Caramon se salta el desayuno
Grag llega tarde a comer
Escuchando la plegaria de Sturm, Tanis se sintió tranquilo y sosegado de repente. Las preocupaciones lo dejaron en paz por un instante y se quedó dormido. La tos de Raistlin lo despertó. El mago no había sufrido un ataque de tos fuerte desde hacía algún tiempo. Le mandó a Caramon que se levantara para prepararle la especial infusión de hierbas que tomaba. Para ello hubo de avivar el fuego, buscar un cazo y después hervir el agua, todo lo cual, menos mal, mantuvo ocupado al hombretón lo suficiente para que dejara de hablar de comida. Los enanos aún no les habían llevado nada de comer y Caramon empezaba a preocuparse.
Raistlin tomó la infusión a sorbos y dejó de toser. Se quedó sentado en la silla, adormecido, tan cerca de la lumbre como era posible. Sturm seguía arrodillado, encontrando al parecer alivio en sus plegarias. Tanis envidió a su amigo. Deseaba creer; lo deseaba de verdad. Sería reconfortante poner la suerte de Flint en manos de los dioses con el convencimiento de que cuidarían de él y lo guiarían. Ésa misma fe le aseguraría que a Hornfel se le haría ver la verdad y cambiaría de opinión en cuanto a acoger a los refugiados.
En lugar de fe, Tanis tenía a Flint en sus pensamientos a cada paso que daba y veía oscuridad y peligro en cada esquina. Rebulló y se dio media vuelta; iba a intentar dormirse de nuevo cuando Caramon hizo una pregunta que lo despabiló con un sobresalto.
—Eh, ¿alguno de vosotros ha visto a Tas?
Tanis se puso en movimiento en cuanto tocó el suelo con los pies y empezó a buscar por la sala. Fue en vano.
—¡Maldición! ¡Pero si estaba aquí hace unos instantes!
—No sé yo —dijo Caramon al tiempo que sacudía la cabeza—. No lo he visto hace mucho rato, desde que Flint se marchó. Claro que he estado preparando la infusión a Raist…
—Sturm —llamó el semielfo, sacando al caballero de sus rezos—, ¿has visto a Tasslehoff?
Sturm se incorporó con movimientos agarrotados. Echó una rápida ojeada en derredor.
—No. No he estado pendiente de él. Lo vi antes de que Flint se marchara.
—Mira en el piso de arriba —ordenó Tanis.
—¿Por qué? —inquirió Raistlin en un ronco susurro—. ¡Sabes dónde ha ido! Ha seguido a Flint.
—Buscadlo de todos modos —dijo el semielfo con aire severo.
Buscaron debajo de cajas, dentro de armarios y en los dormitorios del primer piso, pero no había rastro del kender. Sturm aprovechó la oportunidad cuando Tanis y Caramon andaban rebuscando en el otro piso para hablar con Raistlin.
—¡Tas podría estropear el plan! ¿Qué hacemos?
—Ahora ya no hay nada que podamos hacer —dijo Raistlin con una mueca.
—Las únicas que dan la lata ahí arriba son las ratas —informó Caramon cuando Tanis y él bajaron a la sala—. Podríamos preguntarles a los guardias si lo han visto.
—Y llamaríamos la atención hacia el hecho de que ha desaparecido —argumentó Tanis—. Con los problemas que tenemos ya, sólo nos faltaba tener que decirle a Hornfel que hemos dejado suelto a un kender entre su confiada población. Además, Tas podría volver en cualquier momento.
—Y también podría atravesar un muro de piedra, pero lo dudo —dijo Sturm.
Raistlin iba a decir algo pero lo interrumpió un enano al abrir la puerta.
Se quedaron inmóviles, esperando recibir la grave noticia de que habían encontrado a Tasslehoff y lo habían arrojado al lago o lo habían encerrado en las mazmorras o algo peor.
—Desayuno —anunció el enano.
