El secreto de Flint
El Mazo
Tas hace un descubrimiento asombroso
Dentro de la Cámara Rubí la luz del sol brillaba roja a través del techo de cristales color carmesí e inundaba la estancia de un cálido fulgor. Flint caminó por la plataforma de piedra y se maravilló de encontrarse allí. Se sentía humilde, abrumado, triunfante.
Contempló cómo el Mazo se mecía atrás y adelante en un lento arco, igual que lo había venido haciendo durante trescientos años. ¿Lo habría colgado Kharas del techo? Flint echó la cabeza hacia atrás para mirar. La cuerda de la que pendía el Mazo colgaba de un sencillo gancho de hierro. Flint tenía la impresión de que tal vez Kharas hubiese colocado el Mazo allí, pero que habían sido otras manos las que habían añadido la magia. Otras manos habían creado los gongs que daban las horas y habían construido el maravilloso techo rubí. Las mismas que habían arrancado la tumba del suelo del Valle de los Thanes y la habían dejado flotando en el aire, manos que aún seguían por allí, en alguna parte, tal vez esperando para cerrarse alrededor de su garganta.
Flint vio al Mazo contar los minutos a la par que transcurrían del mismo modo que había contado todos los minutos de su vida mientras pasaban, desde el nacimiento hasta ese instante; igual que contaba los latidos de su viejo y débil corazón.
Todos los enanos soñaban con ser el que hallara el legendario Mazo de Kharas. Hablaban de ello mientras se tomaban una cerveza. Les contaban la historia a sus hijos, que hacían mazos de madera y jugaban a ser el héroe de los enanos. Flint había soñado con ello, pero había sido lo bastante pragmático para saber que no era más que un sueño. ¿Cómo alguien como él, un simple orfebre, juguetero y trotamundos distanciado de sus semejantes iba a ser el héroe de su raza?
Pero había ocurrido. De algún modo. Por algún milagro, los dioses lo habían conducido allí. Lo habían hecho por una razón, y estaba convencido de que sabía qué razón era.
El Mazo pasó meciéndose por encima de él con un suave sonido que recordaba el murmullo de un regato o el soplo de la brisa. Sentía en la cara el movimiento del aire a su paso y se imaginó que era el aliento de Reorx. Con movimientos agarrotados y un gesto de dolor, el enano se arrodilló con torpeza en la plataforma. Sus viejas rodillas soltaron crujidos de protesta. Flint esperaba ser capaz de volver a levantarse.
—Reorx —empezó, puesta la mirada en el fulgor rojizo—, no eres uno de los dioses de la luz, como Paladine y Mishakal. Eres un dios que ve por igual la luz y la oscuridad en el alma de un hombre. Imagino que sabes por qué estoy aquí. Sabes lo que me propongo hacer. Paladine frunciría el entrecejo y Mishakal alzaría sus bonitas manos con espanto.
»Supongo que estoy siendo deshonesto —añadió y rebulló al sentirse incómodo—, y que lo que me dispongo a hacer no es honorable, a pesar de que Sturm estaba de acuerdo con ello y es la persona más honorable que conozco.
»Verás, Reorx —explicó Flint—, sólo voy a tomar prestado el Mazo. Eso no es robarlo. Me aseguraré de que los enanos lo recuperen. Sólo quiero usarlo para forjar las Dragonlances y, una vez que eso esté hecho y hayamos ganado la batalla contra la Reina de la Oscuridad, devolveré el Mazo, cambiaré el verdadero por el falso. Los enanos no notarán la diferencia y como creerán que tienen el verdadero Mazo elegirán un Rey Supremo, abrirán las puertas de Thorbardin al mundo, dejarán entrar a los refugiados y todo estará bien. No se hará mal a nadie y en cambio sí se hará mucho bien.
