34

La Tumba de Duncan

Otro Kharas más

—El yelmo estaba maldito —dijo Arman con la voz temblorosa por la ira y el miedo. Se giró hacia Flint—. ¡Nos has llevado a nuestra perdición con engaños!

A Flint se le retorcieron las entrañas. Imaginó durante un instante horrible lo que sería quedar aprisionado allí, hasta morir de hambre, y entonces recordó el roce de las manos de piedra del príncipe y la sensación de paz que lo había inundado.

—Imagino que no esperarías entrar y encontrar el Mazo tirado en el suelo, ¿verdad? —le preguntó a Arman—. Se nos pondrá a prueba, tanto si nos gusta como si no, antes de hallarlo. Tal vez muramos, pero no nos trajeron hasta aquí para morir.

Arman meditó sobre aquello.

—Seguramente tienes razón —dijo, más tranquilo—. Tendría que habérseme ocurrido. Una prueba, claro, para ver si somos dignos.

La luz del sol penetraba en rayos oblicuos por las aspilleras. Arman rebuscó en un saquillo de cuero que llevaba en el cinturón y sacó un trozo de pergamino amarillento doblado. Lo desplegó con sumo cuidado y luego se acercó a la luz para examinarlo.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó Flint con curiosidad.

Arman no contestó.

—Es un mapa —dijo Tasslehoff, que se había acercado al enano y se asomaba por encima de su hombro—. Me encantan los mapas. ¿De dónde es?

Arman cambió de postura para darle la espalda al kender.

—De la tumba —dijo—. Lo dibujó el arquitecto que la construyó. Ha pertenecido a nuestra familia durante generaciones.

—¡Entonces todo lo que tenemos que hacer es usar el mapa para encontrar el Mazo! —exclamó Tas, entusiasmado.

—No, cabeza de chorlito, no podemos hacer eso —dijo Flint—. El Mazo se guardó después de que Duncan fue enterrado aquí. Es imposible que esté indicado en el mapa. —Miró a Arman—. ¿O sí?

—No —contestó el enano joven mientras estudiaba el mapa. Luego alzó la vista y miró a su alrededor y de nuevo bajó la vista al mapa.

—¿Te importa si echo una ojeada? —preguntó Flint.

—Es un mapa muy antiguo y muy frágil —arguyó Arman—. No debería toquetearse. —Dicho esto se lo guardó debajo del cinturón.

—Pero al menos nos indicará por dónde salir —comentó Tas—. Tiene que haber una puerta principal.

—¿Y de qué te serviría eso cuando estamos flotando a decenas de metros del suelo, cabeza hueca? —demandó Flint.

—Oh. Sí, claro.

El arco mágico a través del que habían pasado también se habría añadido tras la muerte de Duncan, sin duda creado por la misma fuerza poderosa que había arrancado la tumba del suelo y la había elevado hasta las nubes. La misma fuerza que aún podía estar al acecho en el interior de la tumba, aguardándolos.

Arman paseó por la estancia, escudriñó los rincones oscuros y se asomó por las aspilleras para echar vistazos al lejano valle. Se volvió hacia Flint.

—Lo primero que deberías hacer es buscar la salida.

—Buscaré lo que he venido a buscar: el Mazo —repuso el viejo enano, hosco.

Como si la palabra la hubiese conjurado, la nota musical resonó de nuevo. Ya no era débil, como se había oído desde abajo, sino profunda y melodiosa. Mucho después de que el sonido se hubo apagado, las vibraciones todavía seguían en el aire.

—Ése ruido pasa a través de mí de la cabeza a los pies. Hasta lo noto en los dientes —dijo Tas, encantado. Alzó la vista al techo y señaló—. Viene de allí arriba.

—Aquí hay una escalera que sube —informó Arman desde el lado opuesto de la estancia. Hizo una pausa y luego añadió con aire estirado—: Lamento haber perdido los nervios. No volverá a pasar, te lo aseguro.

Flint asintió con la cabeza, evasivo. Tenía intención de realizar su propia inspección a la estancia.

—¿Dónde estamos, según el mapa?

—Ésta es la Sala de Enemigos —dijo Arman—. Ésos trofeos conmemoran las batallas del rey Duncan.

