Falso Metal
Extraños compañeros de cama
La promesa de Flint
Los compañeros tenían la impresión de que acababan de acostarse cuando Arman Kharas los despertó aporreando la puerta. Encontrándose a gran profundidad bajo la superficie y privados de la luz del sol, era imposible calcular la hora, pero Arman les aseguró que en el mundo exterior los primeros rayos de sol doraban las cumbres nevadas de las montañas.
—¿Cómo lo sabes? —rezongó Caramon. No le hacía gracia que lo hubieran despertado «en mitad de la noche», como dijo él, sobre todo cuando sufría los efectos de haber bebido demasiada cerveza.
—Hay sitios en Thorbardin desde donde se puede ver el sol y regulamos los relojes de agua guiándonos por ello. Hoy verás uno de esos sitios —añadió en tono solemne, dirigiéndose a Flint—. El Valle de los Thanes.
Sturm dirigió una mirada sombría a Tanis, que sacudió la cabeza y miró a Flint, que ponía todo su empeño en no mirar a nadie. El viejo enano iba por la sala de un lado a otro, ocupado con distintas tareas, como vestirse la armadura, ponerse el casco con la «melena de grifo» y colgarse al cinto el Yelmo de Grallen.
Tanis vio el cambio de expresión de Sturm y supo lo que el caballero iba a decir; intentó impedírselo, pero ya era demasiado tarde.
—Flint, sé razonable. Llévate a uno de nosotros —pidió en tono severo.
Flint se volvió hacia Arman.
—Me hará falta un arma. No pienso hacer frente a lo que quiera que arrancara esa tumba del suelo sin tener empuñada mi hacha de guerra.
Arman Kharas se sacó el mazo ornamentado del correaje que llevaba a la espalda. Lo contempló con pesar y después se lo tendió a Flint.
—Eso es tuyo —dijo el enano mayor—. Quiero mi hacha de guerra.
Su rechazo hizo que Arman frunciera el entrecejo.
—Se te ha dado a conocer la forma de hallar el verdadero Mazo. Tendrías que ser tú quien llevara la réplica. Se hizo especialmente para este momento. Es mi homenaje a Kharas. Lo llevarás a la tumba del rey en honor a Kharas.
Flint no supo qué decir. Se habría sentido mucho más a gusto con su hacha de guerra, pero no quería herir los sentimientos del joven enano más de lo que ya se los habían herido.
Alargó la mano, asió el martillo de guerra y casi lo dejó caer. Sospechó la razón de que Arman se lo hubiera dado. Era pesado y difícil de manejar; su manufactura era buena, pero no lo era su diseño. Ensayó un par de golpes de un lado a otro y faltó poco para que aquel trasto le rompiera la muñeca.
Observó con desconfianza a Arman para ver si sonreía. Sin embargo, la expresión de Arman era seria y Flint comprendió que el joven enano no lo había hecho con segunda intención. Le tendió la mano.
—La acepto en un gesto de amistad —dijo.
Arman vaciló, pero después se la estrechó con aire estirado.
—Quizás hemos juzgado mal a Arman —comentó Tanis, a lo que Sturm soltó un resoplido desdeñoso.
—Va por ahí con un martillo mágico que es falso. Me parece que eso sólo viene a confirmar que está loco.
Raistlin pareció que iba a decir algo, pero cambió de idea. Miró a Flint y al mazo con aire pensativo.
—¿Qué? —le preguntó el semielfo.
—Deberías intentar otra vez hablar con Flint.
Tanis podría haberle contestado que era una pérdida de tiempo, pero se acercó a su viejo amigo, que seguía preparando el equipo. Tasslehoff se había ofrecido a ayudarlo, con el resultado de que Flint echó en falta su cuchillo favorito. Se giró inmediatamente hacia el kender, lo asió y se puso a sacudirle los saquillos sin hacer caso de los gritos de protesta de Tasslehoff.
—Sturm, quiero decirte algo —llamó Raistlin.
El caballero no se fiaba del extraño brillo en las pupilas en forma de reloj de arena del mago, que lo acompañó hasta una ventana.