El guardia sostuvo la puerta abierta mientras otros dos enanos entraban con bandejas llenas con pesados cuencos de barro. Caramon olisqueó el apetitoso aroma y se sentó a la mesa.
Los otros intercambiaron una mirada, preguntándose si los guardias se darían cuenta de que faltaba uno de ellos. Sin embargo, a los enanos no se les ocurrió contarlos. Descargaron los cuencos de las bandejas y los repartieron por la mesa, dejaron dos hogazas de pan moreno y un par de jarras grandes de cerveza y luego salieron, cerrando la puerta tras ellos.
Todos soltaron un suspiro de alivio.
Sturm se sentó a la mesa, al igual que Tanis. Caramon ya se ocupaba de repartir la comida.
—Huele bien —dijo, hambriento. Tomó un cuenco y se lo tendió a su hermano—. Toma, Raist, son setas con salsa. Y creo que también lleva cebollas.
Raistlin giró la cabeza.
—Tienes que comer, Raist —dijo su hermano.
—Déjalo ahí. —El mago señaló una mesa que había cerca de la silla en la que estaba sentado. Entonces miró el cuenco con más atención.
Olía bien. Tanis no se había dado cuenta de que tenía hambre, pero cogió la cuchara. Sturm rezó a Paladine pidiendo que bendijera su alimento. Partiendo un buen trozo de pan, Caramon lo mojó en la salsa y se lo llevaba a la boca, goteando, cuando el Bastón de Mago le golpeó la mano y le tiró el pan al suelo.
—¡No te comas eso! —gritó el mago—. ¡No lo comáis ninguno de vosotros!
Volvió a blandir el bastón contra el cuenco de Sturm y lo lanzó al suelo, tras lo cual golpeó el cuenco que sostenía Tanis justo cuando el semielfo metía la cuchara en él.
Los cacharros se rompieron y la salsa salpicó todo. Las setas se deslizaron sobre la mesa y cayeron al suelo.
Todos miraban a Raistlin de hito en hito.
—¡Son venenosas! ¡Las setas! ¡Son mortalmente tóxicas! ¡Mirad! —señaló.
Atraídas por la comida tirada en el suelo, las ratas habían salido de sus agujeros para tener su parte. Una empezó a lamer la salsa derramada. Sólo dio un par de lametones antes de que el cuerpo del animal se estremeciera y se quedara tieso. La rata cayó pesadamente de costado y luego se quedó inmóvil. Las otras ratas o escarmentaron al ver la suerte corrida por su compañera o no les gustó el olor, porque se escabulleron de vuelta a sus agujeros.
Caramon se puso pálido y, levantándose precipitadamente de la mesa, hizo otra visita al cubo de las aguas sucias.
Sturm contemplaba, paralizado, la rata muerta.
Tanis dejó caer la cuchara. Las manos le temblaban.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó.
—Recordarás que estuve examinando las setas cuando pasamos por aquel bosque de hongos —contestó Raistlin—. A algunos de vosotros os pareció muy divertido mi interés. Arman y yo hablábamos del aguardiente enano que, como ya sabes, se consigue de la destilación de hongos. Lo que me pareció muy interesante fue que las setas que se usan para la preparación del aguardiente enano son inocuas y se pueden ingerir si se las deja fermentar, pero son venenosas si se comen crudas o cocinadas. Nunca había visto una planta u hongo con esa peculiaridad y tomé nota de algo tan singular. Reconocí los hongos del aguardiente enano en el guiso. Quienquiera que haya intentado matarnos dio por sentado que desconocíamos esa propiedad del hongo.
—Y la desconocíamos —admitió el semielfo—. Te estamos agradecidos, Raistlin.
—Desde luego —murmuró Sturm, que seguía con los ojos clavados en la rata muerta.
—Me pregunto quién querrá matarnos —dijo Tanis.
