Viena, 21 de diciembre de 2014
El murmullo fue apagándose mientras el candidato ascendía al estrado. La cena había sido un éxito. Un centenar de los hombres más ricos e influyentes de Europa se sentaban en aquella sala del hotel Hilton. Alexandre von Humboldt se apoyó en la tribuna y miró por unos instantes al público.
—Señoras y señores, les agradezco su asistencia a la gala benéfica organizada por el PGE, el Partido Global Europeo. La crisis económica del 2008 aún se deja sentir en muchas familias de nuestra amada Europa. Después de seis años de dificultades, nuestro estimado continente comienza a recuperar su fuerza. China y Japón se han convertido, junto a los países árabes, en el motor económico del mundo, pero nosotros todavía tenemos algo que decir ante el reto global de erradicar la pobreza y el hambre —dijo el político con voz suave. Sus ojos azules centelleaban bajo la luz de los focos.
El público parecía extasiado mientras observaba el rostro atractivo del candidato. Aquel hombre había logrado lo que nadie creía posible: estaba consiguiendo sacar a Alemania de la crisis, había renovado el Parlamento Europeo, había logrado que se aprobara una constitución y finalmente, se presentaba a las primeras elecciones a la presidencia de los Estados Unidos de Europa.
—Los europeos hemos creado el mundo tal y como es. Nosotros extendimos el conocimiento científico, el desarrollo, la cultura y una tradición ancestral que ha permitido al planeta convertirse en lo que es. Puede que los países asiáticos ahora tengan más dinero que nosotros, pero nosotros seguimos teniendo más genialidad. Ellos nos imitan porque ven en nosotros un genio, un halo que ellos nunca tendrán. Los europeos no somos un pueblo de esclavos, somos un pueblo de hombres libres. Cuando los germanos y el resto de tribus ocuparon el Imperio Romano de Occidente estaban uniendo al poder imperial latino la fuerza de la comunidad de hombres libres germana. Alemania va a salir de la crisis fortalecida, aunque muchos de nuestros ciudadanos hayan sufrido penurias. La oposición ha criticado nuestra política de repatriaciones de los últimos años. Medio millón de turcos han tenido que abandonar Alemania. Tan solo los mejor adaptados han podido quedarse. Pero lo mismo ha sucedido en Francia, Reino Unido, Italia o España. No había recursos para todos, la pobreza crecía de día en día, ¿qué podíamos hacer? ¿Ver cómo nuestros hijos morían de hambre? Es cierto que otros continentes han padecido también la crisis. Cinco millones de africanos han muerto de hambre en los últimos cinco años, junto a dos millones de latinoamericanos, tres millones de hindúes y la lista podría continuar. Nuestras oraciones son para todos ellos y sus familias.
Un murmullo de aprobación se extendió entre los comensales. Algunas de las mujeres, vestidas de gala y con valiosas joyas, se emocionaron con las palabras del político.
—Esta cena ha sido organizada para recaudar fondos para las organizaciones benéficas católicas que están haciendo un gran trabajo en nuestra amada Europa. Dentro de unas semanas se celebrarán las elecciones para elegir el primer gobierno europeo. Hace más de cincuenta años formamos un mercado común, durante veinte años sentamos las bases de las instituciones para crear una Europa unida, pero ahora es el momento de que esa unión se complete con la formación de un gran Estado multinacional. Un Estado con muchas lenguas oficiales, con decenas de tradiciones y sensibilidades, pero donde el hecho de ser europeo nos honra. El presidente de los Estados Unidos de América nos ha mandado un mensaje de apoyo, los gobiernos de todo el mundo han felicitado al nuevo Estado que surgirá de las urnas. Muchos son también los que se oponen, pequeños intereses egoístas, que sabremos identificar y reducir a su mínima expresión. Por favor, levantemos nuestras copas por Europa —dijo el candidato alzando un vaso que le había acercado uno de los camareros.
—¡Por Europa! —contestó la multitud puesta en pie.