—¿Ése martillo es una réplica exacta del mazo verdadero? —le preguntó Raistlin en voz baja.
—Sólo he visto el Mazo en cuadros, pero a mi juicio es idéntico —contestó Sturm.
—¿Cómo distinguiría alguien el verdadero de la copia?
—El Mazo tiene fama de ser ligero de peso, pero cuando golpea lo hace con la fuerza del dios que hay tras él y cuando el verdadero Mazo cae sobre el sagrado Yunque de Thorbardin suena una nota que se puede oír en cielo y tierra.
Raistlin echó una ojeada al mazo falso. Introdujo las manos en las bocamangas de la túnica y se inclinó hacia el caballero para hablar en susurros.
—Flint podría cambiarlos.
Sturm lo miró de hito en hito, ya fuera porque no le comprendía o porque no quería comprenderle.
—Flint tiene el mazo falso —explicó Raistlin—. Sólo tendría que reemplazarlo por el verdadero. Se queda con el real y entrega el otro a los enanos.
—Notarán la diferencia —arguyó Sturm.
—Creo que no. —El mago sonrió—. Puedo echar un hechizo al martillo falso para recrear los efectos que me has descrito, o al menos lo bastante parecidos para que los enanos no sean capaces de diferenciarlos durante bastante tiempo. Una vez que Arman tenga el mazo en su posesión, el que lleva toda su vida buscando, no lo examinará detenidamente para descubrirle algún fallo. Puedo hacerlo, pero necesito tu ayuda —añadió.
—No tomaré parte en eso —rechazó Sturm al tiempo que sacudía la cabeza.
—¡Pero así se resolverían todos nuestros problemas! —insistió el mago, que posó la mano en el brazo del caballero. Sturm dio un respingo a su contacto, pero siguió escuchándolo—. Damos a los enanos lo que quieren. Nosotros tenemos lo que queremos. Una vez que las Dragonlances se hayan forjado, podrás traérselo de vuelta. No se habrá perjudicado a nadie… y se habrá beneficiado a muchos.
—No es… honorable —adujo Sturm.
—Bueno, si lo que quieres es honor, entonces, por supuesto, eleva una plegaria honrosa por los niños pequeños mientras los dragones de la Reina Oscura les calcinan la carne y se la arrancan de los huesos. —Los dedos de Raistlin presionaron el brazo del caballero—. Puede que tú tengas derecho a elegir el honor antes que la vida, pero piensa en quienes no tienen elección, en los que padecerán y morirán bajo el dominio de la Reina Oscura. Y tendrá el dominio, Sturm. Sabes tan bien como yo que las fuerzas del bien, las insignificantes fuerzas del bien que existen, no pueden hacer nada para detenerla.
Sturm se quedó callado. Raistlin veía y percibía el conflicto en el que se debatía el caballero. Los músculos del brazo estaban tensos, los ojos le brillaban, tenía los puños apretados. No sólo pensaba en los inocentes, sino también en sí mismo. Podría llevar el Mazo a los caballeros, sería el elegido para forjar las legendarias Dragonlances. Sería el salvador de las gentes de Solamnia, de las del mundo entero.
Raistlin adivinaba mucho de lo que pasaba por la mente de Sturm y casi no erró en sus suposiciones. El mago imaginaba que a Sturm lo había seducido un sueño de gloria cuando, en realidad, la idea de todos los inocentes que sufrirían con la inminente guerra afectaba profundamente al caballero. En su imaginación volvía a ver las ruinas calcinadas y los niños masacrados de Queshu.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó el caballero, que pronunció las palabras como si hablara con renuencia. Jamás había imaginado que accedería a ayudar a Raistlin a tejer uno de sus enredos. Se recordó a sí mismo los inocentes.
—Tienes que hablar con Flint —instruyó Raistlin—. Cuéntale el plan. A mí no querrá escucharme.
—No estoy seguro de que me escuche a mí —dijo Sturm.
—¡Al menos tenemos que intentarlo! Métele la idea en la cabeza. —Raistlin hizo una pausa y después añadió suavemente—: No le digas nada a Tanis.
