Berlín, 21 de diciembre de 2014
—Nunca había escuchado ese nombre —dijo Ruth mientras se sentaba junto a Allan.
—Es normal, fue una organización especializada que se encargó de realizar varios estudios técnicos que en la mayoría de los casos pasaron desapercibidos —dijo el profesor, apretando un botón del teclado.
—¿Eran nazis al servicio de Hitler? —preguntó la chica en voz baja.
—Pertenecían a las SS y estaban bajo las órdenes de uno de los lugartenientes de Hitler, Himmler. La misión de la Ahnenerbe era indagar en los orígenes de la raza aria, pero también estudiaba fenómenos esotéricos. Es bien sabido que los nazis organizaron búsquedas de las reliquias más apreciadas del mundo —dijo Allan mientras pasaba por la pantalla información sobre algunas de las expediciones de la organización.
—¿Eran científicos? —preguntó Ruth, extrañada.
—La mayoría de ellos sí, pero su ideología nazi estaba por encima, aunque a algunos lo único que les interesaba era medrar rápidamente. El desarrollo de la organización fue muy rápido, llegó a reunir unos cuarenta y tres departamentos. Algunos estaban dedicados a las cosas más extravagantes que puedas imaginar: el yoga, el zen, doctrinas esotéricas o ciencias paranormales —dijo Allan, mientras imprimía algunas de las imágenes y documentos.
—Pero ¿qué tiene que ver eso con mi abuelo? Él nunca mostró una ideología de extrema derecha. Sabía que había luchado en la Segunda Guerra Mundial, como todos los alemanes de su edad, pero no puedo creer que perteneciera a las SS —dijo Ruth mirando los papeles.
—Nunca llegamos a conocer a alguien del todo. Puede que renegara de su pasado —dijo el profesor guardando los documentos.
—¿Y si todo fuera más simple?: mi abuelo guardó algo importante de esa organización y quería que Giorgio lo estudiara, pero alguien no quiere que salga a la luz.
—Hay varias cosas que no están claras. ¿Por qué tu abuelo tardó tantos años en desvelar lo que sabía? ¿No te parece extraño que esperara al día de su muerte para entregarte el paquete, aunque te pidiera que no lo abrieras?
—Tal vez…
Ruth miró hacia otro lado e intentó tragar saliva.
—Tenemos que marcharnos —dijo Allan.
—¿Adónde?
—Tengo un amigo en el Museo Judío de Berlín, él nos puede echar una mano.
—¿Cómo? —pregunto ella, siguiendo a toda prisa los pasos del profesor.
—Es uno de los pocos judíos berlineses que sobrevivió a la matanza y ha dedicado toda su vida a investigar sobre el nazismo…
—Pero ¿qué edad tiene? —preguntó Ruth.
—Tiene ochenta y siete años, pero se conserva en buena forma. Pasa la mayor parte del día en el museo. Él y otros miembros de la comunidad consiguieron reabrirlo en 1999. Desde entonces, está más tiempo allí que en su casa.
Los dos salieron del edificio y caminaron sobre la nieve hasta la parada del autobús. Esperaron unos minutos hasta que el moderno transporte amarillo apareció entre los árboles. Cuando subieron al vehículo, no se percataron de que un coche se ponía en marcha y los seguía a corta distancia.