»Ése es mi plan —concluyó Flint mientras se esforzaba por ponerse de pie. Lo consiguió, aunque fue gracias a apoyarse en la jupak del kender—. Supongo que si no te gusta me tirarás de esta plataforma o me mandarás algún otro castigo semejante.
Flint esperó, pero no pasó nada. La puerta doble se cerró a su espalda, pero tan despacio y con tanta suavidad que el enano ni siquiera se dio cuenta.
Interpretando el silencio como una señal de que podía ponerse manos a la obra con la aprobación del dios, ya que no con su bendición, Flint caminó hasta el mismo borde de la plataforma de piedra. Bajó la vista hacia el foso que se abría a sus pies. Lo único que vio fue luz roja. Se preguntó si sería muy profundo y luego, encogiéndose de hombros, apartó la idea de su mente. Alzó los ojos hacia el Mazo y calculó la distancia que separaba el Mazo de la plataforma. Observó la jupak, después miró de nuevo el Mazo y pensó que el plan podría funcionar.
Flint se tendió boca abajo en la plataforma, asió la jupak por la punta y alargó el brazo todo lo posible para trabar la cuerda con el extremo ahorquillado de la jupak cuando el Mazo pasaba silbando.
Falló, pero por poco. Tenía que deslizarse otros tres o cuatro dedos más sobre el extremo de la plataforma. Se aferró al borde de piedra con la otra mano y esperó a que el Mazo pasara de nuevo por su posición.
Flint balanceó el brazo con todas sus fuerzas y el impulso casi lo sacó de la plataforma. Durante una fracción de segundo, temió que iba a caer al hueco del fuste, pero la jupak se enredó en la cuerda y, como un pescador con un pez enganchado al sedal, Flint dio un seco tirón con la jupak.
La honda de cuero que colgaba del extremo ahorquillado se enredó en la cuerda y Flint, con el corazón palpitándole desbocado, atrajo hacia sí, despacio y con mucho cuidado, la jupak y la cuerda de la que pendía el Mazo.
Soltando la jupak, Flint asió el Mazo y lo subió a la plataforma. En ese momento tuvo que hacer una pausa porque le costaba trabajo respirar. Estaba mareado y unas extrañas motitas de luz giraban delante de sus ojos. No obstante, la sensación pasó en seguida y pudo sentarse y apoyar el bendito Mazo en su regazo para contemplarlo con reverencia y admiración.
—Gracias, Reorx —musitó—. Lo usaré para hacer el bien y para honrar tu nombre. Lo juro por tu barba y por la mía.
El Mazo era un prodigio y una maravilla. Flint era incapaz de apartar los ojos de él. El mazo falso era igual que el de verdad, pero no transmitía la misma sensación. Al posar la mano en el Mazo de Kharas lo sintió vibrante de vida a la par que él se sentía conectado a una inteligencia que era justa, sabia y benevolente, apenada por la debilidad de los seres humanos pero aun así comprensiva y misericordiosa con ellos. Algunos enanos juraban que Kharas había llevado el Mazo durante tanto tiempo que estaba imbuido de su espíritu, y Flint casi podía creerlo.
Entonces se dio cuenta de que cualquier enano que hubiese tocado alguna vez el Mazo de Kharas jamás confundiría el falso con el verdadero. Por suerte, ningún enano que estuviera vivo en la actualidad había tocado el Mazo real. Ni siquiera Hornfel notaría la diferencia. El falso tenía el mismo aspecto y pesaba más o menos lo mismo, merced al encantamiento de Raistlin. Los dos mazos eran ligeros, fáciles de manejar. Las runas eran idénticas en ambos. Hasta el color era casi igual. El verdadero Mazo tenía una pátina dorada inexistente en el otro. Lo único que tenía que hacer era mantener el verdadero dentro del correaje.
