Nota de la autora

No escribo el tercer volumen de mi autobiografía para no perjudicar a personas vulnerables. Eso no significa que la haya novelado. En este libro no hay referencias a personas reales, salvo en el caso de un personaje muy secundario.

Espero sobre todo, haber sido capaz de recrear el espíritu de la década de los sesenta, una época que, vista retrospectivamente y comparada con lo que vino después, parece sorprendentemente inocente. Hubo en ella poco de la maldad de los setenta o de la fría codicia de los ochenta.

Algunos acontecimientos ambientados a finales de los setenta y principios de los ochenta sucedieron en realidad una década después.

La Campaña por el Desarme Nuclear se opuso a que el Gobierno tomara medidas para proteger a la población de las consecuencias de un posible ataque o accidente nuclear, incluso de la lluvia radiactiva, pese a que la protección de los ciudadanos debería ser la principal responsabilidad de cualquier gobierno.

Muchos trataron a aquéllos que creían en la conveniencia de velar por la seguridad de la población como enemigos; los agredieron con insultos —el más leve de los cuales era «fascistas»— y en ocasiones físicamente. Amenazas de muerte, sustancias desagradables introducidas por el buzón de la puerta…, toda la gama de hostigamientos mafiosos. Nunca ha habido una campaña más histérica, alborotadora e irracional.

Los estudiosos de la dinámica de los movimientos de masas encontrarán toda la información al respecto en los archivos de los periódicos; algunos me han escrito cartas con frases como: «Fue una locura. ¿A qué venía todo aquello?»