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Viena, 21 de diciembre de 2014

El estrado se levantaba tres metros sobre la plaza del ayuntamiento. Alexandre von Humboldt era austriaco de nacimiento y se sentía orgulloso de comenzar allí la campaña oficial por la presidencia de la Unión de Estados Federales Europeos. El nuevo Estado que comenzaba a dar sus primeros pasos era todavía una amalgama de reinos, repúblicas y otras administraciones pequeñas. Había varios reyes coronados y decenas de idiomas distintos, pero Europa no podía permitirse vivir otros cincuenta años sin dar el paso definitivo y convertirse en el segundo estado más grande y poblado del mundo, solo superado por la República Popular China.

Alexandre miró a la multitud desde el estrado y levantó las manos para que el rumor fuera disipándose, dando lugar a un silencio expectante.

—Ciudadanos de Europa, hoy es un día histórico. Durante siglos los habitantes de este continente se han matado unos a otros. Nuestro pasado es como un eterno campo de batalla, donde las civilizaciones más avanzadas se peleaban para dividirse el mundo. Ahora es el momento de unir a Europa bajo una bandera, un gobierno y una sola voz —dijo el candidato a la multitud. El público comenzó a aplaudir y la plaza se llenó de murmullos de nuevo.

El acto estaba trasmitiéndose en directo a todo el planeta. Alexandre era el favorito según las encuestas, la izquierda estaba dividida y todo el mundo lo daba a él por ganador.

—Somos un pueblo cuyos lazos culturales son variados, pero todos venimos del tronco común del cristianismo. La Iglesia católica ha emprendido un proceso de unificación con algunas de las iglesias separadas. Su ejemplo de unidad nos anima a crear un Estado fuerte que apoye a los Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo y el avance del islam.

El público volvió a explotar de emoción. La crisis económica, los atentados terroristas y el problema de la inmigración habían sido las principales preocupaciones de los europeos en los últimos años. Muchos querían un Gobierno fuerte que lidiara con los grandes problemas, aunque fuera dejando de lado algunos de los principios básicos de la cultura occidental como la solidaridad, la tolerancia y el pluralismo.

—Cuando los europeos nos levantemos y lideremos el mundo, el orden, la paz y el progreso volverán a ser los tres grandes cimientos sobre los que construyamos un nuevo orden internacional.

Alexandre saludó a la muchedumbre y dejó el estrado rápidamente. Estaba amenazado por varias organizaciones terroristas y cada día dormía en una ciudad diferente. Cuando bajó las escalinatas y corrió con sus guardaespaldas al coche blindado, observó la pequeña manifestación en su contra organizada por ecologistas y algunas asociaciones cívicas. Dentro de unas semanas tomaría el poder y barrería toda esa escoria izquierdista de Europa, pensaba mientras se acomodaba en los asientos de piel del coche.