El Templo de las Estrellas
El Mazo retorna
Los muertos caminan
Tanis y sus compañeros estaban con Riverwind y con Gilthanas en la Casa de Salud cuando Hornfel les llevó la noticia de que se había hallado el Mazo.
Riverwind y Gilthanas estaban conscientes ya y se sentían un poco mejor. Raistlin había estudiado las artes curativas en su adolescencia y, como no se fiaba mucho de los médicos enanos, les examinó las heridas y comprobó que ninguna era grave. Les aconsejó a los dos que guardaran cama y que no se tomaran ninguna de las pociones que los sanadores enanos querían darles.
—Bebed sólo este agua —los previno Raistlin—. Caramon en persona la sacó del pozo y puedo garantizar su pureza.
Hornfel estaba impaciente por ir al Templo de las Estrellas, pero tuvo la atención —y quizá se sentía culpable— de perder unos minutos en interesarse por la salud de los cautivos y en ofrecer sus disculpas por el trato brutal que habían sufrido. Apostó a miembros de su propio personal junto a los lechos con órdenes de guardar al humano y al elfo con el mismo cuidado con el que lo guardarían a él. Sólo entonces Tanis se sintió tranquilo de dejar solos a sus amigos.
—¿Crees que Flint ha encontrado realmente el Mazo de Kharas? —le preguntó Gilthanas.
—Ya no sé qué pensar —contestó Tanis—. Ya no sé qué esperar, si que haya encontrado el Mazo o que no lo haya encontrado. Tengo la impresión de que el hallazgo de ese objeto ocasionará más problemas que los que pueda resolver.
—Caminas en tinieblas, semielfo. Mira hacia la luz —intervino Riverwind en voz queda.
—Lo he intentado —musitó Tanis—. Me hace daño en los ojos.
Dejó a sus amigos, no sin cierta aprensión, pero no podía estar en dos sitios al mismo tiempo, y los otros y él tenían que estar presentes en el Templo de las Estrellas para ser testigos del regreso de Flint y quizá defenderlo. Si había encontrado el Mazo de Kharas, habría muchos que intentarían arrebatárselo.
El Templo de las Estrellas era el lugar más sagrado de todo Thorbardin —que para los enanos era como decir del mundo entero— porque se creía que en ese templo se encontraba el pozo que conducía a la ciudad en la que moraba Reorx.
El pozo era una formación natural descubierta durante la construcción de Thorbardin. Nadie sabía con exactitud qué profundidad tenía ni hasta dónde llegaba bajo tierra. Las piedras que se arrojaban por él nunca llegaban al fondo. Al imaginar que simplemente no alcanzaban a oírlas llegar, los enanos había tirado al foso un yunque, convencidos de que cuando tocara fondo oirían el atronador golpe.
Los enanos escucharon atentos. Escucharon durante horas. Escucharon durante días. Pasaron semanas, a las que siguieron meses y siguieron sin oír nada. Fue entonces cuando los clérigos enanos decretaron que el pozo era un lugar sagrado porque, obviamente, conectaba el mundo físico con el reino de Reorx. También se decía que si uno tenía suficiente valor para mirar directamente al agujero, se podían ver las luces de la espléndida ciudad de Reorx, que resplandecían como estrellas allá abajo. Los enanos construyeron un magnífico templo alrededor del pozo y lo llamaron Templo de las Estrellas.
Una plataforma se extendía más allá del borde del pozo y en ella fue donde los enanos situaron un altar dedicado a Reorx. Alrededor del agujero construyeron un muro a la altura de la cintura, a pesar de que a ningún enano se le pasaría siquiera por la cabeza cometer el sacrilegio de trepar por él o saltar a él. Los clérigos enanos celebraban los más sagrados rituales allí, incluidas las ceremonias del matrimonio y de poner nombre. Allí era donde se coronaba a los reyes.
Los enanos sentían una gran veneración por el templo y desde el principio habían ido allí para ofrecer sus humildes plegarias a Reorx, para pedirle su bendición y para alabarlo. Pero, a medida que el tiempo transcurría y el poderío de Thorbardin aumentaba, también crecía la opinión que los enanos tenían de sí mismos. ¿Por qué iban ellos, poderosos e importantes, a suplicar a un dios? Comenzaron a exigir, en lugar de pedir, y a menudo ponían por escrito sus demandas en piedras que luego arrojaban al pozo. Algunos clérigos enanos consideraron tal práctica reprensible y alzaron sus voces contra ella. Los enanos se negaron a hacerles caso, y así fue que a Reorx le llovieron piedras con demandas para conceder a su pueblo de todo, desde riqueza a eterna juventud, pasando por un suministro constante de aguardiente enano.
