Huida
Un baño
Guerra bajo la montaña
El draconiano yacía despatarrado en el suelo. Caramon se encontraba de pie a su lado y se chupaba los nudillos despellejados.
—Ésta cosa tiene duro el cráneo —protestó—. Lo que me gustaría saber es por qué no lo matamos y les enseñamos a los enanos el cadáver. Sería mucho más fácil.
—Retiro lo que dije sobre tu inteligencia, hermano —criticó Raistlin. El mago se había sentido mareado y débil, consecuencia de la ejecución del hechizo, y estaba de mal humor.
—¿Qué? —Caramon lo miró desconcertado.
—No habría cadáver que enseñarles —explicó Sturm con paciencia—. Acuérdate de lo que pasa cuando matamos a una de estas bestias. O estallan en pedazos o se convierten en polvo o…
—Ah, sí, cierto. Se me había olvidado. —Caramon se dio capones en un gesto que ponía de relieve su buen carácter.
—Deberíamos irnos ya —sugirió Raistlin—. Tanis ha tenido tiempo de sobra para hablar con los thanes.
—La contemplación de esta belleza tendría que conseguir que los thanes levantaran las posaderas de sus tronos y cobraran conciencia de lo que tienen a su alrededor —dijo Sturm—. Caramon, trae aquí el tablero de la mesa y ayúdame a ponerlo encima.
Habían intentado alzar al draconiano, pero las alas de la criatura dificultaban la tarea de cargar con él. A Caramon se le había ocurrido la idea de arrancar las patas de la mesa y convertir el tablero en una improvisada camilla. El hombretón lo acercó y lo soltó al lado del inconsciente draconiano.
Gruñendo por el esfuerzo, empujó al ser y lo hizo rodar sobre el vientre para que las alas no fueran un estorbo. El draconiano las había mantenido plegadas para ocultarlas debajo de las ropas, pero cuando lo alcanzó el conjuro de sueño las alas se habían relajado y ahora le cayeron pesadamente a los costados. Entre Caramon y Sturm consiguieron, con muchos forcejeos y resoplidos, poner al draconiano sobre el tablón.
—¡Pesa tanto como una casa pequeña! —jadeó Sturm.
Caramon, que probablemente habría sido capaz de levantar una casa pequeña de habérselo propuesto, se mostró de acuerdo con un cabeceo mientras se limpiaba el sudor de la cara. El draconiano no sólo pesaba mucho, sino que además llevaba armadura debajo de la ropa, así como una espada. Sturm lo despojó de ella y la tiró a un lado.
—¿Y tenemos que cargar con este engendro de demonio hasta lo alto del Árbol de la Vida? —preguntó Caramon a la par que sacudía la cabeza—. Esto…, Raist, ¿y tú no podrías…?
—No, no podría —contestó secamente el mago—. Ya estoy debilitado por los conjuros que he lanzado hoy. Tendréis que arreglaros como mejor podáis.
—Ve tú delante —le dijo Sturm a Caramon.
El hombretón se agachó, asió el tablero con el monstruo tendido encima y, con un gruñido, lo alzó del suelo. Sturm agarró el otro extremo y consiguieron sacar tablero y draconiano por la puerta.
—¡Esperad! —ordenó Raistlin—. Deberíamos taparlo con una manta. Bastante vamos a llamar la atención para que además nos vean cargar con un monstruo a través de sus calles.
—¡Date prisa! —jadeó Sturm.
Raistlin recogió dos mantas y las echó sobre el draconiano.
—Iré delante para ir abriendo camino —se ofreció el mago.
—¿Seguro que eso no te exigirá demasiado esfuerzo? —inquirió Sturm con acritud.
O Raistlin no le oyó o prefirió hacer oídos sordos. Los precedió a lo largo de la calle con la luz del bastón irradiando intensamente.
Sturm y Caramon tenían que pararse cada dos por tres para descansar y cambiar de posición a fin de aliviar los tirones en la espalda y en los hombros. Aun así avanzaron a buen paso, relativamente, hasta que llegaron a las zonas pobladas del Árbol de la Vida. Al ver a los Altos, los enanos los rodearon de inmediato y demandaron saber dónde iban y por qué.
Raistlin se las ingenió para dar con un enano que hablaba suficiente Común para mantener una conversación limitada. El mago explicó que uno de ellos se había puesto enfermo y que querían trasladarlo a los niveles superiores, donde —dijo— les habían indicado que estaba la Casa de Salud.
El enano quería echar un vistazo al Alto enfermo y alargó la mano hacia la manta. Raistlin posó la suya en la cabeza tapada por la manta.
—No creo que quieras tocarlo —comentó quedamente, con su voz susurrante—. Me temo que mi amigo tiene la peste.
