9

Roma, 21 de diciembre de 2014

¿Por qué lo habían sacado fuera? Llevaba una semana encerrado en aquel sótano húmedo y apestoso, creía que nunca más vería la luz del sol. Forzó la vista y pudo contemplar el jardín de la villa. Al fondo se veían las montañas. No estaba en Roma, aunque seguramente se encontraba cerca.

—¿Ves como cumplimos nuestras promesas? Te has portado bien y nosotros queremos compensarte —dijo el hombre pequeño.

Apenas escuchó las palabras. Intentaba observar la vida que lo rodeaba. La belleza anestesiaba sus huesos dislocados, los músculos doloridos y la sensación de asfixia que le producían las costillas rotas.

—Dinos lo que queremos saber y te meteremos en un avión para Suramérica. No volveremos a verte, no te molestaremos.

El hombre levantó la cabeza con dificultad. Sabía que todo aquello formaba parte de un juego. No podía esperarle otro destino que la muerte. Si hablaba, todo sería más rápido. No temía a la muerte. Sabía que en un abrir y cerrar de ojos se vería cara a cara con su maestro Jesucristo.

—No agotes nuestra paciencia —dijo el hombre pequeño, cambiando el tono de voz.

La piel del prisionero se erizó por el frescor matutino. Se sentía tan vivo. Intentó mentir, pero no pudo.

—Allan Haddon lo tiene. Es el hombre al que deben buscar —dijo con la voz entrecortada. Se sintió como el apóstol Pedro la noche que negó a Jesús, pero era la única forma de romper los lazos que lo ataban a la vida.

—Gracias —dijo, sonriente, el hombre pequeño. Miró al gigante y le hizo un ligero gesto.

El verdugo sacó una pistola y apuntó directamente a la cabeza de su víctima. El hombre sintió el metal frío en la sien, pero ya estaba muy lejos de allí, murmurando una oración, justo antes de atravesar las puertas del Paraíso.