Al parecer Reorx se hartó de aquello, porque cuando sobrevino el Cataclismo, el techo del templo se desplomó y cegó todas las entradas. Los enanos intentaron quitar los escombros, pero cada vez que movían una roca o una viga, otras se venían abajo y, al final, se dieron por vencidos.
Fue Duncan, el Rey Supremo, quien reabrió el templo. Confiaba en encontrar a Reorx al hacer eso y desarrolló un plan para abrirse paso en los escombros utilizando los gusanos urkhan. Sus detractores argumentaron que los gusanos no se detendrían una vez despejados los accesos y que seguirían triturando piedras a través de las paredes del templo, cosa que en efecto hicieron los gusanos en algunos sitios antes de que los vaqueros urkhan pudieran frenarlos. Sin embargo, los desperfectos se repararon con facilidad y los enanos pudieron entrar de nuevo en el templo.
El rey Duncan no encontró allí a Reorx, como había confiado en que ocurriría. Cuenta la leyenda que el monarca se tumbó boca abajo al borde del pozo y se asomó al vacío con la esperanza de divisar las legendarias estrellas, pero lo único que vio fue oscuridad. Con todo, siguió sosteniendo que el templo era un lugar sagrado y que el recuerdo del dios perduraba allí aunque el propio dios se hubiese marchado. Prohibió arrojar piedras al pozo y, una vez más, se celebraron ceremonias y actos importantes en el Templo de las Estrellas. De ahí que se considerara el lugar más adecuado para que los thanes presenciaran la recuperación del Mazo de Kharas. Hornfel rogó para que eso ocurriera pronto, pues el reino bajo la montaña estaba sumido en el caos.
Se había corrido la voz rápidamente sobre el monstruoso hombredragón alado por todos los territorios de los clanes, noticia que había causado sensación. De natural lacónico, los enanos no eran dados a propagar rumores. No adornaban las historias ni exageraban los hechos, cosa más propia de humanos. Un enano al que se pillaba hinchando una noticia no era digno de confianza. Un único draconiano saltando del elevador en una comunidad humana habría terminado siendo seiscientos dragones escupiendo fuego e invadiendo el reino. Los enanos que habían visto saltar al draconiano del Árbol de la Vida y planear sobre el lago relataron el sorprendente acontecimiento a sus vecinos y familiares y lo hicieron de manera precisa.
Ninguno de los enanos sabía qué pensar de la criatura, excepto que sin duda era de naturaleza maligna, y cada cual tenía su propia opinión de lo que era y cómo había llegado a Thorbardin. Todos coincidían en una cosa: ningún monstruo así se había visto en Thorbardin mientras las puertas habían estado cerradas. Eso era lo que pasaba al abrir las puertas al mundo de la superficie. A Tanis y a los otros «Altos» se los miraba ahora incluso con más desconfianza que antes.
Cientos de enanos empezaban a congregarse en la Calzada Novena para llegar hasta el Templo de las Estrellas. Ya había habido varias peleas a puñetazos, y Hornfel temía que pasaran cosas peores. Estallarían disturbios y los enanos saldrían heridos si se les permitía apiñarse en el templo y los alrededores. El thane hylar decidió cerrar el templo al público. Sólo los thanes y sus guardias estarían allí para presenciar el retorno del Mazo.
Habiendo visto él mismo al draconiano, Hornfel llegó a creer que Tanis había dicho la verdad, que los theiwars habían traicionado a Thorbardin entregándolo a las fuerzas de la Reina de la Oscuridad. El thane hylar temía que Realgar, consciente de que su perfidia había sido descubierta, elegiría ese momento para atacar. El ejército theiwar, poco más que una turba armada, no le preocupaba, pues sus tropas estaban bien entrenadas y eran disciplinadas. Pero el semielfo le había advertido que un ejército de esos draconianos podría estar preparado para invadirlos. Si tal cosa ocurría, seguramente atacarían el templo en primer lugar en un intento de apoderarse del Mazo. Hornfel quería que tropas armadas rodearan el edificio, no una muchedumbre incontrolable.