En cuanto a otras diferencias, el mazo falso seguramente no golpearía en el blanco con la fuerza ni con el tino del Mazo real. Flint anhelaba probarlo, ya que había oído contar que el Mazo de Kharas se fusionaba con el enano que lo blandía y reaccionaba al impulso de su mente más que al acto en sí de manejarlo. Sin embargo, Flint tendría que esperar a que sus amigos y él hubieran dejado bien atrás el reino enano antes de poder probarlo.
Al recordar que Arman podía aparecer en cualquier momento, Flint sacó el mazo falso del correaje y no pudo evitar pensar la apariencia barata y de mala calidad que tenía en comparación con el real. Metió el Mazo de Kharas en el correaje, ató el falso en la punta de la cuerda y después, echando la cuerda hacia atrás todo lo posible, lo soltó, y el mazo empezó a mecerse como había estado haciendo hasta entonces el verdadero.
El mazo falso se balanceó atrás y adelante llevado por el impulso, pero luego, poco a poco, perdió fuerza hasta pararse y quedó suspendido sobre el foso, inmóvil. Flint experimentó un instante de pánico. ¡Ahora que había dejado de mecerse, el mazo no se podría alcanzar!
Se tendió en la plataforma y alargó la jupak. No llegaba y, por un momento, al viejo enano lo embargó la desesperación. Entonces recordó que los brazos de Arman eran bastante más largos que los suyos y respiró un poco más tranquilo. De hecho, era bueno que hubiera pasado eso, ya que le proporcionaba una excusa por haber fracasado.
Flint se dirigió a la puerta doble, abrió una de las hojas y se asomó al vestíbulo. Ni rastro de Arman. Sólo estaba el cadáver de Kharas. Los ojos vacíos parecían mirarlo con gesto acusador y a Flint eso no le gustó, de modo que cerró la puerta y fue a sentarse en la plataforma. El Mazo de Kharas se apretaba contra su columna vertebral e irradiaba una calidez por todo su cuerpo que alivió dolores y achaques.
El viejo enano esperó.
* * *
Después de que Flint lo echó sin miramientos de la Cámara Rubí, Tasslehoff pasó unos instantes probando todos los trucos que sabía para abrir puertas, pero fue en vano. Entonces pasó unos segundos lamentándose por la pérdida de su jupak, por la irritabilidad de los enanos y por la injusticia de la vida en general. Después, viendo que las puertas no iban a abrirse, Tas decidió que haría lo que Flint le había dicho: ir a buscar a Arman.
El kender no tuvo que ir muy lejos para encontrarlo. Sólo girar sobre sí mismo y, sorpresa, allí estaba Arman, saliendo de una torre que había a la derecha del kender.
—¡Arman! —lo saludó Tas con alegría.
—Kender —dijo el príncipe enano.
Tas suspiró. No era nada fácil conseguir que Arman le cayera bien.
—¿Dónde está Flint? —demandó.
—Ahí dentro —señaló Tas la puerta—. ¡Hemos hecho un descubrimiento maravilloso! El Mazo de Kharas está en esa cámara.
—¿Y Flint está ahí? —preguntó el enano joven, alarmado.
—Sí, pero…
—¡Quítate de en medio! —Arman pegó un empujón al kender que lo tiró al suelo, despatarrado—. ¡No puede tener el Mazo! ¡Es mío!
Tas se levantó enfurruñado y se frotó un codo en el que se había hecho una magulladura.
—También hay algo más ahí dentro —dijo—. ¡El cadáver de Kharas! —Eso último lo dijo con énfasis—. Kharas está muerto. Del todo. Lleva muerto mucho tiempo, diría yo.
Arman no le estaba prestando atención ni captó la conexión ni, quizá, le importaba haber estado haciendo migas con un Kharas que yacía momificado en el vestíbulo. El enano fue hacia la puerta doble y puso la mano en la manija.
—Está cerrada —empezó a decirle Tas.
Arman la abrió de par en par y entró.
—¿Cómo pueden hacer eso una y otra vez? —se preguntó Tas, frustrado. Corrió hacia la puerta justo cuando Arman Kharas se la cerraba en las narices.
