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Malas noticias

¿Quién va a regresar?

—¡Raistlin! ¡Caramon! ¡Sturm! ¡Hay un ejército de draconianos justo ahí fuera! —anunció Tas, que irrumpió en la armería a todo correr.

—¡Los draconianos planean atacar a los nuestros en el valle! —dijo Tika al mismo tiempo—. ¡Oímos al grandullón decírselo a sus soldados! El ataque llegará desde Pax Tharkas.

—Nos enteramos porque ahora entiendo el draconiano. —El kender alzó la voz para hacerse oír por encima de lo que hablaba Tika—. Oye ¿por qué lleva Sturm ese yelmo de aspecto raro?

Raistlin los miró colérico.

—No entiendo una palabra de lo que decís. ¡Hablad de uno en uno, por partes!

—Tas, ve a vigilar el corredor —ordenó la chica.

—Pero, Tika…

Ella lo fulminó con la mirada y Tasslehoff salió. La joven repitió lo que había dicho antes y continuó.

—Ésa tropa de draconianos es parte de una fuerza mayor. Los han apostado aquí para asegurarse de que los nuestros no vienen por esta ruta. Ha sido una suerte que Tas y yo viniésemos —añadió con una mirada desafiante a Raistlin—. En caso contrario no habríamos descubierto el peligro que corren los refugiados.

Raistlin miró a Caramon, que suspiró y sacudió la cabeza.

—Esto dificulta las cosas —dijo el mago.

—¿Qué? ¿Cómo? No entiendo. —Tika estaba desconcertada. No era ésa la reacción que esperaba.

Había confiado en que Caramon estuviese contento con ella. Bueno, contento tal vez no, porque les llevaba malas noticias, las peores que podía haber, pero al menos podría haberse mostrado contento porque Tas y ella habían descubierto el ataque a tiempo de tomar medidas.

Sin embargo, Caramon se limitó a quedarse plantado allí con aire preocupado e infeliz mientras Raistlin apretaba los labios con fuerza. No habría sabido decir la expresión que tenía Sturm porque el caballero llevaba puesto una especie de yelmo extraño que le tapaba la cara. En resumen, que todos actuaban de forma rara.

—¿Qué os pasa? Deberíamos ponernos en marcha de inmediato. Ahora mismo. ¿Y por qué lleva Sturm ese yelmo tan raro?

—Tiene razón, Raist —intervino Caramon—. Deberíamos regresar.

—¿Qué harán los refugiados una vez que les hayamos advertido? —demandó el mago—. ¿Dónde irán que estén a salvo? —Miró de soslayo al caballero—. A Thorbardin.

—Por supuesto que hemos de ir a Thorbardin —afirmó Sturm con un viso de impaciencia en la voz—. Ya nos hemos demorado demasiado. Yo me marcho. Si vais a acompañarme, humanos, venid pues.

Echó a andar hacia la puerta, pero Raistlin reaccionó con prontitud y se interpuso en su camino, tras lo cual posó la mano en el brazo del caballero.

—Queremos ir con vos, alteza, pero ha surgido una emergencia que hemos de solucionar antes. Si sois tan amable de tener un poco más de paciencia…

—¡Alteza! —Tika miró de hito en hito a Sturm y después preguntó a Caramon en voz baja—: ¿Le han dado otro golpe en la cabeza?

—Es una larga historia —contestó el guerrero, taciturno.

—Digamos que Sturm no es el mismo de siempre —intervino Raistlin en tono seco. Se volvió a mirar a su hermano—. Hemos de ir a Thorbardin con el caballero. Puede que no se nos presente otra oportunidad de encontrar el reino enano.

—No, hemos de regresar al campamento —insistió Tika.

—Riverwind es muy consciente de que puede haber un ataque —adujo el mago—. Estará preparado si se produce.

—¿Y por qué no hacemos las dos cosas? —preguntó Caramon—. Que el príncipe Grallen nos acompañe al campamento. Después el príncipe podrá conducir a los refugiados a Thorbardin y problema resuelto.

