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Universidad Libre de Berlín, 20 de diciembre de 2014

La sala se transformó en el senado de Roma y Allan Haddon comenzó a pasearse delante del centenar de estudiantes como lo habría hecho Julio César más de dos mil años antes. La realidad virtual ayudaba a los alumnos a ponerse en situación, aunque las palabras del docente más joven de Oxford tenían suficiente interés por sí mismas.

El profesor caminó entre las sillas del auditorio mientras los estudiantes lo seguían con la mirada. Todos lo conocían, se había convertido en poco tiempo en una estrella de la antropología al publicar su famoso libro De gusanos y hombres. El libro había sido condenado por la Iglesia católica. Las posturas radicales de Allan convertían a los hombres en poco más que un montón de genes sin valor, igualándolos a los gusanos.

—La antropología ha logrado en poco tiempo desmontar las teorías históricas que colocaban al hombre en la cima de la vida biológica terrestre. Nosotros estudiamos al ser humano de una forma holística. La historia tan solo se ocupaba de una faceta meramente casuística. La antropología ha desvelado las grandes mentiras que la historia había mantenido durante siglos —expuso Allan al auditorio.

Un joven con indumentaria rapera levantó la mano y el profesor le dio la palabra con un gesto de la cara.

—Profesor Haddon, ¿nos está diciendo que la historia es pura fantasía, pero que la antropología es la verdadera ciencia que estudia al hombre?

—Veo que lo ha captado. Cuando a mediados del siglo XVIII, Jorge Luis Leclerc, conde de Bufón, unió dos ramas aparentemente distintas, la historia natural y la historia cultural, el estudio del hombre cambió por completo. Hasta ese momento habíamos sido la especie elegida y teológicamente éramos más parecidos a Dios que al chimpancé. Leclerc demostró a los sabios de su tiempo que el hombre era un animal más. Ahora hemos dado un paso hacia delante, el hombre es un virus mutado que está destruyendo el único planeta en el que se han detectado formas de vida complejas.

Una chica rubia levantó la mano justo al lado del profesor y este, con dos rápidas zancadas, se puso delante.

—Profesor Haddon, ¿la antropología no fue el instrumento utilizado por el colonialismo para legitimar la esclavización de las culturas de África y Asia? ¿No lo utilizaron los alemanes para justificar sus locuras raciales?

—Esos son los argumentos de los enemigos de la ciencia. La antropología contribuyó, más que ninguna otra disciplina, al conocimiento del hombre primitivo. La colonización de otras partes del mundo permitió conocer algunas fases primitivas de civilización y, gracias a los antropólogos, muchas de ellas quedaron registradas antes de su desaparición. A finales del siglo XIX se crearon instituciones como el Bureau of American Ethnology y el Smithsonian Institute, que sentaron las bases de la antropología clásica, aunque no fue hasta los años sesenta del siglo XX cuando se empezó a desarrollar de verdad la antropología social y cultural.

—Entonces, ¿los estudios de los años veinte y treinta no pueden considerarse antropológicos? —preguntó de nuevo la joven rubia.

Allan rodeó las sillas y se acercó a la muchacha mientras la realidad virtual de la presentación volvía a cambiar. De repente todos se encontraron en un viejo templo egipcio.

—Los orígenes del hombre son muy antiguos y a principios del siglo XX hubo antropólogos de gran renombre.

La voz de una chica de color interrumpió al profesor Haddon.

—Hay decenas de antropólogos franceses, ingleses y americanos que desarrollaron su trabajo en la primera mitad del siglo XX. Creo que es fácil caer en el tópico de los antropólogos racistas que se creen por encima de los indígenas que investigan.

Allan se acercó hasta la muchacha y se apoyó en la mesa.

—Gracias, señorita, aunque no necesitaba su ayuda. Yo conocí a uno de los mejores antropólogos de todos los tiempos: Edward Evan Evans-Pritchard. Fue profesor de mi madre y yo tuve la oportunidad de pasar mucho tiempo con él. La antropología es la ciencia más noble que existe.

—Estoy de acuerdo, aunque hay que reconocer que no le falta ni paternalismo ni prepotencia —contestó la chica negra.

El profesor se alejó de las sillas y regresó a la zona del atril. El escenario se transformó en una sala futurista.

—No sabemos qué nos deparará el destino, pero la antropología siempre contribuirá al conocimiento del ser humano y, libres por fin de mitos, creencias y viejos cuentos de hadas, nos miraremos en el espejo del lago primigenio del cual salimos.

La clase comenzó a aplaudir, el profesor Haddon apagó el ordenador y el aula volvió a su forma material. Después, mientras guardaba sus cosas, atendió a varias alumnas interesadas en estudiar en Oxford. El murmullo fue reduciéndose hasta que el aula se vació por completo. El profesor recogió el maletín y se dirigió a la puerta, pero antes de llegar a ella casi choca de bruces con la chica negra que había intervenido en la conferencia.

—Profesor Haddon…

—¿Sí? —contestó levantando la vista.

—El profesor Giorgio Rabelais ha desaparecido.