El enano reculó con una mirada fulminante a los compañeros al tiempo que gritaba una advertencia a los otros enanos, que los miraron incluso con más desconfianza que antes, si tal cosa era posible.
—¿Qué les has dicho? —demandó Sturm—. ¡Por su expresión parece que quisieran matarnos a todos!
—¿Qué importa lo que le he dicho? —contestó Raistlin—. Lo resolveremos después. De momento, se mantendrán apartados de nosotros. Seguid caminando.
Los enanos les abrieron un paso amplio, pero cerraban filas detrás una vez que habían pasado y los siguieron como una escolta hosca y silenciosa. Los compañeros llegaron al elevador y se encontraron ante un nuevo reto.
—El tablero no cabe en la plataforma —comentó Caramon.
—Echemos al draconiano en el suelo —sugirió Sturm.
—Nos están observando —advirtió Raistlin, a la par que señalaba a la muchedumbre de enanos, cada vez más numerosa—. Tened cuidado de mantenerlo tapado.
Subió al elevador. Sturm y Caramon inclinaron el tablero y el draconiano se deslizó al suelo, donde se quedó hecho un ovillo. Raistlin se apresuró a estirar bien las mantas por encima. En la siguiente plataforma se metieron tantos enanos como cabían apelotonados y los siguieron, sin perderlos de vista.
Sturm se recostó en el lateral de la plataforma y se frotó los hombros. Caramon flexionó las manos y después arqueó la espalda en un intento de aflojar los músculos acalambrados. Raistlin iba pendiente de los enanos del elevador y éstos no le quitaban ojo de encima.
Ninguno de ellos reparó en el ligero temblor de la manta que cubría al draconiano hasta que ya fue demasiado tarde.
Grag había recuperado el sentido y se encontró transportado por sus enemigos hacia algún punto de destino desconocido. Había fingido que seguía inconsciente, esperando el momento oportuno y maldiciendo al theiwar que lo había enredado todo. Tendría que revelarse como lo que era, por desgracia, pero eso no podía evitarse ya. Grag tenía que volver con Dray-yan y contarle lo que había ocurrido para que pudiese cambiar los planes de acuerdo con la nueva situación.
Echarlo al suelo de la plataforma le dio a Grag la ocasión que esperaba. Se despojó de la manta y se levantó de un salto. Su primer movimiento fue inutilizar al mago. Un codazo en el bajo vientre lo dejó fuera de combate. El hechicero jadeó de dolor y se derrumbó. Los dos guerreros se disponían a sacar las espadas. Grag giró y golpeó a ambos con la cola, de forma que el caballero cayó de espaldas y el otro estuvo a punto de precipitarse por el borde de la plataforma.
A Grag le habría gustado ajustar las cuentas y acabar con esos tres humanos, en especial el caballero, pero no tenía tiempo para eso. Saltó al borde de la plataforma y se quedó encaramado allí un instante para orientarse. Miró hacia abajo, al conducto del elevador, y vio el fondo del Árbol de la Vida allá abajo, muy lejos. Su idea había sido intentar descender planeando con las alas, pero el conducto era estrecho y temía golpeárselas con las paredes de piedra y dañárselas.
Los enanos de la siguiente plataforma estaban organizando un buen escándalo al tiempo que señalaban y chillaban con horror al ver al monstruo. Los enanos que esperaban el elevador en el siguiente nivel, al oír el jaleo resonando en el conducto, vieron al draconiano subido al borde de la plataforma, con las alas extendidas y agitando la cola. Un enano de mente despabilada y rápido de reflejos asió la manivela de control, la empujó a su posición de parada y el elevador se detuvo.
Grag saltó de la plataforma cuando ésta todavía se mecía por el frenazo. Cayó de pie en el suelo y se dio de bruces con Hornfel y con Tanis.
El thane hylar echó un vistazo al monstruo, desenvainó la espada y se lanzó al ataque. Tanis miró al elevador y vio a Caramon que ayudaba a Raistlin a ponerse de pie mientras Sturm intentaba salir de la plataforma a trancas y barrancas. Tras comprobar que se encontraban bien, Tanis fue en pos de Hornfel. El thane daewar, Gneiss, se había quedado retrasado, pero en seguida alcanzó al hylar y al kiar de mirada demente. Lanzando un penetrante grito de guerra al tiempo que blandía la enorme hacha, corrió a unirse a ellos. Los soldados se sobresaltaron al ver al monstruo, pero inspirados por el ejemplo de sus valerosos thanes se agruparon y corrieron tras ellos.
Grag no tenía intención de luchar. Lo superaban en número y, además, no era el momento ni el lugar. Echó una rápida ojeada en derredor y vio lo que parecía ser un jardín con una balconada desde la que se contemplaba el lago. El bozak puso pies en polvorosa. Utilizando las alas para impulsarse y apartar de su camino cualquier obstáculo, en seguida dejó atrás a sus perseguidores.