Tasslehoff soltó un gemido quejumbroso, asió la manija y empujó la doble hoja. La puerta no cedió. Se dejó caer pesadamente frente a la puerta, desconsolado y mohíno. Los enanos abrían puertas al derecho y al revés y a él, un kender, se lo dejaba fuera. Tas juró que a partir de ese momento llevaría encima sus ganzúas siempre, aunque tuviera que guardárselas en los paños menores.
Al cabo de unos segundos cayó en la cuenta de que aunque no pudiera estar presente, al menos podía ver lo que pasaba dentro de la cámara. Corrió hacia el tejado y pegó la nariz al cristal rubí. Allí estaba Arman y allí estaba Flint, de pie a un lado; también estaba el mazo colgando de la cuerda, aunque había dejado de balancearse. Arman tenía algo en la mano.
—¡Mi jupak! —gritó el kender, indignado. Se puso a aporrear los cristales—. ¡Eh! ¡Deja eso!
—No creo que te oiga —dijo Kharas.
Los kenders no son dados a sentir miedo, así que no hay que achacar al miedo el hecho de que Tasslehoff saltara varios palmos en el aire. Debió de ser porque tenía ganas de saltar. Dio unos cuantos brincos más para dejarlo bien claro.
Después se volvió para enfrentarse al enano de barba y cabello canos y hombros cargados. El kender alzó el índice en un gesto de reproche.
—Lo siento si hiero tus sentimientos al decir esto, pero no creo que seas Kharas. Él está muerto en ese vestíbulo. Vi el cadáver. Lo mató la picadura de un escorpión y por experiencia sé que una persona no puede estar viva aquí y muerta ahí al mismo tiempo.
—A lo mejor soy el fantasma de Kharas —sugirió el enano.
—Es lo que creí yo al principio —contestó el kender, a la vez que le daba golpecitos con el dedo en el brazo—, pero los fantasmas son incorpóreos y a ti no te falta corporeidad.
Se sintió bastante orgulloso de esas palabras tan complejas. Estaban a la altura de «Ramificación» y «Especulación».
Eso le dio una idea. ¡Sus espejuelos! Las lentes rubí le habían permitido leer escritura que él desconocía y ver a través de una pared que no existía aunque lo pareciera. A lo mejor le revelaban la verdad sobre el misterioso enano.
—¡Eh! ¡Mira detrás de ti! ¿Qué es eso? —gritó al tiempo que señalaba por encima del hombro del enano. Éste se giró para mirar.
Tas sacó los anteojos, se los puso en la nariz y atisbo a través de los cristales rojos.
Se quedó tan sorprendido por lo que vio que olvidó quitárselos. Se quedó petrificado, con el cuerpo laxo y la mente aturdida por el pasmo.
—Eres… —balbució débilmente—. Eres… —Tragó saliva con esfuerzo y por fin consiguió pronunciar la palabra—. Dragón.
El dragón era un dragón enorme, el más grande que Tasslehoff había visto en su vida, más grande que el horrible Dragón Rojo de Pax Tharkas. Éste dragón era también el más hermoso. Las escamas brillaban como oro al sol. Mantenía erguida la cabeza con gesto orgulloso, su cuerpo era poderoso y, sin embargo, se movía con estudiada gracilidad. No parecía ser un dragón feroz, de ésos que consideraban a un kender un apetitoso bocado de media mañana. No obstante, Tas tenía la impresión de que ese dragón podía mostrarse muy fiero cuando quisiera serlo. En ese momento el dragón sólo parecía estar preocupado y molesto.
—Ah —dijo, fija la mirada en los espejuelos rubí colocados en la nariz del kender—. Me preguntaba dónde los habría puesto.
—Los encontré —repuso de inmediato Tas—. Creo que debiste dejarlos caer. ¿Vas a matarme?