—¿El príncipe Grallen? ¿Quién es el príncipe Grallen? —quiso saber Tika, pero nadie le respondió.

—Una idea excelente, sólo que no funcionaría —repuso Raistlin de forma rotunda.

—Pues claro que sí —insistió el guerrero.

—Inténtalo y lo verás —dijo Raistlin al tiempo que se encogía de hombros—. Díselo al príncipe Grallen.

Caramon, que parecía sentirse muy incómodo, se dirigió hacia donde Sturm estaba parado cerca de la puerta y daba golpecitos con el pie en el suelo.

—Alteza, queremos ir a Thorbardin, pero antes daremos un pequeño rodeo. Tenemos unos amigos que están atrapados en un valle, hacia el norte…

Sturm se apartó de Caramon y le asestó una mirada iracunda a través de las rendijas superiores del yelmo.

—¡Al norte! No iremos al norte. Nuestra ruta es hacia el sur, a través de las llanuras de Dergoth. Habría agradecido vuestra compañía, humanos, pero si vais al norte, iréis solos.

—Te lo advertí —susurró Raistlin.

Caramon dio un profundo suspiro.

—¿Qué le pasa a Sturm? —preguntó Tika, asustada—. ¿Por qué habla de ese modo?

—El yelmo se ha apoderado de él —explicó Caramon—. Cree que es un príncipe enano que vivió hace trescientos años. Está empeñado en ir a Thorbardin.

—El yelmo no le permitirá hacer otra cosa —aclaró Raistlin—. Con un encantamiento no hay razonamiento que valga.

—¿Y si lo dejamos sin sentido de un golpe, lo atamos y lo llevamos a rastras? —preguntó la joven.

—Tika, estamos hablando de Sturm. —Caramon estaba horrorizado.

—Bueno, pues no lo parece —espetó ella—. Es el príncipe «No-sé-quién». —No entendía nada de aquello, pero sí había pillado lo suficiente para saber adonde llevaba la discusión y no le gustaba—. ¡Caramon Majere, nuestros amigos corren peligro! ¡No podemos abandonarlos así, sin más!

—Lo sé —contestó el hombretón con aire desdichado—. Lo sé.

—Dudo que pudiésemos dejarlo inconsciente —observó Raistlin—. El yelmo actuará para protegerlo de cualquier daño. Si intentamos atacarlo, luchará contra nosotros y alguien podría salir herido. El hecho de que Sturm crea ser un príncipe enano no significa que haya perdido su destreza con la espada.

Tika se interpuso entre Raistlin y Caramon. Le dio la espalda al mago y se enfrentó al guerrero, puesta en jarras, temblándole los rizos pelirrojos y los verdes ojos centelleándole.

—¡Con Thorbardin o sin Thorbardin, con príncipe o sin príncipe, alguien tiene que advertir a Riverwind y a los demás! Tú y yo deberíamos regresar, Caramon. Que tu hermano y Sturm vayan a Thorbardin.

—Sí, Caramon —intervino Raistlin en tono almibarado—. Márchate con tu amiga. Déjame solo para que haga todo el camino a través de las malditas llanuras de Dergoth en compañía de un caballero que se cree un enano. Moriremos los dos, por supuesto, y nuestra misión fracasará, pero vosotros dos lo pasaréis bien, no me cabe duda.

Tika estaba tan furiosa que faltó poco para volverse y soltar un bofetón a Raistlin en la dorada mejilla. Sin embargo, sabía que con eso sólo conseguiría empeorar las cosas. Clavándose las uñas en la carne para no perder los nervios, siguió mirando a Caramon y obligándolo a que la mirara, que hablara con ella, que pensara en ella y en lo que le decía.

—Raistlin exagera —argumentó—. Lo que intenta es hacer que te sientas culpable. ¡Es un hechicero! Tiene su magia y, como él mismo dice, el yelmo protegerá a Sturm y Sturm sabe cómo usar su espada. ¡Tienes que venir conmigo!

