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Su edificio se encontraba sin energía eléctrica, lo cual me pareció extraño, así que no toqué el interfón ni el timbre de su departamento, sino que subí por las escaleras hasta su piso y aporreé la puerta tres veces: Es el FBI, grité. Pronto unos pasos se acercaron, alguien deslizó la mirilla y no pudo contener un ataque de tos. Finalmente oí el ruido de dos candados y dos llaves. Skal sostenía junto a su rostro una linterna y no había quitado la cadena de seguridad. ¿Por qué no me contó lo de su ataque?, quise ahorrar explicaciones. ¿Quiere saber si valió la pena? Pensé que nunca me dejaría entrar, pero por fin quitó la cadena, se dejó caer en el sillón de su escritorio y cerré la puerta tras de mí. Skal miró a sus monstruos, iluminados por resplandecientes veladoras que les imprimían un aspecto todavía más tétrico, y tomé asiento. A pesar de que la ventana estaba abierta no se sentía la más leve brisa por el departamento. Era la primera vez que asistía a una de esas reuniones, comentó, ¿y dicen que los debutantes siempre tienen suerte? Había escuchado rumores de la existencia de ese grupo, pero nunca les presté atención, ni soñé con unirme a ellos; en primer lugar porque lo que proyectaban no era muy relevante, y en segundo, porque iba en contra de lo que yo hacía. Yo descubro, bueno, titubeó, descubría filmes perdidos, de manera que verlos una vez y dejar que volvieran al anonimato era como encontrar la cura contra la polio, aplicarla a un grupo de personas y esconderla para siempre. Una aberración, ¿no lo cree?, algo tan anti natura como estos monstruos. ¿El filme aún existe? No lo sé, señor Mc Kenzie. No sé cómo explicarlo, pero algo no estaba bien esa noche, podía percibirse en el ambiente, hasta respirarse. Nunca se había retrasado tanto una proyección, el amigo que me había invitado no podía ocultar su preocupación, estas reuniones siempre duran un par de horas y hasta la vista, baby. Esto no es normal, recalcó, mientras miraba a los demás asistentes, quienes también se mostraban muy inquietos. Esperé treinta minutos más y me fui. No sabe la cantidad de bromas que se han jugado con presuntas exhibiciones del filme a lo largo de más de tres décadas, ésa parecía ser una más, y no iba a perder mi tiempo. Así que lamento decepcionarlo, fui apuñalado sin motivo. Los que le atacaron buscaban el filme, ¿sabe que es el único sobreviviente de esa noche? ¿Cómo? La reacción de Skal me pareció natural. Sabía de la muerte de su amigo, pero siempre creyó que su deceso fue parte de un asalto, y le volvió la tos cuando le conté de todas las demás. ¿Por qué alguien mataría por este filme? Ni siquiera se sabe si es tan bueno… El mundo es un lugar extraño, señor Mc Kenzie. Algunos coleccionistas desarrollan deseos e impulsos demasiado fuertes por ciertas piezas, sobre todo por aquellas que son únicas. Poseer algo único, irrepetible, puede cambiar a más de un ser humano, no lo dude. El cine es diferente, hay la posibilidad de que exista más de una copia de un objeto, y eso, como coleccionista, corroe, enoja, consume. ¿Qué haría usted si tuviera la única copia del filme y de repente supiera que existe una más? La buscaría y destruiría. El perro, intervino Skal, cuando ya no puede comer más, orina lo que queda de alimento. Nuestra naturaleza también es egoísta. Si Da Vinci hubiera pintado una copia de La Gioconda para sí mismo, ¿la que se encuentra en el Louvre tendría el mismo valor? Poseer algo singular nos vuelve únicos, diferentes al resto de los mortales, nos hace especiales, y nadie, créamelo, nadie quiere volver a ser ordinario en un mundo como éste.