Sturm comprendió. Tanis se opondría a un plan así. No sólo era deshonesto, sino también peligroso. Si los enanos lo descubrían, podría significar la muerte para todos ellos, pero las Dragonlances era su mayor esperanza de ganar la guerra… Algo que el semielfo se negaba, obcecado, a comprender.
El caballero hizo un breve asentimiento con la cabeza. Raistlin sonrió para sí desde las sombras de la capucha. Había obtenido una victoria sobre el virtuoso caballero, derribándolo de su pedestal de altivez. En el futuro, cuando los sermones moralizadores de Sturm resultaran tediosos, lo único que tendría que hacer sería musitar las palabras: «El Mazo de Kharas».
—Me llevaré a Tanis aparte para que puedas hablar con Flint.
El semielfo había recuperado el cuchillo de tallar de Flint y había enviado a Tasslehoff a investigar un ruido extraño que afirmaba haber oído en la parte trasera del edificio. Flint y él hablaban del viaje —es decir, Tanis hablaba y Flint no decía palabra— cuando Raistlin se acercó y le preguntó al semielfo si podía hablar con él.
—Me preocupa la salud de Caramon —dijo Raistlin con gesto grave—. No se siente bien esta mañana.
—Lo que pasa es que bebió demasiado, nada más —contestó Tanis—. Tiene resaca. No es la primera vez que lo vemos así. Habría dicho que estarías acostumbrado a eso a estas alturas.
—Creo que es algo más serio que una resaca —insistió el mago—. Algún tipo de enfermedad. Ven a echarle un vistazo, por favor.
—Tú sabes de enfermedades más que yo, Raistlin…
—Querría que me dieras tu opinión, semielfo. Sabes lo mucho que te respeto.
Tanis no lo sabía, en absoluto; pero, por si acaso se daba la remota posibilidad de que Caramon se hubiera puesto enfermo realmente, el semielfo acompañó a Raistlin hasta la cama donde el guerrero yacía con un paño húmedo sobre los ojos.
Raistlin aguardó, solícito, junto a su hermano mientras Tanis le echaba una ojeada a Caramon. La mirada del mago estaba pendiente de Sturm y de Flint. No oía su conversación, pero no le hacía falta. Supo exactamente cuándo el caballero le habló al enano del cambio de mazos, porque Flint se quedó boquiabierto y contempló a Sturm mudo de asombro. Luego, fruncido el entrecejo, sacudió la cabeza con fuerza.
Sturm siguió hablando con él, presionándolo. El caballero se mostraba vehemente, serio. Ahora se refería a los inocentes. Flint sacudió la cabeza otra vez, pero con menos fuerza. Sturm siguió hablando y Flint empezó a prestar atención a lo que le decía. Lo estaba pensando. El enano echó una ojeada a Arman y luego al mazo falso. Tenía un profundo ceño. Sus ojos buscaron a Raistlin, que le sostuvo la mirada sin pestañear, firmemente. Flint desvió los ojos. Le dijo algo a Sturm, que giró sobre sus talones y se encaminó con premeditada indiferencia hacia Raistlin.
—¿Cómo se encuentra el pobre Caramon? —preguntó el caballero en tono sombrío, como quien vela junto a un lecho de muerte.
Raistlin negó con la cabeza y suspiró.
—Bebió demasiado, eso es todo —dijo Tanis, exasperado.
—A lo mejor fue la carne de gusano —sugirió Raistlin.
—¡Oh, dioses! —gimió Caramon, que se apretó el estómago, rodó en la cama para levantarse, corrió hacia un rincón y vomitó en el cubo de aguas sucias.
—¿Ves, Tanis? —dijo Raistlin en tono de reproche—. ¡Mi hermano está muy enfermo! Lo dejo a tu cuidado. He de hablar un momento con Flint antes de que se vaya.
—Y yo querría decirte algo, Raistlin —intervino Sturm—. Si puedes dedicarme unos instantes.
Los dos echaron a andar y dejaron a Tanis, que los siguió con la mirada, asombrado y rascándose la barba.
—¿Qué se traerán entre manos esos dos? Hacer frente común para presionar a Flint, supongo. Allá ellos, que tengan suerte.