Al llegar a la balconada, saltó a la baranda y se balanceó un instante mientras se orientaba para ubicar su posición respecto a donde quería ir. Echó un vistazo hacia atrás, a sus perseguidores, extendió las alas y saltó al vacío.
Grag estaba en uno de los niveles altos del Árbol de la Vida y su entrenamiento de saltos desde el lomo de dragones le resultó valiosísimo en aquel momento. No podía volar, pero había aprendido que al saltar desde el lomo del dragón podía usar las alas para planear y frenar el descenso. Localizó el muelle theiwar desde el aire y, aunque estaba bastante lejos a su izquierda, podría maniobrar un poco en el aire a fin de aterrizar en el agua lo más cerca posible de territorio theiwar.
Miró hacia arriba y vio a los enanos asomados a la balconada. Más enanos —centenares de ellos— se encontraban allá abajo, con las cabezas alzadas hacia él.
Adiós buenas a los planes de actuar en secreto.
Grag se encogió de hombros y dio un golpe de alas. Como comandante, estaba habituado a giros repentinos e inesperados en la batalla. No podía perder tiempo lamentando errores cometidos en el pasado. Tenía que pensar en el futuro, decidir qué hacer y cómo hacerlo; ya había decidido el curso de acción que tomarían cuando estaba a mitad de camino hacia el fondo. Cayó al agua con un gran chapoteo.
A los draconianos no les gustaba el agua, pero sabían nadar si no les quedaba más remedio. Grag nadó hacia la zona theiwar del lago impulsando el escamoso cuerpo a través de las frías aguas del lago con poderosos movimientos de las fuertes patas mientras chapoteaba con los brazos de un modo parecido a como haría un perro.
Grag llegó al muelle y se aupó fuera del agua, chorreando. Se quitó las ropas a tirones y las dejó en un montón empapado sobre el muelle. Después, corriendo a pasos largos y con vuelos cortos, se encaminó hacia los túneles secretos donde lo esperaban sus tropas.
—¿Era ése uno de los monstruos de los que hablabas? —inquirió Hornfel, que se inclinaba sobre la balaustrada y observaba al draconiano que planeaba en el aire y descendía ligero como una pluma.
—Ésos draconianos son criaturas poderosas —contestó Tanis—, capacitados para utilizar magia al igual que armas convencionales. Sus ejércitos han conquistado grandes extensiones de Ansalon. Han expulsado a los qualinestis de sus tierras y se han apoderado de Pax Tharkas y de nuestro territorio de Abanasinia.
—¿De dónde vienen esos demonios? —preguntó Hornfel, horrorizado—. ¡Nunca había visto seres así ni había oído hablar de ellos!
—Porque nunca los había habido en Ansalon —respondió el semielfo mientras sacudía la cabeza—. No sabemos qué ha engendrado esa perversión. Lo único cierto es que son muy numerosos, además de inteligentes, guerreros feroces e igualmente peligrosos al morir como estando vivos.
—¿Y crees que han invadido Thorbardin? A lo mejor sólo hay ése…
—Son como las ratas —intervino Sturm—. Si ves una, hay otras veinte escondidas detrás de las paredes.
—Estás sangrando —dijo Tanis.
—¿Sí? —Sturm se llevó la mano a la cara y la retiró manchada de sangre—. La cola de ese ser me golpeó. —Sacudió la cabeza, pesaroso—. Lamento que se escapara, Tanis. Nos engañó por completo.
—¿Cómo están Raistlin y Caramon? —se interesó el semielfo mientras echaba un vistazo a su alrededor, preocupado.
—Raistlin se llevó la peor parte. Recibió un codazo en el bajo vientre. Va a estar dolorido un tiempo, pero se pondrá bien. El draconiano casi tiró a Caramon del elevador. Más que herido está conmocionado, creo.
Tanis se volvió para ver a los gemelos, que se dirigían hacia él. Raistlin caminaba un poco encorvado y respiraba de forma entrecortada, pero en su rostro había una expresión de sombría determinación.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Tanis con preocupación.
—Eso es lo de menos —contestó el mago, impaciente—. ¿Qué vamos a hacer con Flint y con el Mazo?
Tanis sacudió la cabeza. Había visto a Raistlin marearse y casi perder el sentido por aplastarse un dedo del pie y sin embargo, tras sufrir un golpe que habría mandado al lecho a hombres más fuertes, le quitaba importancia como si no hubiese pasado nada.
Caramon caminaba detrás de su hermano con gesto de agobio. Miró a Tanis y pareció que se encogía.
—Siento que se nos escapara —dijo, mortificado.