Tas no estaba realmente asustado. Sólo necesitaba que se le informara de lo que iba a pasarle. Aunque no quería que el dragón lo matara, si iba a pasar entonces no quería perdérselo.
—Debería matarte, ¿sabes? —dijo el Dragón Dorado con voz severa—. Has visto lo que no debías. Supongo que esto traerá cola y seguramente tendrá graves consecuencias. —La expresión del dragón se endureció.
»Con todo, me importa poco. La reina Takhisis y sus viles lacayos han vuelto al mundo, ¿no es cierto?
—¿Quieres decir que tú no eres un «vil lacayo»? —preguntó Tas.
—Eso puedes jurarlo —contestó el dragón con un atisbo de sonrisa en los sabios y brillantes ojos.
—Entonces te contestaré. —Tas se sentía aliviado—. Sí, la Reina Oscura ha vuelto y está causando un montón de problemas. Ha echado a los pobres elfos de su maravillosa tierra y ha matado a un montón. Y ella y sus dragones mataron a la familia de Goldmoon y a todo su pueblo, incluso a los niños. Eso sí que fue realmente triste. —Al kender se le llenaron los ojos de lágrimas—. Y hay criaturas a las que llaman draconianos que parecen dragones, sólo que no lo son porque andan a dos patas, erguidos como la gente, pero tienen alas, colas y escamas como los dragones y son malos de verdad. Hay Dragones Rojos que escupen fuego a la gente y la queman y Dragones Negros que abrasan la carne hasta que se desprende de los huesos y no sé de cuántas clases más.
—Pero no dragones como yo —dijo el reptil—. No has visto Dragones Dorados ni Plateados…
Tasslehoff experimentó una extraña sensación. Había visto Dragones Dorados y Plateados en alguna parte, pero no se acordaba dónde. Tenía algo que ver con un tapiz y con Fizban… Parecía a punto de recordarlo, pero al instante se esfumó, hizo «puf» como las esporas del bejín al pisarlo.
—Lo siento, pero nunca he visto a ninguno como tú. —La expresión de Tas se animó—. Pero vi un mamut lanudo una vez. ¿Te gustaría que te contara lo que pasó?
—Quizás en otro momento —se disculpó el dragón con cortesía. Parecía aún más preocupado que antes y tenía un gesto muy severo.
—Soy Tasslehoff Burrfoot, por cierto —se presentó el kender.
—Yo me llamo Lucero de la Tarde —dijo el dragón.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Tas con curiosidad.
—Soy el guardián del Mazo de Kharas. Lo he guardado a salvo hasta que los dioses vuelvan y un héroe enano con honor y rectitud venga a reclamarlo. Ahora mi cometido se cumplió y mi castigo ha acabado. No pueden retenerme más aquí.
—Hablas como si esto fuera una prisión —dijo Tas.
—Lo ha sido —repuso seriamente Lucero de la Tarde.
—Pero. —Tas abrió los brazos y alzó los ojos al vasto cielo azul— ¡podrías volar donde quisieras!
—Estaba atado a mi promesa, una promesa que he guardado durante trescientos años. Ahora soy libre de partir.
—Podrías luchar con nosotros —sugirió Tas, anhelante—. ¡Caray, apuesto a que podrías hacer un nudo a uno de esos Dragones Rojos y obligarlo a tragarse la cola!
Lucero de la Tarde sonrió.
—Ojalá pudiera ayudaros, amiguito. Nada me gustaría más, pero no puedo. Los dragones hicimos un juramento y, aunque me oponía y aconsejé no prestarlo, no lo quebrantaré. No obstante, aunque no pueda combatir a vuestro lado, haré cuanto pueda por ayudaros. Ésas criaturas, esos draconianos que me has descrito, me preocupan muchísimo.
—¿Qué vas a hacer? ¿Obligarlos a tragarse la cola?
