a todos en este embrollo. Pero tengo miedo, Allan. Estoy aterrorizada.

—Mientras estés conmigo no tienes nada que temer. Encontraremos a Moisés. Seguro que se las apañará para mantenerse con vida. Es un superviviente. Te aseguro que descubriremos quién está detrás de todo esto.

Allan y Ruth se cambiaron de ropa. La chica tuvo que conformarse con una sudadera del profesor y unos pantalones vaqueros que le quedaban enormes. Cuando llegaron al restaurante, Clara los esperaba sentada a la mesa. Les sonrió y les dio los menús.

—Espero que se encuentren mejor —dijo la mujer.

—Muchas gracias por todo —dijo Allan—. Antes no estuve muy educado con usted.

—No se preocupe, todo accidente produce un shock tremendo. Si quieren, mañana los acompaño a la comisaría para que denuncien la desaparición de su amigo y el accidente —dijo la señorita Joyce.

—Gracias, pero no será necesario. Nuestro amigo se ha puesto en contacto con nosotros. Está bien. Nos espera en Núremberg. Si fuera tan amable de llevarnos hasta allí mañana… —tanteó Allan.

—Naturalmente. Ese es mi destino, ¿van directamente a Núremberg?

—No, a un sitio cercano… —dijo Ruth.

Allan la interrumpió y se giró hacia ella haciéndole un gesto.

—Es suficiente con que nos lleve a Núremberg. Usted tendrá otras cosas que hacer.

—Bueno, lo mío es más bien un viaje de placer —dijo la rubia.

—Usted no es alemana, ¿verdad? —preguntó el antropólogo.

Ella se quedó en silencio unos segundos, volvió a sonreír y les dijo:

—Soy irlandesa. Estudié hace años muy cerca de estos valles. Es un viaje nostálgico.

—¿Tiene que encontrarse con alguien? —preguntó Ruth.

—No lo he planificado, pero no sería extraño que me encontrara con alguna vieja compañera.

—Está casada —dijo Allan señalando el anillo.

La mujer se tapó la alianza con la mano izquierda y se puso muy seria.

—Sí —contestó por fin—. Desde hace muchos años.

—Pero, Allan, ¿dónde ha quedado tu amabilidad británica? —le dijo Ruth.

—Disculpe, pero el destino nos ha unido de manera fortuita y tengo curiosidad —dijo Allan.

—Estamos en manos del destino, eso no se puede negar —dijo la mujer.

—Pues ahora, nuestro destino es cenar. Será mejor que pidamos algo cuanto antes —bromeó Allan.

Ruth intentó sonreír, pero el agotamiento, la conmoción del accidente y el miedo paralizaron su sonrisa a medio camino. Allan tomó la mano de la chica y la apretó con fuerza. Mientras, Clara repasaba con indiferencia la carta.