Caramon lo estaba pasando muy mal. Tenía la cara congestionada, de un intenso color rojo salpicado de manchas blancas. Miró a su gemelo y miró a Tika, tras lo cual se apartó de los dos.

—No sé —masculló.

Tasslehoff asomó la cabeza por la puerta.

—Estáis metiendo mucho ruido —advirtió con aire circunspecto—. ¡Os oigo chillar desde el fondo del corredor!

Tika se sumió en un silencio iracundo. Caramon aún no había dicho nada y Sturm empezó a pasear adelante y atrás, impaciente por ponerse en camino.

—Tú verás qué decides, hermano —dijo Raistlin.

—¿Y bien? —inquirió Tika.

El guerrero lanzó una mirada incómoda a la joven.

—Tengo una idea —dijo—. Ha sido un día muy largo y todos estamos cansados y hambrientos. Volvamos al túnel, comamos algo, descansemos y mañana hablamos de todo esto.

—Vas a irte con tu hermano —manifestó Tika con voz gélida.

—No lo sé —fue la evasiva respuesta de Caramon—. Aún no lo he decidido. Necesito pensarlo.

Los verdes ojos de Tika le asestaron una mirada torva que lo atravesó como una lanza. La muchacha salió de la estancia, airada.

—¡Tika, espera! —Caramon echó a andar en pos de ella.

—¿Dónde vas? —increpó Raistlin—. Tienes que ayudarme a convencer al príncipe de que se quede. No le agradará la demora.

El guerrero miró a la joven, que se alejaba corredor abajo en dirección a la biblioteca. Saltaba a la vista que estaba encolerizada.

—Tas, ve con ella —pidió Caramon en voz baja para que su hermano no lo oyera.

El kender echó a correr tras ella, obediente. Caramon los oyó hablar a los dos.

—Tika, ¿qué pasa? —inquirió Tas mientras corría para alcanzarla.

—Caramon es imbécil —respondió la joven, sofocada por la rabia—. ¡Y lo odio!

—¡Caramon! —llamó Raistlin, tajante—. ¡Te necesito!

Con un triste suspiro, el guerrero regresó junto a su gemelo.

Tras mucho hablar y razonar, Raistlin convenció al príncipe Grallen de que se quedara a pasar la noche en el Monte de la Calavera. Le dijo al príncipe que su hermano y él necesitaban descansar antes de emprender viaje y por fin el príncipe accedió, aunque de mala gana.

Regresaron a la biblioteca y desde allí, al túnel. Caramon, temeroso de que los draconianos los encontraran, quería cerrar la puerta. Raistlin señaló que los draconianos ignoraban la existencia del túnel y que estarían a salvo allí. Cerrar la puerta de piedra haría mucho ruido. La única razón de que los draconianos no hubiesen oído el estruendo la primera vez se debió a los rugidos del dragón. Naturalmente, tras ese argumento no hubo más discusión y la puerta se quedó abierta.

Tomaron una cena frugal ya que les aguardaba un largo viaje, fueran en una o en otra dirección, y debían racionar las vituallas. Sturm comió lo que le dieron y de inmediato se sumió en un sueño tan profundo que no lo habrían podido despertar.

Caramon se sentía tan desdichado que casi no probó bocado. Tika no le dirigió la palabra, ni siquiera lo miró. Estaba sentada con la espalda apoyada en el muro de piedra y masticaba el trozo de tasajo en silencio, con gesto taciturno. Raistlin comió poco, como siempre, y después se puso a estudiar sus conjuros tras ordenarles a todos que lo dejasen en paz. Se sentó en el suelo, arrebujado en la túnica para entrar en calor, con el libro apoyado en las rodillas y bañado por la luz del bastón.