—Eso echaría a perder mi sorpresa. Adiós, Tasslehoff Burrfoot —se despidió Lucero de la Tarde—. Te pediría que guardaras mi secreto, pues el mundo todavía no puede saber que mi raza existe, pero entiendo que los secretos pueden ser un gran peso para alguien con un corazón tan ligero y tan alegre. Por ello, es un peso con el que no te cargaré.
Tas no lo entendía. Le costaba trabajo oír. Luchaba contra un nudo en la garganta que no se le pasaba aunque tragara. El dragón era tan bello, tan maravilloso y parecía tan triste que Tasslehoff se quitó los anteojos rubí y se los tendió posados en la palma de su pequeña mano.
—Creo que son tuyos.
El dragón acercó una enorme garra, una garra que habría podido envolver completamente al kender, y enganchó los anteojos con un toquecito.
—Oh, antes de que se me olvide —dijo Tas mientras veía con tristeza cómo los anteojos desaparecían en la garra del dragón—. ¿Cómo salimos de la tumba? No es que no me divierta estar aquí —se apresuró a añadir por si su comentario ofendía al dragón—, pero dejamos solos a Tanis y a Caramon y a los otros, y tienen la mala costumbre de meterse en problemas si no estoy para impedirlo.
—Oh, sí, entiendo —contestó Lucero de la Tarde seriamente.
El dragón dibujó una gran runa en las baldosas del suelo, la sopló y la runa empezó a brillar con una fulgente luz dorada.
—Cuando estéis listos para partir, pisad en esta runa y os conducirá al Templo de las Estrellas, donde los thanes enanos se han reunido a esperar el regreso del Mazo.
—Gracias, Lucero de la Tarde —dijo Tas—. ¿Volveremos a vernos?
—¿Quién sabe? Los dioses tienen el destino de todos nosotros en sus manos.
El cuerpo de Lucero de la Tarde empezó a brillar con la misma luz dorada. El fulgor perdió intensidad, se volvió tenue y, por último, desapareció en una bruma radiante. Tas tuvo que parpadear varias veces y resoplar mucho para quitarse el picorcillo que tenía en la nariz y en los ojos. Todavía no veía muy bien cuando sintió unos golpecitos en el hombro.
Ante él había un enano de barba blanca y cargado de hombros. El enano sostenía en la mano unos anteojos con cristales de color rubí.
—Toma —dijo el enano—, los dejaste caer. ¡Y ten cuidado de no perderlos! Anteojos como ésos no crecen en los árboles, ¿sabes?
Tas empezó a decir que los conservaría siempre como un tesoro, pero no habló porque el enano no estaba para decírselo. No se lo veía por ninguna parte.
—En fin —suspiró Tas, recobrando el ánimo—. ¡He recuperado los anteojos! Tendré muchísimo cuidado con ellos. Muchísimo.
Se los guardó en el bolsillo, bien seguros y a salvo, tras lo cual volvió a pegar la nariz en el tejado de cristal.
Flint y Arman no estaban y tampoco el Mazo. Tas se preguntaba qué habría pasado y empezaba a plantearse seriamente romper el cristal para meterse en la cámara y enterarse, cuando la puerta doble se abrió de par en par. Arman salió a la luz del sol.
—¡Tengo el Mazo de Kharas! —proclamó su triunfo. Se sentía tan complacido consigo mismo que hasta le sonrió a Tas—. ¡Mira, kender! Tengo el sagrado Mazo.
—Me alegro por ti —dijo Tas, educado; y en cierto modo era verdad. Arman parecía sentirse muy orgulloso y feliz. Se alegraba por Arman, pero le daba pena Flint, que salió detrás del enano joven. Flint parecía cabizbajo, aunque no deprimido ni desilusionado, como Tas había temido.
—Lo siento, Flint —dijo Tas, que posó la mano en el hombro del enano en un gesto de ánimo, una mano que Flint se quitó de encima en seguida—. Creo que tendrías que haber sido tú el que hubiera cogido el Mazo. Ah, por cierto, ¿puedes devolverme mi jupak?