Se acercó a Caramon para tranquilizar al guerrero asegurándole que no había comido carne de gusano.
—Flint ha prometido que al menos se lo planteará —dijo Sturm.
—Entonces tendrá que planteárselo pronto —contestó Raistlin—. Necesito tiempo para ejecutar el hechizo y nuestro joven amigo está impaciente por emprender la marcha.
Arman se hallaba junto a la puerta, cruzado de brazos. Cada dos por tres fruncía el entrecejo, soltaba un suspiro y daba golpecitos con la puntera de la bota en el suelo.
—Cuando lo hayamos encontrado hemos de llevar el Mazo al Templo de las Estrellas —informó Arman—. Le dije a mi padre que estaríamos allí al ocaso, si no antes.
Flint se quedó mirándolo fijamente.
—Pero ¿qué crees tú? ¿Que sólo tenemos que entrar tranquilamente en la tumba, coger el Mazo y salir tan campantes?
—No lo sé —repuso fríamente Arman—. Tú eres el que sabe cómo encontrarlo.
Flint gruñó algo y sacudió la cabeza. Cerró el petate, lo alzó del suelo y se lo echó al hombro. Los ojos del enano se encontraron con los de Raistlin, y Flint hizo un leve gesto de asentimiento con la cabeza.
—¡Lo hará! —le dijo el mago a Sturm, exultante—. Pero hay un problema. El hechizo que tengo que lanzar es uno de transmutación, pensado para reducir un objeto.
—¿Reducir? —repitió el caballero, espantado—. ¡No queremos que el mazo sea más pequeño!
—Soy consciente de ello —repuso Raistlin, irritado—. Mi plan es modificar el conjuro de forma que reduzca el peso del martillo, no el tamaño. Hay una mínima posibilidad de que cometa un error. De ser así, nuestro plan se descubriría.
—En tal caso no deberíamos continuar —opinó Sturm, enfadado.
—Es una mínima posibilidad —señaló el mago—. Minúscula.
Se inclinó hacia Flint, que le dirigió una mirada hosca bajo las pobladas cejas.
—Ésta réplica es una obra de excelente manufactura —dijo Raistlin—. ¿Podrías dejármela un momento para examinarla más de cerca?
Flint miró a su alrededor. Arman había dejado de guardar la puerta y había salido para intentar calmar su creciente frustración con paseos arriba y abajo. Tanis se encontraba al otro extremo de la sala y hablaba con Caramon. Despacio, el enano alargó la mano hacia el martillo, lo sacó del correaje con torpeza y se lo tendió.
—Pesa bastante —advirtió.
Raistlin lo tomó, lo sopesó y después fingió que examinaba las runas.
—Resultaría más fácil de llevar si fuera menos pesado —dijo Flint, que jugueteó con las correas de la armadura, nervioso.
—¿Nos mira alguien? —susurró el mago.
—No —contestó Sturm mientras se atusaba el bigote—. Arman ha salido y Tanis está con tu hermano.
Raistlin cerró los ojos. Asió el martillo con una mano mientras que la otra la pasaba sobre el metal cincelado con runas. Inhaló ligeramente y a continuación pronunció palabras extrañas que a Flint le hicieron sentir la misma sensación que cuando un insecto le subía por la pierna. Lamentó su decisión y ya alargaba la mano hacia el martillo para asirlo, cuando Raistlin exhaló un suspiro y abrió los ojos.
—Sí que pesa —dijo mientras se lo tendía—. Acuérdate de ir con cuidado cuando lo manejes.
Obviamente, el hechizo había fallado. Flint sintió alivio. Aferró el mazo y casi se cayó de espaldas por el impulso. El martillo era tan ligero como la pluma de gallina que guardaba el kender en un saquillo.
Los ojos de Raistlin relucieron. El mago metió las manos en las bocamangas de la túnica.
Flint miró el mazo de arriba abajo, pero no veía ningún cambio. Iba a ponerlo de nuevo en el correaje cuando su mirada se encontró con la de Raistlin y recordó justo a tiempo que se suponía que el mazo pesaba mucho. Al enano no se le daba muy bien fingir y lamentó por partida doble haber accedido a tomar parte en el plan, pero ya era demasiado tarde.