—¡Los enanos que trajeron el desayuno! —gritó Sturm mientras se incorporaba de un salto. Corrió a la puerta, la abrió de un tirón y salió disparado a la calle. Volvió a entrar trayendo consigo la espada de Caramon y la suya.
—No están —informó—. Y tampoco los guardias. Ahora al menos podemos recuperar nuestras armas y estaremos preparados si regresan.
—Nuestra principal preocupación tendría que ser por Flint —dijo Raistlin en tono cortante—. ¿No se os ha ocurrido pensar que si vinimos en busca del Mazo entonces podría haber otros que también lo estuvieran buscando? Otros como la Reina Oscura y sus secuaces.
—La Dragonlance fue responsable de la expulsión de Takhisis de vuelta al Abismo —dijo Sturm—. Puedes tener la seguridad de que intentará impedir que vuelvan a forjarse.
—Han intentado matarnos. Flint podría estar muerto a estas alturas —musitó Tanis.
—Lo dudo. Hasta que haya encontrado el Mazo no creo que tengan intención de matarlo —argumentó Raistlin.
—A lo mejor todos los enanos están confabulados con la oscuridad —sugirió Sturm, sombrío.
—Hubo un tiempo en el que los enanos oscuros rendían culto a Takhisis o así está escrito —dijo el mago—. Y si recuerdas, Tanis, te pregunté por qué los theiwars estaban enterados de la presencia de los refugiados en el bosque. En aquel momento no hiciste caso, pero creo que no tendremos que buscar más allá del thane theiwar para hallar la respuesta, ese tal… ¿Cómo se llama?
—Realgar. Estoy de acuerdo contigo —reconoció Tanis—, puede que Hornfel no se fíe de nosotros o que no le caigamos bien, pero no parece el tipo de persona que se rebajaría a asesinar. Pero no veo cómo podríamos demostrarlo o pillarlos en falta.
—Muy fácil —intervino Caramon, que había vuelto a la mesa y se limpiaba la boca con el dorso de la mano—. Quienquiera que hiciera esto volverá para asegurarse de que su maniobra funcionó. Cuando entre, se llevará una sorpresa.
Raistlin, Tanis y Sturm miraron a Caramon y luego se miraron entre sí.
—Estoy impresionado, hermano —dijo Raistlin—. A veces denotas destellos de inteligencia.
—Gracias, Raist —contestó Caramon, ruborizado de placer.
—Así que fingiremos estar muertos y cuando el asesino entre…
—Lo atrapamos y lo hacemos hablar —finalizó Caramon.
—Podría funcionar —admitió Sturm—. Llevamos al asesino ante Hornfel y eso demostrará que Flint corre peligro.
—Y Tas —les recordó Caramon.
—Dondequiera que esté —dijo Tanis con un suspiro. En los últimos minutos había olvidado por completo al kender.
—Hornfel tendrá que dejarnos ir en busca de Flint —concluyó Sturm.
Tanis no estaba muy seguro respecto a eso, pero al menos el atentado contra sus vidas pondría a los thanes a la defensiva, a menos que todos ellos estuviesen metidos en aquello.
—El asesino esperará encontrar nuestros cadáveres. ¿Cómo estaríamos si nos hubiésemos envenenado?
—Qué mala suerte que los cuencos se hayan roto —comentó Sturm—. Eso nos delatará.
—En absoluto —lo contradijo Raistlin en tono frío—. Lo lógico es que los cuencos se nos cayeran y los golpeáramos en los estertores de la muerte. Y ahora, si me permitís, dispondré nuestros cuerpos para conseguir un buen golpe de efecto.
* * *
Cuanto más lo pensaba Realgar, menos le gustaba la idea de que Grag anduviera de aquí para allá por el Árbol de la Vida para ver los cuerpos de los criminales asesinados. El thane theiwar había discutido larga y vehementemente y con bastante lógica que Grag —al ser un «lagarto» como lo llamaba Realgar, con alas y cola incluidas— no pasaría inadvertido. Los cadáveres no iban a ir a ninguna parte y Grag podría esperar a verlos cuando el Mazo estuviera ya a buen recaudo en manos theiwars.