Tasslehoff estaba fascinado con el Sturm convertido en enano. El kender se sentó al lado del príncipe y se puso a hablar con él mientras el príncipe estuvo despierto y cuando Sturm se quedó dormido el kender siguió sentado a su lado, observándolo.

—¡Pero si hasta ronca diferente de como lo hace Sturm! —informó Tas cuando Caramon se acercó para comprobar cómo le iba al caballero.

El hombretón miró a su hermano y después se agachó y aferró el yelmo.

—¿Vas a quitárselo de un tirón? ¡Eh, déjame ayudarte! —se ofreció Tas, entusiasmado—. ¿Puedo ponérmelo yo después? ¿Puedo ser el príncipe?

La única respuesta de Caramon fue un quedo gruñido. Tiró del yelmo, lo retorció y, cuando eso no funcionó, le dio un porrazo para ver si conseguía aflojarlo.

El yelmo aguantó firme, sin ceder un ápice.

—No vas a conseguir sacarlo como no le arranques la cabeza a Sturm y supongo que no es una posible alternativa, ¿verdad? —comentó el kender.

—No, no lo es.

—Qué pena —dijo Tas, decepcionado pero resignado—. En fin, si no puedo ser un enano, al menos tengo la diversión de ver a Sturm actuar como uno de ellos.

—Diversión —resopló Caramon.

Se recostó en la pared, cruzado de brazos, y buscó una postura cómoda en el duro suelo. Se había ofrecido a hacer la primera guardia. Tika se puso de pie, se sacudió las manos y se encaminó hacia él. El guerrero gimió para sus adentros y se preparó para lo que se avecinaba.

—¿Has cenado bien? —preguntó mientras se ponía de pie, nervioso.

Tika miró de soslayo a Raistlin y, al verlo absorto en la lectura, habló en voz baja:

—Ya has tomado una decisión. Te irás con tu hermano, ¿verdad?

—Mira, Tika, he estado pensando —empezó Caramon—. ¿Y si mañana nos dirigimos todos a Thorbardin? Nos reuniremos con Flint y Tanis y entonces Raistlin podrá quedarse con ellos y tú y yo regresaremos para advertir a los demás…

—Querrás decir que regresaremos para enterrarlos —lo interrumpió la joven, que después giró sobre sus talones y volvió a su sitio junto a la pared.

«No lo entiende —se dijo el guerrero para sus adentros—. No se da cuenta de lo débil que es Raistlin, de lo enfermo que se pone. Me necesita. No puedo dejarlo solo. A los refugiados no les pasará nada. Riverwind es listo y sabrá lo que tiene que hacer».

Raistlin, que sólo había fingido estar estudiando sus conjuros, sonrió para sí con satisfacción al ver que Tika se daba media vuelta. Cerró el libro de hechizos, lo guardó en la mochila que siempre le llevaba su hermano y, sintiéndose de pronto muy débil tras los grandes esfuerzos hechos ese día, apagó la luz del bastón y se durmió.

* * *

La noche avanzaba. La oscuridad en el túnel era impenetrable. Sentada contra la pared, Tika estaba despierta y escuchaba los distintos sonidos: los ronquidos sonoros de Sturm, el arrastrar de pies de Caramon, las vueltas y sacudidas en sueños de Tas y otros ruidos que quizás los hacían ratas o tal vez no.

Caramon soltó un descomunal bostezo y, tanteando en la oscuridad, encontró al kender y lo sacudió.

—No puedo seguir despierto más tiempo —susurró—. Sustitúyeme.

—Claro, Caramon —contestó Tas con voz adormilada—. ¿Te parece bien que me siente al lado de Sturm? A lo mejor se despierta y entonces podré preguntarle al príncipe si me deja que me ponga el yelmo aunque sólo sea un rato.

Caramon masculló algo sobre que el príncipe y el yelmo podían irse derechos al Abismo por lo que a él concernía. Al oír que se acercaba donde estaba ella, Tika se tumbó rápidamente y cerró los ojos, aunque probablemente él no la vería en la oscuridad.