Varios escudos, armas y otros implementos de guerra estaban en exhibición junto con placas de plata grabadas que relataban los triunfos del rey Duncan sobre sus enemigos, incluidas sus hazañas en la famosa guerra contra los ogros. Sin embargo, no había trofeos de la última guerra, la más amarga y terrible por disputarla contra sus semejantes.

Flint sorprendió al kender en un intento de enarbolar una enorme hacha de guerra ogra.

—¡Suelta eso! —se indignó el enano—. ¿Qué más te has metido en los saquillos?

—No he traído saquillos —hizo notar Tas, pesaroso—. Tuve que dejarlos para ponerme la armadura enana.

—En los bolsillos, entonces —barbotó Flint—. Y si descubro que has robado algo…

—¡No he robado nada en mi vida! —protestó Tas—. Robar está mal.

Flint hizo una profunda inhalación.

—Bien, entonces si descubro que has «tomado prestado» algo o has recogido alguna cosa que alguien «dejó caer…».

—Robar a los muertos está muy, pero que muy mal —aseguró Tas con solemnidad—. Y a veces hasta acarrea maldiciones.

—¿Me vas a dejar que acabe alguna frase? —rugió el viejo enano.

—Sí, Flint —contestó Tas, sumiso—. ¿Qué querías decir?

—Se me ha olvidado. Ven conmigo. —Flint estaba que echaba chispas.

Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la esquina en la que Arman había indicado que había una escalera. Tas se desvió hacia uno de los expositores y soltó un pequeño cuchillo con empuñadura de hueso que, a saber cómo, había conseguido colársele por la manga de la camisa arriba. Dio una palmadita al cuchillo y suspiró, tras lo cual se reunió con Flint; éste contemplaba con atención varios martillos de guerra que había apoyados contra una pared.

—Supongo que estará bien que tú robes a los muertos —dijo Tas.

—¿Yo? —dijo Flint, furioso—. Yo no…

Se interrumpió al no saber muy bien qué decir.

—¿Y qué me dices del Mazo? —preguntó Tas.

—Eso no es robar —contestó el enano—. Es… hallar. Ésa es la diferencia.

—¿Así que si yo «hallo» algo puedo quedármelo? —quiso saber el kender. Después de todo, había hallado el cuchillo con mango de hueso en la manga de su camisa.

—¡Yo no he dicho eso!

—Pues claro que lo has dicho.

—¿Dónde está Arman? —Flint se había dado cuenta de repente de que Tas y él se encontraban solos.

—Me parece que ha subido por esa escalera —señaló Tas—. Cuando no chillas lo oigo hablar con alguien.

—¿Con quién rayos va a hablar? —se preguntó Flint, inquieto. Prestó atención y, en efecto, le pareció oír dos voces, una de las cuales pertenecía sin duda a Arman.

—¡Un fantasma! —dedujo Tas e hizo intención de correr hacia la escalera.

Flint sujetó al kender por el faldón de la camisa.

—No tan de prisa.

—¡Pero si es un fantasma no quiero perdérmelo! —gritó Tas al tiempo que se retorcía para soltarse.

—¡Chitón! Quiero oír de qué hablan.

Flint se acercó a la angosta escalera sin hacer ruido; Tas lo siguió, sigiloso. Además de estrecha, la escalera era empinada y no veían dónde conducían los peldaños. Poco después, Flint jadeaba y empezaba a sentir calambres en los músculos de las piernas. Continuó subiendo y de pronto se paró en seco. Dos de los peldaños de piedra sobresalían hacia afuera en un ángulo extraño y dejaban un hueco del tamaño justo para que cupiese un humano grande, más o menos. Del interior salía una luz.

—Ah, un pasadizo secreto —gruñó Flint.

—¡Me encantan los pasadizos secretos! —Tas empezó a colarse por el hueco. Flint lo asió por el tobillo y lo sacó a rastras.

—Primero yo.

El viejo enano entró a gatas al pasadizo. Al otro extremo había una pequeña puerta de madera entreabierta. Flint atisbó por el resquicio. Tas no veía nada al taparle Flint, así que forcejeó para hacerse sitio y meter la cabeza.

—La cámara mortuoria —susurró Flint—. El rey yace ahí. —Se quitó el yelmo.