A Hornfel también le preocupaban los daergars. Si Ranee se aliaba con Realgar y los respaldaban las fuerzas de la oscuridad, Hornfel dudaba de que ni siquiera el Mazo de Kharas pudiera salvar a su pueblo.
El thane de los hylars era un enano valeroso y noble cuya valía se había puesto a prueba en esas horas tenebrosas. Hornfel admitía sin excusas que se había dejado engañar por las mentiras de Realgar y que había juzgado mal a Tanis y a los demás.
—He vivido demasiado tiempo encerrado en la montaña —dijo tristemente Hornfel—. Necesito volver a ver la luz del sol, a respirar aire fresco.
—Lo que necesitas es buscar a Reorx —aconsejó Sturm—. Y no lo encontrarás en el fondo de un pozo.
Hornfel se quedó pensativo. Como la mayoría de los enanos, había jurado por Reorx en muchas ocasiones, pero nunca le había rezado y no sabía muy bien qué decir. Le habían contado lo que había dicho el extraño enano que había aparecido en las puertas que daban al Valle de los Thanes sobre que la suerte de Thorbardin pendía de una fina cuerda. Al final, la plegaria de Hornfel fue sencilla y sincera…
—Reorx, concédeme la sabiduría y la fortaleza para hacer lo que es correcto.
Ordenó a sus tropas estar alerta, al igual que hizo el thane de los daewars, Gneiss, que pensaba exactamente igual que Hornfel en todo excepto en una cosa: el regreso de Reorx. Si el dios hubiese vuelto, se habría presentado primero antes de los daewars, ya que eran los que habían construido y conservado los santuarios dedicados al dios. Y, de momento Gneiss no había visto señales de él.
Tufa, el thane de los kiarsm había visto al draconiano y estaba deseoso de matarlo. Imaginó a esos monstruos engendrando sigilosamente en Thorbardin por pasadizos oscuros y secretos, y envió a su gente, que sabía cómo moverse en la oscuridad y en los laberínticos túneles, a investigar.
* * *
Los thanes se reunieron en el Templo de las Estrellas; cada cual había ido acompañado por un nutrido grupo de soldados armados. Hornfel también había invitado a los Altos a unirse a ellos en el templo. El edificio, grande y de planta cuadrada, tenía cuatro entradas, una en cada uno de los puntos cardinales. Grandes vestíbulos se extendían desde las puertas hasta encontrarse en la intersección de la cámara interior. Ésa era la estancia del altar y era circulas, ya que se había construido alrededor del poco, igual en forma y tamaño para simbolizar la idea de que el reino del dios no tenía principio ni fin.
El altar de Reorx, que se había considerado antiguo en tiempos del rey Duncan, siempre había permanecido allí. Hecho de granito rojo tallado en forma de yunque, el altar se alzaba al final de la plataforma sobresalía por el borde del pozo. Los thanes enanos miraron el altar con expresión incómoda mientras se preguntaban si deberían hacer alguna ofrenda como reconocimiento del regreso del dios. Ninguno sabía qué decir ni qué hacer, así que en vez de correr el riesgo de ofender al dios —del que se decía que era muy quisquilloso— se quedaron de pie ante el altar, con el yelmo quitado, y entonces dieron la impresión de estar desasosegados.
Aparte del altar, la gran cámara se hallaba vacía. No había tronos, ni silla ni bancos. Los que entraban en la sala del trono estaban en presencia del dios y se suponía que debían permanecer de pie por respeto. Hornfel, Gneiss y Tufa eran los thanes que se encontraban presentes. Entraron juntos y charlaron en voz baja y preocupada. Tanis y sus amigos se quedaron aparte y apenas dijeron nada. Los enanos habían colocado antorchas en los soportes de las paredes, pero las llamas casi no alumbraban la vasta cámara. La oscuridad parecía fluir del pozo e inundar el recinto, pues aunque el aire estaba calmado las antorchas no dejaban de titilar y se apagaban. Hasta la luz arrojada por el cristal del Bastón del Mago parecía más tenue de lo habitual y sólo se derramaba sobre Raistlin, sin alumbrar nada más.