Sin embargo, Dray-yan insistió. No se fiaba de esos criminales y tampoco de los theiwars. Quería estar seguro de que los humanos estaban muertos, como le habían prometido. Grag iría disfrazado, oculto bajo la capa y el capuchón. Los enanos se fijarían en el alto bozak; eso era algo que no podía evitarse. Pero había corrido la voz sobre la presencia de humanos en Thorbardin, así que a Grag lo tomarían por uno de ellos.
Realgar acabó por aceptar porque no le quedaba otro remedio. Detestaba a los «lagartos», pero los necesitaba a ellos y a su ejército para conquistar y someter a los otros clanes. Los guerreroslagarto de Grag ya habían demostrado su valía al emboscar a un grupo de humanos bárbaros que había entrado por la Puerta Norte. Y los draconianos no sólo habían capturado a los humanos, sino que también habían tomado prisionero a un lord elfo.
A los cautivos se los había puesto en manos theiwars para que los sometieran a interrogatorio. A Grag le habría gustado estar presente, pero Dray-yan le dijo que no hacía falta, que ya sabían todo lo que necesitaban saber de esos humanos. Realgar sólo tenía que convencer a uno o dos de ellos de que «dijeran la verdad» obligándolos a admitir que habían ido a Thorbardin con el propósito de invadir el reino enano y ahí acabaría todo para ellos. Tras pasar unos minutos viendo los «métodos» de interrogatorio, Grag había tenido que reconocer que los theiwars sabían bien lo que hacían en lo referente a torturar. No le cabía duda de que en seguida tendrían una confesión.
Realgar estaba tomándose muchas molestias sin necesidad, pensó Grag. Una vez que Thorbardin estuviese en su poder, sus tropas y él iban a matar a los esclavos de todas formas. Aun así, como señaló Dray-yan, fomentar la desconfianza entre humanos y enanos beneficiaría a su causa. Que los hylars creyeran que los humanos habían estado a punto de invadir su reino. Después de eso, no parecía probable que volvieran a fiarse de ningún humano.
Satisfecho con la idea de que todo marchaba según lo planeado, Grag acompañó a cuatro enanos oscuros a la posada. Realgar no fue con ellos. El thane theiwar había pedido una reunión del Consejo de Thanes para tratar un asunto urgente. Se proponía llevar a dos de los prisioneros y mostrárselos a los otros thanes.
—Ésta revelación sumirá en el caos al Consejo —le dijo el aurak a Grag— y así dispondrás de tiempo para formar a tus tropas y situarlas en posición. De ese modo tendremos a todos los thanes limpiamente atrapados en la misma ratonera.
—Incluido a Realgar —añadió Grag mientras abría y cerraba las garras en un gesto de ansia.
—Incluido ese inmundo gusano. Y cuando lleven el Mazo de Kharas, «su señoría» estará presente para recibirlo.
—Verminaard ha desarrollado un plan excelente —dijo Grag con una sonrisa—. Qué mala suerte que lo eche a perder. Menos mal que sus dos brillantes lugartenientes estarán presentes para salvar la situación.
—Brindo por ellos. —Dray-yan alzó una jarra con aguardiente enano.
Grag alzó la suya y las entrechocaron, tras lo cual echaron un buen trago. Hacía poco tiempo que los draconianos habían descubierto ese fuerte licor destilado por los enanos y los dos estaban de acuerdo en que si bien los enanos podían ser una raza de cretinos peludos y repugnantes, sí sabían hacer bien dos cosas: forjar acero y destilar una buena bebida.
El comandante bozak aún saboreaba el aguardiente en la lengua y sentía el fuego abrasador en el estómago cuando bajó del transbordador en el que había viajado junto a sus acompañantes theiwars a través del lago hasta el Árbol de la Vida de Hylar. Realgar y sus dos cautivos —ambos vapuleados y ensangrentados— iban en el mismo transbordador.