Flint se la tendió.
—Los dioses lo decidieron así —dijo.
Tas no acababa de entender qué tenían que ver los dioses con encontrar el Mazo, pero no le gustaba discutir con Flint cuando pasaba por un mal momento, así que cambió de tema.
—¡Vi un mamut lanudo de color dorado, Flint! Me enseñó la salida.
Flint le asestó una mirada fulminante.
—Basta ya de mamuts lanudos. Ahora no. Ni nunca.
—¿Qué? —Tas estaba confuso—. No dije nada de un mamut lanudo. No hay ningún mamut lanudo de color dorado. Me encontré con un… mamut lanudo dorado.
Tasslehoff se tapó la boca con la mano.
—¿Por qué digo eso? No vi ningún mamut lanudo. Vi un… mamut lanudo dorado.
Por mucho que lo intentó, no consiguió decir la palabra… mamut lanudo.
Tas soltó un profundo suspiro. Con lo mucho que había deseado poderles contar a Flint, a Tanis y a los demás que él, Tasslehoff Burrfoot, había hablado con un… mamut lanudo dorado, y ahora no podía. Su cerebro sabía lo que quería decir. Era la lengua la que no dejaba de confundir las cosas.
Flint se apartó de él, irritado. Arman Kharas recorría las almenas con el mazo en alto y gritándole al mundo que él, Arman Kharas, lo había descubierto. Tas fue en pos de Flint.
—Encontré la salida —dijo—. Me encontré con… eh… alguien que me la enseñó. Lo único que tenemos que hacer es pisar esa runa dorada que hay allí y nos conducirá a… no sé qué sitio. Lo he olvidado. —Señaló la runa dorada que resplandecía en las losas del suelo.
»¡Ah, sí! El Templo de las Estrellas. Tu padre se encuentra allí, esperando el retorno del Mazo —le dijo a Arman.
La expresión de Flint era una mezcla de estupefacción e incredulidad. La de Arman estaba entre la tentación de darle crédito y la desconfianza.
—¿De dónde ha salido esa runa? —demandó.
—Ya te lo he dicho. Me encontré con alguien, el guardián de la tumba. Era un… —Tas trató con todas sus fuerzas de decirlo. Tenía la palabra «dragón» en la garganta, pero sabía perfectamente bien que al querer pronunciarla le saldría «mamut lanudo», de modo que se la tragó—. Me encontré con Kharas. Él me enseñó la runa.
El semblante de Arman se ensombreció, al igual que el de Flint.
—Kharas está muerto —dijo Arman—. Le rendí homenaje a su espíritu. Volveré cuando pueda y me encargaré de que sea enterrado con los honores debidos. No sé quién o qué sería esa aparición, pero…
—Era su espíritu errante y sin reposo —lo atajó Tas, que ahora se divertía—, condenado a vagar por la tumba de su rey, atormentado, doliente y retorciéndose las manos, sin poder marcharse hasta que apareciera un verdadero héroe enano que lo liberara. Ése héroe eres tú —le dijo a Arman—. El espíritu de Kharas es libre ahora. Se marchó dándome su bendición, ascendió en el aire como una burbuja de jabón y luego, «¡puf!», desapareció.
Flint sabía que el kender estaba mintiendo como un bellaco, pero no osó decir ni pío porque Arman escuchaba la descabellada explicación del kender con reverente atención.
—¿De dónde salió realmente esta runa? —inquirió Flint en un ronco susurro y añadió, indignado—: ¡Ningún enano hace «¡puf!», y desaparece!
—Te contaría la verdad, Flint —contestó Tas con un suspiro—, pero me es imposible. La lengua no me deja.
Flint lo fulminó con la mirada.
—¿Y esperas que me plante encima de una runa desconocida y que me traslade mágicamente Reorx sabe dónde?
—Al Templo de las Estrellas, donde esperan el retorno del Mazo.