—Bueno, pues me voy —anunció. Iba un poco encorvado hacia adelante, como doblado por el peso del mazo; en realidad lo sentía como un peso en su conciencia.
—Ojalá reconsideraras tu decisión —dijo Tanis, que se acercó para despedirse de él—. Aún estás a tiempo de cambiar de opinión.
—Ajá, lo sé. —Flint se frotó la nariz. Hizo una pausa, carraspeó y luego añadió con voz gruñona—: ¿Querrás hacer un favor a este viejo enano, Tanis? Dame una oportunidad de hallar la gloria al menos una vez en mi aburrida vida. Sé que suena ridículo, pero…
—No —lo interrumpió el semielfo, que puso las manos en los hombros de su amigo—. No es ridículo en absoluto. Que Reorx te acompañe.
—No invoques a dioses en los que no crees, semielfo —repuso Flint iracundo—. Trae mala suerte.
Irguiendo los hombros, Flint salió para reunirse con Arman Kharas, que le dijo en un tono que no admitía discusión que era hora de emprender la marcha. Los dos echaron a andar, escoltados por soldados hylars. Dos de los guardias hylars se quedaron y ocuparon sus puestos a uno y otro lado de la puerta de la posada.
—Espero que no hayan olvidado el desayuno —suspiró Caramon mientras se sentaba en la cama.
—Creía que te sentías mal —increpó Raistlin en tono hiriente.
—Me siento mejor ahora que he vomitado. ¡Eh! —Caramon cruzó la sala, abrió la puerta y asomó la cabeza fuera—. ¿Cuándo comemos?
Tasslehoff se quedó mirando por la ventana hasta que Flint desapareció al girar en la esquina de un edificio. Entonces el kender se sentó pesadamente en una silla.
—Flint me prometió que podría ir con él a la tumba flotante —dijo Tas al tiempo que daba pataditas a los travesaños de la silla.
Tanis sabía que sería inútil intentar convencer al kender de que Flint no había hecho semejante promesa, así que lo dejó en paz, seguro de que habría olvidado todo al cabo de cinco minutos, cuando hubiera encontrado alguna otra cosa interesante. Sturm también miraba por la ventana.
—Podríamos ocuparnos de los guardias de la entrada, Tanis. Sólo son dos.
—Y luego ¿qué? —demandó Raistlin, mordaz—. ¿Cómo recorremos Thorbardin sin llamar la atención? ¿Nos hacemos pasar por enanos? Puede que el kender lo consiguiera, pero el resto de nosotros tendríamos que ponernos barbas falsas y caminar de rodillas.
El rostro de Sturm enrojeció por el sarcasmo del mago.
—Al menos podríamos intentar hablar con Hornfel, decirle lo preocupados que estamos por nuestro amigo. A lo mejor cambiaba de opinión.
—Bueno, supongo que podríamos pedir audiencia, pero dudo que tengamos éxito —comentó Tanis—. Dejó bien claro que sólo podían entrar enanos en la tumba sagrada.
Sturm siguió mirando por la ventana con aire sombrío.
—Flint va camino del Valle de los Thanes, el reino de los muertos, con un enano chiflado para protegerle las espaldas y el espíritu de un príncipe muerto para guiarlo —dijo el semielfo—. Preocuparse por él no servirá de nada.
—Pero rezar por él sí —repuso el caballero y acto seguido se arrodilló en el suelo.
—Me vuelvo a la cama —dijo Raistlin tras encogerse de hombros.
—Al menos hasta que llegue el desayuno —dijo Caramon.
No había nada más que hacer. Tanis también se metió en su cama y se quedó tendido boca arriba, mirando el techo. Mientras Sturm rezaba para sus adentros.
«Sé que lo que hice estuvo mal, pero lo hice por el bien de muchos —oró a Paladine. Entrelazó las manos con fuerza ante sí—. Como siempre he hecho…».