Los cautivos iban cubiertos con sacos de arpillera para mantener en secreto su identidad hasta el gran momento de Realgar ante los otros thanes. Los dos hombres yacían inconscientes en la proa del transbordador, aunque de vez en cuando alguno de ellos gemía. Uno de los cautivos era un bárbaro, un hombre muy alto identificado como el cabecilla de los refugiados. El otro era el lord elfo. Las escamas de Grag tintineaban por la peste de la sangre elfa. El bozak esperaba que Realgar no lo matara. Grag odiaba a todas las gentes de Ansalon, pero en su corazón tenía un sitio especial reservado a los elfos.
El bozak notó que la sangre empezaba a filtrarse por el saco de arpillera. Se preguntó si Realgar planeaba arrastrar a los cautivos a través de la ciudad hasta la Sala de Thanes sin llamar demasiado la atención.
Al parecer esos detalles no preocupaban a Realgar, que contemplaba el Árbol de la Vida a través de las rendijas de la máscara mientras hablaba en un tono engreído del día en el que su clan abandonaría las malsanas y húmedas cuevas para trasladarse a ese lugar selecto. Se refirió a ciertos negocios fundamentales de los que tenía pensado que se hicieran cargo los suyos. En cuanto a su residencia, se instalaría en la casa en la que vivía actualmente Hornfel. Hornfel ya no la necesitaría porque iba a trasladarse al Valle de los Thanes.
Grag oía las bravatas jactanciosas del enano oscuro y sonreía para sus adentros.
Pocos theiwars realizaban el transbordo desde el territorio de su clan al Árbol de la Vida, ya que era escaso el intercambio comercial entre theiwars y hylars en la actualidad. El muelle en el que los theiwars atracaban estaba vacío. Realgar y sus hombres sacaron a los cautivos del transbordador sin que nadie se fijara en ellos. Sin embargo, una vez que entraron en las calles se cruzaron con la muchedumbre que todavía rondaba por allí y hablaba en tono acalorado del detestado neidar que buscaba «su» mazo. Pocos prestaron atención a los theiwars o a los sacos de arpillera manchados de sangre que cargaban. A los que lo hicieron se les dijo que los theiwars habían hecho «matanza de cerdos».
Grag y sus guías se separaron de Realgar. Los enanos que andaban por las calles lanzaron miradas torvas al draconiano y, como se suponía que era un Alto, le tocó aguantar sus insultos. Eso no lo afectó en absoluto y siguió adelante, sonriente, arrastrando por los adoquines los pies envueltos en trapos para ocultar las garras.
Los theiwars condujeron a Grag a la parte de la ciudad donde los Altos se albergaban. No habían avanzado mucho cuando dos figuras se apartaron de las sombras del edificio donde habían permanecido ocultas y se acercaron de prisa a los guías del draconiano. Eran theiwars. Parlotearon en su jerga enana durante largos segundos; los dos señalaron la posada mientras reían entre dientes y hacían muecas. Luego indicaron con un gesto a dos enanos hylars tirados en un callejón, atados de pies y manos y con sacos cubriéndoles la cabeza.
Grag esperó con paciencia a que alguien le dijera qué pasaba. Por fin, uno de los theiwars se volvió hacia él.
—Hecho. Puedes ir a informar a tu amo que los Altos están muertos.
—Tengo órdenes de comprobarlo personalmente —dijo Grag—. ¿Dónde están los cuerpos?
El theiwar se puso ceñudo.
—En esa posada al final de la calle, pero es una pérdida de tiempo y alguien podría descubrirnos. Los hylars podrían llegar en cualquier momento.
—Correré el riesgo —insistió el draconiano, que echó a andar hacia el edificio y entonces se detuvo y señaló a los enanos hylars—. ¿Qué pasa con ésos? ¿Están muertos?