—¡Daos prisa! —llamó Arman, impaciente—. Éste es mi momento de gloria.
—Tengo la sensación de que voy a lamentar esto —masculló Flint, pero echó a andar y se situó al lado de Arman, sobre la runa dorada.
Tasslehoff se les unió. Era el guardián de un secreto maravilloso, uno de los secretos más grandes del último par de centurias, un secreto que asombraría y sorprendería a todo el mundo… Y no se lo podía contar a nadie. La vida era muy injusta.
La runa empezó a brillar. La mano de Tas fue hacia el bolsillo y se cerró sobre los anteojos rubí y sintió que algo le hacía cosquillas en los dedos. Sacó los anteojos. El fulgor de la runa se hizo de un intenso color dorado; entonces la neblina rojiza se cerró alrededor de ellos y Tas ya no vio la tumba. Sólo vio a Flint, Arman y una pluma blanca de gallina. Entonces Tas lo entendió.
Esperanza. Ése era el secreto y era un secreto que podría compartir. Aun cuando no pudiera decir a nadie que existían los… mamuts lanudos dorados.
* * *
Cuando se corrió la voz por el reino enano de que las puertas que conducían al Valle de los Thanes se habían cerrado y no se podían abrir, los enanos de Thorbardin por fin creyeron que un acontecimiento trascendental estaba a punto de acaecer. La Calzada Octava se reabrió y los enanos se trasladaron en los vagones o a pie para montar guardia ante las puertas.
El día casi llegaba a su fin cuando las grandes hojas de bronce se abrieron. Un enano apareció; era anciano, con el largo cabello blanco y la luenga barba nívea. No era Arman Kharas ni era el enano neidar, así que los enanos agrupados a las puertas lo observaron con suspicacia.
El enano anciano se paró frente a ellos. Alzó las manos pidiendo silencio y el silencio se hizo.
—El Mazo de Kharas se ha hallado —anunció el anciano—. Lo llevan al Templo de las Estrellas para dedicárselo a Reorx, que ha regresado y ahora camina entre nosotros.
Los enanos lo miraron con desconfianza y con sorpresa. Algunos sacudieron la cabeza. El anciano alzó la voz y habló en tono severo:
—El Mazo pendía suspendido de un fino trozo de cuerda. Se balanceaba atrás y adelante contando los minutos de nuestras vidas. La cuerda se ha cortado y el Mazo se ha soltado. Sois vosotros, enanos de los clanes de Thorbardin, los que ahora colgáis suspendidos de esa frágil cuerda de salvamento y os mecéis entre la oscuridad y la luz. Se os ofrece una oportunidad. Quiera Reorx que elijáis bien.
El extraño enano se volvió hacia las grandes puertas de bronce. Algunos de los enanos más osados lo siguieron al Valle de los Thanes con la esperanza de poder hablar con él, hacerle preguntas, demandar respuestas. Pero nada más cruzar las puertas, los enanos quedaron momentáneamente cegados por la luz del sol que brillaba al otro lado y perdieron de vista al enano en aquel fulgor.
Fue entonces cuando vieron el milagro.
La Tumba de Duncan ya no flotaba entre las nubes, sino que se alzaba en el lugar donde se había construido trescientos años antes. El sol brillaba en las blancas torres y resplandecía en una torrecilla construida de cristales de color rubí. El lago había desaparecido, como si nunca hubiese existido.
Los enanos supieron entonces la identidad del extraño enano que se les había aparecido y se quitaron los yelmos e hincaron la rodilla para alzar sus preces a Reorx para pedirle su perdón y su bendición.
La estatua de Grallen montaba guardia ante la tumba, dentro de la cual encontrarían la última morada del rey Duncan y los restos del héroe, Kharas. Un yelmo de piedra cubría la cabeza de piedra de la estatua y una expresión de paz infinita se reflejaba en el pétreo semblante.