Un sarcófago de mármol ornamentado se alzaba en el centro de una estancia. Tallada encima, yacía la figura del rey. Al otro extremo había dos enormes puertas de bronce y oro cerradas. Ésas grandes puertas sólo se habrían abierto en ocasiones especiales, como el aniversario de la muerte del Rey Supremo. Alrededor del sepulcro, silenciosas hileras de estatuas de guerreros enanos montaban guardia para siempre. La luz arrancaba destellos de un yunque de oro situado a los pies del sarcófago y de una armadura completa de oro y acero.

Arman estaba arrodillado, con el yelmo en el suelo, a su lado. De pie ante él y contemplándolo había un enano de cabello blanco y luenga barba blanca. La edad había encorvado al anciano, pero incluso encorvado era más alto que Flint y de constitución imponente.

—No es un fantasma —susurró Tas, desilusionado—. Sólo es un viejo enano. Sin ánimo de ofender, Flint.

—¡Calla! —ordenó Flint, que le dio un puntapié al kender.

—Es un honor hallarme en tu presencia, gran Kharas —dijo Arman con voz estrangulada por la emoción.

A Flint se le desorbitaron los ojos y enarcó las cejas como si fueran a salírsele de la frente.

—¿Kharas? ¿Ha dicho Kharas? —preguntó Tas—. Ya tenemos dos Kharas: Arman y el muerto. ¿Es éste otro? ¿Cuántos hay?

Flint le dio otro puntapié, y Tas se calló y se frotó las doloridas costillas.

—Ponte en pie, joven —dijo el anciano—. No deberías inclinarte ante mí. No soy un rey, sino simplemente alguien que guarda el descanso del rey.

—Llevas aquí todos estos siglos —dijo Arman, sobrecogido—. ¿Por qué no volviste con tu pueblo, gran Kharas? Necesitamos de tu dirección a toda costa.

—Ya ofrecí consejo a mi pueblo —repuso el anciano con acritud—, pero no lo quería. No estoy en esta tumba por elección propia. Puede decirse que se me exilió a este lugar, que la insensatez de mi pueblo me mandó aquí.

Flint estrechó los ojos y se dio tirones de la barba.

—Qué modo de hablar tan extraño —masculló.

Arman había agachado la cabeza, avergonzado.

—Hemos sido unos necios, gran Kharas, pero todo eso cambiará ahora. Volverás con nosotros, nos traerás el Mazo y estaremos unidos bajo un único rey.

El provecto enano observó al joven con atención.

—¿Por qué has venido aquí, Arman Kharas?

—Para… rendir homenaje al rey Duncan —balbució Arman.

—Viniste por el Mazo, creo. —Kharas sonrió con tristeza.

—¡Lo necesitamos! —protestó a la defensiva Arman, sonrojado—. Nuestro pueblo sufre, los clanes están divididos. La Puerta Norte, clausurada durante siglos, se ha abierto. Hay rumores de guerra en el mundo de la superficie y me temo que la habrá también bajo la montaña. Si pudiera llevar el Mazo a Thorbardin, mi padre sería Rey Supremo y él… —Enmudeció sin acabar la frase.

—Y él ¿qué? ¿Qué haría? —preguntó suavemente Kharas.

—Uniría a los clanes. Daría la bienvenida a la montaña a nuestros parientes, los neidars. Abriría las puertas a humanos y elfos y restablecería las relaciones comerciales y los negocios.

—Unas metas encomiables —dijo Kharas mientras asentía sabiamente con la cabeza—. ¿Por qué necesitas el Mazo para llevarlas a cabo?

Arman parecía desconcertado.

—Tú mismo lo dijiste hace mucho tiempo, antes de irte: «Sólo cuando llegue un enano bueno y honesto a unir las naciones, reaparecerá el Mazo de Kharas. Será el símbolo de su rectitud…».

—¿Y eres tú ese enano? —preguntó Kharas.

Arman se irguió, con la cabeza bien alta.

—Soy Arman Kharas —respondió enorgullecido—. Hallé el camino hasta aquí cuando ningún otro supo encontrarlo en trescientos años.

—¿Cómo que él encontró el camino aquí? —Flint estaba ceñudo.

—¡Chist! —Ahora fue Tas el que le dio un puntapié.

—¿Por qué llevas el nombre de Kharas? —preguntó el viejo enano.

—¡Porque eres un gran héroe, naturalmente!

—Él no tenía intención de convertirse en un héroe —musitó Kharas—. Sólo era una persona fiel a sus convicciones que hizo lo que creyó que era correcto. —Miró fijamente a Arman antes de preguntar—. ¿Cómo te llamas?

