Roma, 21 de diciembre de 2014
Los cardenales dejaron el gran salón y dos de ellos, Rossi y Holmes, se dirigieron a la gran basílica. En los últimos años los turistas se habían reducido notablemente, lo que había afectado a las arcas vaticanas, pero el número de peregrinos crecía cada vez más. La desazón y la pobreza habían hecho que mucha gente volcara sus esperanzas en la fe, aunque también eran frecuentes los asaltos a iglesias. Numerosas voces acusaban a la santa institución de no compartir sus riquezas con los pobres, y solo se fijaban en sus suntuosos edificios y el oropel de sus celebraciones. No entendían que, pese a eso, la Iglesia era la mayor institución benéfica del mundo.
—Es paradójico que, cuando todo el mundo creía que la Iglesia terminaría por extinguirse en Europa, los templos estén ahora abarrotados de fieles, surjan decenas de miles de vocaciones, y los hombres y las mujeres vuelven al redil —dijo el cardenal Rossi.
—Sin embargo, tenemos problemas. Las demás religiones también han aumentado su influencia y hay disturbios anticlericales en España, Francia e incluso aquí, en la misma Roma —contestó el cardenal Holmes.
—Pequeños inconvenientes, pero Dios ha devuelto su poder a la Iglesia. Europa ha reconocido sus pecados: soberbia, lujuria y avaricia —enumeró.
—Sí, cardenal Rossi, pero esperemos que la recuperación económica no nos haga perder influencia.
—El nuevo papa es el hombre más carismático del siglo XXI. Desde Juan Pablo II no teníamos un hombre tan… capaz. Aunque sigue la línea conservadora de las últimas décadas.
—No olvidemos que la lucha continúa entre el papa y la Unión Europea. El gobierno del nuevo estado debería estar aquí, y no en Berlín. De nuevo Roma sería el centro del poder político y religioso —dijo el cardenal Holmes.
—Pero eso es un asunto menor, simbólico. El estado que se formará es secular, pero nuestro peso en Europa sigue creciendo. Nadie lo hubiera pensado hace cuatro o cinco años, pero los caminos de Dios son inescrutables. Además, el candidato favorito se ha declarado católico y admirador del papa. Algunos hablan de un futuro acuerdo entre el nuevo Estado y el Vaticano que nos será muy favorable.
—Alexandre von Humboldt es un buen hombre y nos ayudará a recuperar el poder perdido —dijo el cardenal Holmes.
—Eso es lo que esperamos.
—Pío XIII y Humboldt conseguirán ellos solos lo que la Iglesia lleva intentado desde hace décadas.
El cardenal Rossi hizo un gesto a su compañero para que bajara el tono de voz.
Los dos cardenales se separaron y Holmes salió a la plaza. La multitud parecía más pobre que la de hacía una década, y aún podía verse la desesperación en sus miradas. El cardenal los observó con cierta compasión, pero a las ovejas había que guiarlas. Ellas solas no podían ir a ninguna parte y solo la Iglesia sabía el camino.