Tasslehoff dejó de dar pataditas a los travesaños de la silla. Esperó hasta que Sturm se quedó absorto en su comunión con el dios, hasta que Tanis cerró los ojos y su respiración se tornó regular y acompasada, hasta que oyó los ronquidos de Caramon y cesó la tos rasposa de Raistlin.
—Flint prometió que yo podría ir —murmuró Tas—. «Antes me llevaría al kender». Eso fue lo que dijo. Tanis está preocupado por él y no lo estaría ni la mitad si yo lo acompañara y cuidara de él.
Tasslehoff se despojó de sus saquillos. Separarse de ellos le causaba un gran dolor, pues sin ellos se sentía como si estuviese desnudo, pero haría ese sacrificio por su amigo. Se bajó de la silla y, moviéndose tan en silencio como sólo un kender era capaz cuando se lo proponía, abrió la puerta y salió sigilosamente.
Los dos soldados le daban la espalda. Estaban charlando y no lo habían oído.
—¡Hola! —dijo en voz alta.
Los guardias desenvainaron las espadas y giraron sobre sus talones más de prisa de lo que Tasslehoff habría creído capaces a unos enanos. No sabía que los enanos fueran tan ágiles, sobre todo si iban cargados con tanto metal.
—¿Qué quieres? —gruñó uno de ellos.
—¡Vuelve ahí dentro! —dijo su compañero, que señaló la posada.
Tas hablaba unas cuantas palabras del lenguaje enano. Hablaba unas cuantas de cualquier lenguaje, ya que siempre era útil saber decir «¡Pero si lo dejaste caer tú!», a desconocidos con los que uno se encontraba en el camino.
—Quiero mi jupak —pidió amablemente Tasslehoff. Los enanos lo miraron de hito en hito y uno hizo un gesto amenazador con su arma.
—Espada no —aclaró Tas, que malinterpretó la intención del gesto del soldado—. Jupak. Se pronuncia «ju», «pak», que se escribe «j, u, p, a, k» y en kender significa «jupak».
Los soldados seguían sin entender y empezaban a estar enfadados. Claro que Tasslehoff también empezaba a estarlo.
—¡Jupak! —repitió en voz alta—. Es eso que tenéis ahí, a ese lado.
Señaló la espada de Sturm y los soldados se volvieron para mirar.
—¡Ups! Me equivoqué —exclamó Tasslehoff—. Me refería a esto. —Un salto, un brinco y tuvo la jupak en las manos. Un salto, un golpe seco y atizó a uno de los soldados en la cara con el extremo romo del palo, tras lo cual utilizó la parte ahorquillada para asestar otro golpe seco en la tripa al segundo guardia.
Les propinó a ambos varios golpetazos en la cabeza para asegurarse de que no se levantaran demasiado pronto y fueran un incordio. Luego, eligiendo al más pequeño de los dos enanos, le quitó el yelmo.
—Qué buena idea la de Raistlin. ¡Me disfrazaré como un enano!
El yelmo le quedaba muy grande y le bailaba en la cabeza. La cota de malla enana le sobraba de ancho y de largo y pesaba seis toneladas por lo menos. La descartó y en su lugar se puso el coselete de cuero que el enano llevaba debajo. Consideraba buena la idea de una barba postiza y observó la del enano con aire pensativo, pero no tenía nada con lo que cortársela. Tas se quitó el casco, aflojó el copete, se echó el cabello por delante de la cara y luego volvió a encasquetarse el yelmo. Por debajo del casco le asomaba el largo cabello.
Lo malo era que todo el pelo le caía por delante de los ojos. Resultaba muy molesto porque no le dejaba ver bien y además no paraba de hacerle cosquillas en la nariz y lo hizo estornudar varias veces. Sin embargo, por un amigo se hacía cualquier sacrificio.
Tasslehoff se detuvo para echarse un vistazo en una ventana rota. Los resultados lo dejaron pasmado. Le pareció imposible que alguien notara la diferencia entre él y un enano. Echó a andar calle adelante a buen paso. Flint y Arman Kharas le llevaban bastante ventaja, pero Tas estaba convencido de que los alcanzaría.
Después de todo, Flint lo había prometido.