Colocó una serie de papeles sobre el escritorio: Yo también seguí las mismas huellas que usted, pero con mejores resultados, dijo Skal. Leí con cierta dificultad debido a la escasa luz y comprendí que eran cartas y documentos dirigidos a Emma Philbin Tichenor. Las fechas y ciudades en los matasellos del correo le daban la razón: las mujeres de la familia Tichenor se movían como si por sus venas corriera sangre gitana. Cuando una persona se cambia con tanta frecuencia de un lugar a otro sólo hay dos causas: persigue algo o es perseguida. Debía averiguar en cuál de esas dos se encontraba esa mujer. Una serie de estados de cuenta bancarios llamaron mi atención. Había dos meses entre uno y otro, el mismo tiempo en que tarda en procesarse un cambio de domicilio ante el banco. Abrí el primero. Es delito federal violar la correspondencia, dijo Skal, con una leve sonrisa. En cuanto terminé de leer el contenido, supe que la nieta de Tichenor no podría escapar otra vez.

Cuando Browning se decidió a filmar la cinta, relató Skal, omitiendo nuevamente el título, como quien evita pronunciar una palabra tabú, buscaba capitalizar las noticias del éxito que la versión teatral de Drácula tenía en Londres; la viuda de Bram Stoker ya había logrado mediante un juicio por plagio quemar casi todas las copias de Nosferatu, por lo que nadie se arriesgaría a filmar algo que pudiera parecerse a la novela; sin contar que en aquellos años, los estudios no estaban interesados en historias sobrenaturales si no tenían una explicación lógica, agregó. El maquillaje de Chaney, como seguramente debe saber, resultó escalofriante: se fabricó una dentadura afilada de caucho endurecido, tan incómoda que sólo podía usarla algunos minutos, expandió sus párpados con la ayuda de alambres, y se untó yema de huevo en los ojos para que lucieran vidriosos. Su fama no radica únicamente en ser considerada la primera película norteamericana de vampiros, situación que podría discutirse, sino en que se convirtió en la primera cinta de terror envuelta en el escándalo, al ser acusada de incitar un crimen, relató Skal. El 23 de octubre de 1928, en Londres, un carpintero de veintiocho años llamado Robert Williams y Julia Mangan, una criada de veintidós, fueron encontrados en Hyde Park con la garganta cercenada por una navaja. Ella murió de camino al hospital, pero Robert sobrevivió, aunque terminó acusado de locura y asesinato en un primer juicio; sin embargo, en el juicio posterior, su abogado defensor alegó que Williams, después de ver la cinta Londres después de medianoche, fue poseído por una visión de Lon Chaney que le llevó a cometer el crimen. El acusado confesó sentir como si su cabeza, llena de vapor, estuviera a punto de explotar y un hierro candente le quemara los ojos. Aseguró bajo juramento que vio a Lon Chaney en una esquina, gesticulando y gritándole. Negó poseer una navaja, y mucho menos haberla usado contra la chica; sólo recordaba a una enfermera lavando sus pies al despertar en el hospital. Un doctor opinó que el acusado sufrió alguna clase de locura epiléptica, mientras que su abogado defensor admitió que el maquillaje de Chaney era un terrible y horrorífico espectáculo. A pesar de los argumentos presentados por la defensa, el jurado consideró que el acusado difícilmente pudo sufrir de locura o epilepsia, por lo que fue condenado a muerte; sin embargo, tres semanas después, una recomendación del ministro del Interior indultó al condenado por razones médicas, afirmó Skal. Pareciera que estamos hablando de algo más que sólo una vieja película perdida, le hice notar. Si fuera usted, señor Mc Kenzie, advirtió con seriedad, me sentiría afortunado y dejaría las cosas tal como están. No me crea cobarde, ni que intento asustarle, me gustaría que considerara esto como el primer aviso de advertencia de alguien que recibió siete puñaladas en una sola noche. El resplandor de un relámpago iluminó por unos segundos el lugar, Skal miró con sobresalto a sus monstruos, como si súbitamente hubieran cobrado vida, y luego a mí. Cuando cayó el trueno una fuerte ventisca recorrió el cuarto, apagó las velas, y la oscuridad terminó de tender su manto sobre los monstruos y nosotros. Entonces crujió una de las figuras. Quizás era el conde Drácula.