—Pues claro que no —replicó el theiwar, desdeñoso—. Nos los llevamos con nosotros.
—Sería más fácil matarlos —comentó Grag.
—Pero menos lucrativo —repuso el theiwar con una mueca burlona.
Grag puso los ojos en blanco.
—¿Seguro que los Altos de ahí dentro han muerto o es que planeáis retenerlos para pedir rescate? —preguntó, severo.
—Puedes verlo por ti mismo, lagarto —se mofó el theiwar y le señaló una ventana rota.
Grag se asomó por ella y reconoció a los humanos de Pax Tharkas. Allí estaba el caballero solámnico, que ya no tenía un aspecto tan caballeresco despatarrado bajo la mesa. El semielfo yacía a su lado. El mago estaba desplomado en una silla. A Grag le alegró ver al mago entre los muertos. Había sido un tipo enfermizo y débil, según lo recordaba el bozak, pero los hechiceros siempre daban problemas. El guerrero musculoso y grandullón estaba tendido junto a la puerta. Seguro que el veneno había tardado más en hacerle efecto a él. Quizás había intentado salir para pedir auxilio.
—Parecen muertos —admitió—, pero tengo que examinar los cuerpos para asegurarme.
Se encaminó hacia la puerta y de repente se encontró con todos los theiwars alineados delante de él y asestándole una mirada fulminante entre las rendijas de los ojillos casi cerrados.
—¿Y ahora qué pasa? —demandó.
Uno de los theiwars lo apuntó con un dedo mugriento.
—No se te ocurra saquear los cuerpos. Cualquier cosa de valor que tengan encima nos pertenece a nosotros.
Todos los demás theiwars asintieron con un enérgico cabeceo.
Grag los miró con asco y empezó a empujarlos para abrirse paso. Los theiwars parecían decididos a oponerse, pero Grag dejó claro que no estaba dispuesto a aguantar tonterías. Llevó la mano a la empuñadura de la espada y los theiwars, sin dejar de rezongar, se apartaron a un lado de la puerta. Cuando Grag la abrió, dos theiwars se colaron dentro como rayos, se acuclillaron al lado del grandullón que estaba caído cerca de la puerta y empezaron a dar tirones de las botas de piel para quitárselas. Los otros dos entraron también a la carrera y se dirigieron directamente al mago muerto.
El draconiano entró más despacio, sin apartar los ojos del caballero. Los malditos solámnicos eran huesos duros de roer a la hora de acabar con ellos. De hecho, a Grag le pareció que el caballero tenía un aspecto muy saludable para estar cadáver. Grag había desenvainado la espada y se inclinaba sobre el solámnico para comprobar si quedaba pulso en él cuando a su espalda estalló un coro de chillidos aterrados; los gritos se cortaron bruscamente con un repugnante ruido que le recordó el que harían melones demasiado maduros al reventar, aunque era el de dos cabezas theiwars que chocaron una contra otra.
A eso lo siguió casi de inmediato un destello cegador, un alarido y una maldición. El caballero y el semielfo, los dos, se incorporaron a un tiempo, con celeridad. Medio cegado por el estallido de luz, Grag arremetió contra ellos con la espada. El semielfo volcó la mesa y paró eficazmente la estocada.
—¡Es un draconiano! —gritó el caballero a la par que blandía su espada.
Grag se agachó y esquivó el golpe.
—¡No lo matéis! ¡Atrapadlo vivo! —gritó alguien.
El bozak imaginó que sólo contaba consigo mismo para librar esa batalla y una ojeada a la ventana le demostró que estaba en lo cierto. Los dos theiwars que seguían vivos, chamuscados pelo y barba, corrían tan de prisa como podían calle abajo.
Grag los maldijo entre dientes. Tenía dos guerreros competentes y expertos ante él, pero el que más le preocupaba era el mago que estaba a su espalda. Grag estaba a punto de superar al semielfo cuando oyó un cántico. De repente se sintió soñoliento y se tambaleó. Sabía reconocer un conjuro cuando lo oía entonar y luchó contra sus efectos, pero la magia lo venció.