—No ha ocurrido nada irremediable y quizá sea beneficioso. Hemos logrado lo que salimos a hacer. Los enanos han descubierto la verdad por sí mismos. Pero ahora tenemos nuevos problemas.
Mientras Tanis les contaba a sus amigos lo ocurrido con Riverwind y Gilthanas, Hornfel discutía con los thanes daewar y kiar. Al Gran Bulp no se lo veía por ningún sitio. Por desgracia, el draconiano había saltado directamente hacia él cuando huyó, lo que indujo a creer al aterrorizado aghar que estaba a punto de morir. Había dado media vuelta y había puesto pies en polvorosa para esconderse en el agujero más oscuro y más profundo que pudiera encontrar y se quedaría allí hasta que el aprovisionamiento de ratas menguara y no le quedara más remedio que salir de su escondrijo.
La ausencia del thane aghar no preocupaba a nadie. Probablemente ni se habían dado cuenta. Pero sí notaron la de Ranee, el thane de los daergars.
Ninguno lo había visto marcharse, y a Hornfel no le cabía duda de que sus peores temores se habían cumplido. Sus esperanzas de unificar los clanes bajo la montaña se habían hecho pedazos. La alianza entre theiwars y daergars ya habría sido adversa por sí misma, pero ahora había pruebas de que los enanos renegados habían abierto en secreto las puertas de Thorbardin a fuerzas de la oscuridad. La tragedia que tanto se había esforzado por evitar —una guerra civil— parecía irremediable.
El thane daewar, que había sido el más reacio a pensar mal de sus congéneres, ahora era el más combativo y estaba dispuesto a convocar a su ejército y emprender la lucha en ese mismo instante. El kiar de mirada demente seguiría el liderazgo de Hornfel y haría todo lo que éste le ordenara hacer. Sin embargo, las fuerzas militares kiars no eran del todo fiables. Luchaban con ferocidad, pero eran indisciplinadas y caóticas.
Los theiwars no eran guerreros, pero los oscuros daergars sí. También eran numerosos, además de fieros y leales, y los consumía el odio hacia los otros clanes, en especial el hylar. Si estaban aliados con un ejército de criaturas monstruosas, Hornfel preveía la perdición y el desastre.
Tras discutir la situación con los thanes y hacer los planes que estaba en su mano hacer, Hornfel se dirigió hacia Tanis para hablar con él y ofrecerle disculpas por el trato que se les había dado antes.
—Ofrecería asilo de buen grado a los refugiados que están a tu cuidado, semielfo —dijo el hylar, que añadió en tono sombrío—: Pero me temo que no habrá cobijo seguro para nadie bajo la montaña, ni humanos ni enanos.
—Tal vez las cosas no sean tan terribles como piensas, thane —dijo Tanis—. ¿Y si los daergars no estuviesen aliados con los theiwars? Me fijé en la expresión de Ranee cuando vio al draconiano y no parecía satisfecho. Parecía tan impresionado y horrorizado como los demás.
—Lo observé y se notaba que estaba furioso —abundó Raistlin—. Pasó a nuestro lado de camino al elevador y tenía una expresión borrascosa, iracunda. Llevaba fruncido el entrecejo y los puños apretados y mascullaba entre dientes. Imagino que no sabía que los theiwars habían traído a esos nuevos aliados tan terribles y no se lo veía contento por ello.
—Me dais esperanza, amigos, y cosas en las que pensar. —Hornfel parecía agradecido—. Ahora es mucho lo que depende de la recuperación del Mazo de Kharas. Si nos es devuelto y hay pruebas de que Reorx ha regresado también, creo que los daergars rehusarían ponerse de parte de los theiwars. Su clan sufrió mucho con el cierre de las minas y muchos se hundieron en el crimen, pero en su fuero interno son leales a Thorbardin. Se los podría convencer y hacerlos entrar en razón y se alegrarían tanto como cualquiera de nosotros de dar la bienvenida a Reorx a sus santuarios. ¡El resurgimiento del Mazo verdadero sería ahora el mejor golpe de suerte que pudiéramos imaginar!
—No es cuestión de suerte —lo contradijo Sturm—, sino intervención divina. Los dioses nos trajeron aquí por ese motivo.
«¿Lo hicieron? —se sorprendió Tanis preguntándose—. ¿O vinimos a través de tropiezos y pasos en falso, giros equivocados y elecciones acertadas, accidentes y fracasos y algún que otro triunfo? Ojalá lo supiera».
—Tenemos que encontrar a Flint y Arman por esas mismas razones que tú has expuesto, thane —dijo.
—Me temo que es imposible —contestó Hornfel, serio—. Los míos me han informado que las puertas de bronce al Valle de los Thanes se han cerrado y es imposible abrirlas por mucho que lo han intentado.