—Faltan dos thanes —dijo Sturm—, los del clan theiwar y el clan daergar.
—Que falte Realgar no es una sorpresa —comentó Tanis—, pero empieza a dar la impresión de que los daergars han unido fuerzas con sus oscuros parientes.
El thane aghar tampoco estaba, pero nadie lo echó en falta.
La tensión aumentó mientras todos esperaban la aparición del Mazo. Los nervios se pusieron tensos. Las conversaciones disminuyeron. Nadie sabía qué iba a pasar, pero la mayoría creía que iba a ser algo malo. La tensión resultó excesiva para el thane de los kiar, que de repente echó la cabeza hacia atrás y soltó un horrible grito, un aullido feral, escalofriante, que retumbó por toda la cámara e hizo que los enanos que montaban guardia desenvainaran las armas. Sturm, Caramon y Tanis llevaron la mano a la espada. El kiar se limitó a gruñir al tiempo que hacía un gesto con la mano para indicar que no lo había hecho por nada en particular, sólo para aflojar la tensión.
—Espero que no vuelva a hacerlo —dijo Caramon mientras encajaba la espada en la vaina.
—Me pregunto por qué tardan tanto —comentó Sturm—. Quizá los han emboscado…
—Ni siquiera sabemos seguro que la noticia sobre el Mazo sea cierta —observó Raistlin—. ¿Quién nos asegura que esto no es una trampa? Tal vez nos han mandado aquí para mantenernos alejados del Mazo.
—Todo esto me gusta tan poco como a vosotros —intervino Tanis—. Estoy abierto a vuestras sugerencias.
—Yo digo que Tanis y yo vayamos al Valle de los Thanes a buscar a Flint —propuso Sturm.
—No, deberíamos ir tú y yo, Sturm —lo corrigió Raistlin.
El caballero vaciló un instante.
—Sí —dijo luego—. Raistlin y yo deberíamos ir.
Tanis estaba tan sorprendido por aquella repentina y extraña alianza que casi se le olvidó lo que iba a decir. Se disponía a sugerir que quizá todos deberían ir al Valle de los Thanes, cuando de repente Tasslehoff apareció, justo delante de él.
El semielfo nunca se había alegrado tanto de ver a alguien. Arriesgándose a perder sus posesiones personales, estrechó al kender con un fuerte abrazo. Los demás recibieron a Tas con actitud cordial y de inmediato lo acribillaron a preguntas.
—¿Cómo has llegado aquí? ¿Dónde está Flint? ¿Tiene el Mazo de Kharas?
—A través de una runa mágica que hizo un mamut lanudo dorado. Flint está aquí, y no, no tiene el Mazo. Lo tiene Kharas —contestó Tasslehoff a todos de corrido.
Tas señaló a Flint, plantado en la plataforma frente al altar de Reorx. Arman Kharas se hallaba a su lado y sostenía el mazo de bronce sobre la cabeza, en un gesto de triunfo.
—¡Yo, Arman Kharas, he hallado el Mazo de Kharas! —anunció con voz atronadora—. ¡Se lo traigo de vuelta a mi pueblo!
Tanis suspiró. Se alegraba de que el Mazo se hubiera descubierto, pero le preocupaba su viejo amigo.
—Confío en que Flint no se lo esté tomando muy a pecho.
—También a mí me preocupaba eso —abundó Tas—. Pero Flint parece realmente contento. Cualquiera pensaría que fue él quien encontró el Mazo.
Sturm y Raistlin intercambiaron una mirada.
—Alabados sean los dioses… —empezó el caballero, pero su plegaria se cortó de golpe.
Una llamarada ardiente salió del pozo y estalló en medio de ellos. La cegadora luz los dejó sin ver y la atronadora onda expansiva dañó sus sentidos y derribó a muchos al suelo.
Medio cegado y aturdido, Tanis se puso de pie a trompicones mientras se buscaba la espada e intentaba ver qué había pasado. Tenía la vaga impresión de que algo monstruoso se arrastraba fuera del pozo. Cuando se le aclaró la vista, el semielfo vio que era un hombre —aterrador por la armadura azul y la máscara astada— que se encaramaba con facilidad al borde de la plataforma.
Lord Verminaard. Vivo y bien vivo.