Lo último que vio mientras se desplomaba en el suelo fueron pétalos de rosa que descendían suavemente sobre su cabeza.
* * *
—Así es como los enanos oscuros sabían de nuestra llegada y de la presencia de los refugiados —dijo Raistlin.
Estaba de pie junto al inconsciente draconiano mientras Sturm y Caramon ataban las manos y los pies con garras de la criatura.
»Te advertí en la reunión del Consejo, Tanis, que era importante saber eso.
—Ya he dicho dos veces que lo siento —protestó el semielfo, impaciente—. La próxima vez te haré caso, lo prometo. Ahora la cuestión es ¿qué significa esto? ¿Qué hacen los draconianos en Thorbardin?
—Lo que significa es que Verminaard y sus tropas están aliados con los enanos —manifestó Sturm.
Tanis sacudió la cabeza. Se apartó y de repente asestó un violento puntapié a la pata de la mesa.
—¡Maldita sea! ¡Insté a los refugiados a que abandonaran el valle donde estaban a salvo y los he conducido directamente a una trampa! ¿Cómo puedo haber sido tan estúpido?
—Puede que algunos enanos estén aliados con la Reina Oscura —dijo lentamente Raistlin, que pensaba en voz alta—, pero no creo que Thorbardin haya caído en su poder. No nos habrían llevado ante el Consejo de ser así. Dudo que Hornfel o los otros thanes estén enterados de esto y si quieres más pruebas de ello, Tanis, fíjate que este draconiano va disfrazado. Si los draconianos mandaran en Thorbardin éste no habría intentado ocultar su identidad. Mi suposición es que Verminaard se ha aliado con los enanos oscuros, lo que significa Realgar y posiblemente ese otro thane, Ranee.
—Eso tiene sentido, Tanis —opinó Sturm—. Es probable que Hornfel y los otros no sepan nada de esto.
—Que es la razón por la que los theiwars nos arrojaron piedras cuando entramos en Thorbardin y han intentado envenenarnos ahora —terció Caramon—. ¡Tienen miedo de que se lo contemos a Hornfel!
—Que es exactamente lo que vamos a hacer —dijo Raistlin—. Debemos mostrarle este ejemplar, que es la razón por la que os urgí a no matar al draconiano.
—Estoy de acuerdo en que hay que llegar hasta Hornfel, pero ¿cómo? —planteó el semielfo.
—Ésa es la parte fácil —dijo Sturm, sombrío—. Sólo tienes que salir por la puerta. Los enanos que te prendan te llevarán inmediatamente ante los thanes.
—Eso, si antes no lo matan —comentó Raistlin.
—Iré yo —se ofreció Sturm.
—Tú no hablas enano —arguyó Tanis—. Dadme un tiempo razonable para encontrar a Hornfel. Esperad aquí un poco y después traed al draconiano a la Sala de los Thanes.
Bajó la vista hacia el bozak, que empezaba a volver en sí.
—Creo que está recobrando el conocimiento. Deberías echarle otro hechizo.
—He de dosificar mis fuerzas —respondió el mago—. Un golpe en la cabeza servirá igual y yo no tendré que agotarme más.
—No ocasionará problemas, Tanis, no te preocupes —aseguró Caramon mientras abría y cerraba las manazas.
El semielfo asintió con la cabeza. Pasó por encima de los muebles rotos y de los dos theiwars que yacían en el suelo y luego se paró en la puerta.
—¿Qué pasa con Flint? ¿Y con Tas?
—Están fuera de nuestro alcance —repuso quedamente Raistlin—. Ahora ya no podemos hacer nada para ayudarlos.
—Excepto rezar —añadió Sturm.
—Eso te lo dejaré a ti —dijo Tanis, que a continuación salió de la posada para que lo arrestaran.