Berlín, 21 de diciembre de 2014
El profesor Peres había preferido llevar a Ruth y Allan a su despacho, no quería hablar de ciertas cosas en el restaurante del museo. Tomaron el ascensor y llegaron a la parte más alta del edificio. Abrió la puerta y entraron en un despacho atestado de libros y papeles hasta el techo. El gran ventanal que daba al jardín y una pequeña parte del suelo de madera eran los únicos espacios libres. Peres se sentó detrás de su escritorio cubierto de papeles, Ruth y Allan apenas lo veían entre las montañas de libros y documentos.
—Esto está peor que la última vez que estuve aquí —dijo Allan en tono de broma.
—Todo está en su sitio, aunque no lo parezca —refunfuñó el anciano. No le gustaba que la gente criticara su forma de trabajar.
—Nos estaba hablando de la RuSHA —dijo Ruth.
—Sí, os decía que todo tiene una perversa lógica que lleva poco a poco al horror. Con la creación de la RuSHA, las SS buscaban vigilar la pureza racial de los candidatos al cuerpo. Al principio era una pequeña oficina que se encargaba de supervisar los matrimonios de los miembros. Pedían expedientes a las familias de las novias de los SS para asegurar su pureza de sangre, pero la organización fue creciendo. Se llegaron a reunir hasta doscientos cuarenta mil expedientes individuales del personal de las SS y sus cónyuges, en los que se incluían los detalles personales y familiares y sus orígenes raciales, antecedentes necesarios para recibir el permiso para casarse —dijo Peres.
Ruth se puso en pie y comenzó a hablar, nerviosa:
—Es terrible. Sabían hasta el más íntimo detalle de sus hombres.
—Ahora, gracias a las bases de datos, muchos gobiernos tienen toda la información sobre sus ciudadanos. Las cosas no han cambiado tanto —dijo Allan.
—La información no es el problema —comentó Peres—. El problema es el uso que se haga de esa información. Los Aliados incautaron en 1945 gran parte de los archivos. La mayoría son registros de bodas de miembros del personal de las SS durante el período 1932-44, así como algunas cartas personales hasta marzo de 1945.
—¿En qué consistía el proceso? —preguntó Allan.
—La verdad es que era lento y tortuoso. Cada hombre, junto con su novia, debían rellenar un extenso cuestionario, tenían que someterse a un examen físico y preparar los datos genealógicos de sus antepasados nacidos después del 1 de enero 1800[1] para probar su linaje ario. Los funcionarios de la RuSHA evaluaban los datos y aceptaban o denegaban las demandas. Estas medidas también afectaron a los extranjeros miembros de las Waffen-SS, en especial a los voluntarios de los Estados de Europa Occidental como los Países Bajos, Noruega, Bélgica y Dinamarca —dijo.
Allan se dirigió a la mujer intentando explicarle el propósito de los nazis.
—Las SS pretendían crear una élite racial. Los más puros entre los puros.
—Comprendo —dijo Ruth.
—El cumplimiento de las leyes racistas sobre el matrimonio resultó un tanto problemática. Hubo muchas infracciones y se produjeron muchos castigos leves. En el año 1937, más de trescientos miembros de las SS fueron expulsados de la organización por contravenir la ley. En noviembre de 1940, Himmler reintegró al personal de las SS expulsado en virtud de las leyes sobre el matrimonio; los alemanes no podían permitirse perder tantos reclutas. Los registros eran muy exhaustivos y además de la información general incluían datos relativos a las historias clínicas, las razones por las que no se concedía la autorización para el matrimonio, los hijos nacidos fuera del matrimonio y otros datos generales —explicó el anciano judío.
—Eso significa que si mi abuelo perteneció a las SS aparecerá en los archivos de la RuSHA —dijo Ruth.
—Sin duda —contestó Peres.
—Pero ¿dónde están esos registros? —preguntó Allan.
—Los originales de todos los registros de la RuSHA están ahora bajo la custodia de la Bundesarchiv en Friburgo —dijo Peres.
—¿Friburgo? —preguntó Allan.
—Es una ciudad cercana a la frontera con Francia. Hoy es sábado, no abrirán sus puertas hasta el lunes. Podéis tomaros el viaje como una excursión —propuso.
—Tengo que estar en Inglaterra la semana que viene —refunfuñó Allan, que no quería pasarse una semana entera en Alemania.
—Es muy sencillo. Esta noche os quedáis en mi casa. Allí hay algunos papeles que os pueden interesar. El domingo por la mañana os acompaño a Friburgo y el lunes por la tarde nos acercamos a Stuttgart para que tomes el avión a Londres —zanjó Peres.
Allan se quedó pensativo. Deseaba marcharse y olvidarse de todo el asunto, pero le preocupaba la situación de su amigo el sacerdote y la seguridad de Ruth. No podía irse sin más y dejarla en manos de unos locos. Si el abuelo de Ruth se había tomado tantas molestias en guardar algunas pruebas sobre la Ahnenerbe, eso solo podía significar una cosa: merecía la pena seguir adelante.
—De acuerdo, pasaremos la noche en tu casa y mañana iremos juntos al archivo. Deja que haga una llamada para que manden mi equipaje a tu casa —dijo Allan.
—Será estupendo descubrir juntos lo que se oculta tras este misterio. La vida en el museo es demasiado monótona —dijo Peres.
El símbolo de la Ahnenerbe.