El guerrero la llamó.

—Tika —susurró, vacilante.

Ella no contestó.

»Tika, intenta entenderlo —pidió, quejumbroso—. Tengo que ir con Raist, me necesita.

Siguió callada. Entonces Caramon soltó un sonoro suspiro y, tropezando con los pies de Sturm, avanzó a tientas hasta encontrar su petate y se tumbó en él. Cuando empezó a roncar, Tika se puso de pie. Encontró la mochila y la antorcha y se acercó con sigilo a donde Tasslehoff se entretenía empujando con la punta de la jupak a Sturm con el propósito de despertarlo.

—Tas, necesito que me enciendas esta antorcha —pidió Tika en voz queda.

Siempre dispuesto a hacer un favor, el kender rebuscó en uno de sus saquillos. Sacó un yesquero y en un santiamén la antorcha ardía con fuerza. Tika contuvo la respiración, casi esperando que la luz despertara a los durmientes. Raistlin masculló algo, se echó la capucha sobre los ojos y se dio la vuelta. Sturm ni se movió. Caramon, que en cierta ocasión había seguido dormido durante el ataque de un ogro, siguió roncando.

La joven soltó un suspiro suave. No era su intención despertarlo, pero en parte se sintió decepcionada.

—¿Recuerdas tú que he hecho con mi espada? —le preguntó a Tas.

El kender se quedó pensativo un momento.

—Te la quitaste cuando trepamos a la pasarela. Supongo que te la olvidaste allí con todo el jaleo. Seguramente aún sigue tirada en esa columna caída, en la fortaleza.

Tika suspiró para sus adentros. Ningún guerrero de verdad habría olvidado dónde había dejado su espada.

—¿Quieres que vaya a buscarla? —preguntó Tas, anhelante.

—¡Desde luego que no! —contestó la joven—. Quién sabe qué cosas espantosas merodean por allí de noche. Fíjate lo que le ha pasado a Sturm.

Ahora le llegó el turno a Tas de suspirar para sus adentros. Había gente que tenía más suerte que nadie. No era justo.

—Préstame Mataconejos —pidió Tika.

Tas dio una palmadita afectuosa a la daga que llevaba al cinto antes de pasársela a Tika.

—No la pierdas. ¿Dónde vas? —preguntó el kender.

—Vuelvo al campamento para advertir a los otros.

—¡Voy contigo! —Tas se levantó de un salto.

—No. —Tika sacudió los pelirrojos rizos—. Estás de guardia, ¿recuerdas? No puedes marcharte.

—Ah, sí, tienes razón —convino el kender y Tika, que esperaba más oposición, se sorprendió. Había temido que surgiría una discusión por ese asunto.

—Iré si realmente me necesitas —le dijo Tas—. Pero si no, prefiero quedarme. No me quiero perder lo de Sturm siendo un enano. Es algo que no se ve todos los días. Despertaré a Caramon.

—No, ni hablar —se negó la joven, muy seria—. Intentaría detenerme.

Se metió la daga en el cinturón y se colgó la mochila al hombro.

—¿De verdad vas a ir sola? —preguntó el kender, impresionado.

—Sí. Y no le digas nada a nadie, ¿entendido? Hasta mañana, ni media palabra. ¿Lo prometes?

—Lo prometo —contestó Tas, rápido y locuaz.

Tika conocía a Tasslehoff y sabía que para el kender las promesas eran como pelusas, fáciles de quitar sacudiéndolas con la mano. Lo miró muy seria.

—Tienes que jurarlo por todos los objetos que guardas en los saquillos —dijo—. Que todos se vuelvan cucarachas y se escapen de noche si rompes tu juramento.

A Tas se le abrieron los ojos como platos ante una posibilidad tan espantosa.

—¿Tengo que hacerlo? —preguntó mientras se retorcía—. Ya lo he prometido…

—¡Júralo! —espetó Tika con voz terrible.