—Arman Kharas —respondió el enano joven.

—No, así es como te haces llamar, pero ¿cuál es tu nombre? —insistió Kharas.

—No sé qué quieres decir. —Arman había fruncido el entrecejo—. Ése es mi nombre.

—Hablo del nombre que te dieron al nacer.

Arman se había puesto rojo como la grana.

—¿Y eso qué importa? Mi nombre es el que yo digo que es. Lo elegí y, al hacerlo, una bendita luz roja…

—Sí, sí —lo interrumpió Kharas con impaciencia—. Ya sé todo eso. ¿Cómo te llamas?

Arman abrió la boca. Volvió a cerrarla y tragó saliva. Había enrojecido aún más. Masculló algo.

—¿Qué? —Kharas se inclinó hacia él.

—Picazo —dijo Arman en tono hosco—. ¡Me llamo Picazo, pero Picazo no es nombre de héroe!

—Podría serlo —argumentó Kharas.

Arman sacudió la cabeza.

Flint gruñó; al oír el ruido, el vetusto enano giró la cabeza y lanzó una mirada penetrante hacia el pasadizo secreto. Flint retrocedió hacia las sombras y tiró del kender hacia atrás.

Kharas sonrió y se atusó la blanca barba. Luego se volvió hacia Arman.

—No has venido solo, ¿verdad? —dijo.

—Han venido otros dos conmigo. Mis sirvientes —añadió Arman, al desgaire.

—¡Sus sirvientes! —exclamó Tas—. ¿Has oído eso, Flint?

El kender esperaba que su amigo estallara en cólera o saliera corriendo y atizara a Arman con el mazo o se pusiera hecho una furia o quizá las tres cosas a la vez.

Sin embargo, Flint siguió en el mismo sitio y se limitó a darse pequeños tirones de la barba.

—¿Lo has oído, Flint? —insistió Tas en un sonoro susurro—. ¡Te ha llamado su sirviente!

—Lo he oído —contestó Flint. Dejó de darse tirones en la barba y se puso a atusarla.

—Así que sirvientes. Entonces supongo que no hace falta ponerlos a prueba —manifestó Kharas.

Una ráfaga de aire cerró la puerta de golpe y faltó poco para que le pillara el copete a Tas.

—¡Qué maleducado! —exclamó el kender, que sacudió la cabeza justo a tiempo de apartar el pelo.

—¡Ábrela! —ordenó Flint, ceñudo.

Tasslehoff sacudió la manija de la puerta y se quedó con ella en la mano.

—¡Ups!

—Tendrás una ganzúa, ¿verdad? —gruñó Flint—. Para variar, podría sernos de utilidad.

Tas se tanteó los bolsillos.

—Debo de haberlas dejado en uno de mis saquillos.

—¡Oh, por amor de Reorx! —rezongó el enano—. ¡Para lo único que sirves de vez en cuando es para forzar alguna que otra cerradura y ahora resulta que ni siquiera puedes hacer eso!

Flint acercó la oreja a la cerradura.

—¿Oyes algo? —preguntó el kender.

—No.

—¡Más vale que nos marchemos! —apremió Tas al tiempo que tiraba de la manga a su amigo—. El viejo y verdadero Kharas conducirá a nuestro Kharas hasta el mazo. ¡Tenemos que adelantarnos!

—Esto no es una carrera —contestó Flint, pero de repente dio media vuelta y empezó a bajar la escalera a toda velocidad, tan de prisa que pilló desprevenido al kender, así que Tas tuvo que apresurarse cuando reaccionó para poder alcanzarlo.

—El verdadero nombre de Arman es Picazo y el de su hermano Pico. ¡Pico y Picazo! —El kender rio divertido—. ¡Tiene gracia!

Flint no hizo comentario alguno. Llegó a la Sala de Enemigos y se puso a registrar la estancia. Golpeó las paredes y pateó el suelo para ver si había alguna trampilla.

—¡Maldita sea! ¿Cómo vamos a salir de aquí?

—¿Serviría esto? —Tas metió la mano en un bolsillo y sacó un trozo de pergamino doblado—. Es el mapa de Arman. Lo hallé, en serio —añadió poniendo énfasis en el verbo.

Le tendió el mapa a Flint.

El enano vaciló un instante antes de cogerlo.

—Se le debió de caer a Arman —masculló Flint.