—Lo juro. —Tas tragó saliva.

Bastante segura de que aquel juramento tremendo lo mantendría al menos durante unas horas, las suficientes para darle una buena ventaja, Tika echó a andar túnel adelante. Sin embargo, sólo había recorrido unos pasos cuando se acordó de algo y dio media vuelta.

—Tas, dale un recado a Caramon de mi parte, ¿quieres?

Tasslehoff asintió con la cabeza.

—Dile que lo entiendo. En serio.

—Se lo diré. Adiós, Tika. —Tas agitó la mano.

El kender tenía la impresión de que ese asunto de irse ella sola no estaba bien. Debería despertar a alguien; entonces pensó en todas las cosas maravillosas que guardaba en sus saquillos y las imaginó convirtiéndose en cucarachas y escabullándose, y ya no supo qué hacer. Volvió a sentarse al lado de Sturm e intentó encontrar un modo de soslayar el juramento. La luz que llevaba Tika fue disminuyendo en la distancia más y más hasta que el kender dejó de verla y él aún no había discurrido una forma de salir del apuro.

Siguió pensando y pensó con tanta fuerza que las horas pasaron sin que se diese cuenta.

* * *

Resultó que Raistlin se equivocaba al suponer que los draconianos no conocían la existencia del túnel. Deambulando por la biblioteca en busca de botín, un baaz había descubierto el túnel secreto. Se encontraba dentro cuando oyó regresar a los humanos. Los tuvo encima antes de darse cuenta y se quedó atrapado. El baaz se planteó atacarlos, ya que sólo eran cinco y uno era un kender renacuajo y otro, una hembra.

Al verla, el baaz tuvo una idea mejor. Mataría al resto, la capturaría viva a ella, se divertiría un poco y luego la llevaría a rastras hasta sus compañeros para cambiársela por aguardiente enano. El baaz se retiró a una distancia segura por el oscuro túnel y espió al grupo.

Dos de los humanos eran guerreros que llevaban la espada con segura facilidad. Otro era un despreciable hechicero que se apoyaba en un bastón que arrojaba luz, y el brillo le hacía daño en los ojos al baaz. El draconiano odiaba y desconfiaba de todos los que hacían magia; decepcionado, decidió dejar en paz al grupo, al menos de momento. Tal vez alguno se quedaba dormido mientras hacía guardia y entonces se acercaría a hurtadillas y los mataría mientras dormían.

Al parecer, el baaz iba a seguir sufriendo decepciones, porque el guerrero grande hizo la primera guardia y permaneció alerta todo el tiempo. El draconiano no se atrevió a mover una sola garra por miedo a que lo oyera. Entonces el hombretón despertó al kender y las esperanzas del draconiano renacieron, porque hasta los de su raza sabían que los kenders, aunque de sabor delicioso, no eran de fiar. También sabía que los kenders tenían un oído muy fino y una vista incluso mejor, y ése parecía estar más alerta de lo habitual. También permaneció totalmente despierto.

El baaz se había acomodado para pasar una larga noche de aburrimiento cuando su suerte sufrió un inesperado cambio. La hembra humana encendió una antorcha, habló algo con el kender y después echó a andar túnel adelante, sola. Pasó justo por delante de él, que se había agazapado en las sombras y sin mover un solo músculo. Si hubiese vuelto la cabeza habría visto el brillo de la luz de la antorcha reflejado en sus escamas de latón y sus ojos rebosantes de lujuria. Pero ella caminaba con la cabeza gacha, fija la mirada en los pies. No lo vio.

El draconiano esperó en tensión a que el kender o alguno de los otros fuera en pos de ella, pero ninguno lo hizo.

Moviéndose muy despacio y con cuidado para evitar que las garras de las patas sonaran en el suelo de piedra, el baaz se deslizó sigilosamente detrás de la hembra humana.

Tendría que dejarla llegar lo bastante lejos de los demás antes de abordarla, para que nadie la oyera gritar.