Cuando Celaena terminó de contarle a Dorian la misma historia que había compartido con Chaol —si bien una versión algo más reducida—, él lanzó un sonoro suspiro y se dejó caer en la cama.
—Parece algo sacado de un libro —dijo mirando hacia el dosel.
Celaena se sentó al otro lado del lecho.
—Por momentos, yo también creí que me había vuelto loca, os lo aseguro.
—¿Así que de verdad abriste un portal a otro mundo? ¿Con ayuda de las marcas del Wyrd?
Ella asintió.
—Bueno, y vos lanzasteis a ese ser por los aires como si fuera una hoja al viento.
No lo había olvidado, claro que no. Ni por un instante había dejado de tener presente lo que implicaba el hecho de que el príncipe tuviera facultades mágicas.
—Fue pura suerte —Celaena se volvió a mirar a Dorian, aquel príncipe suyo, tan inteligente y modesto—. Aún no puedo controlarlo.
—Hay alguien en el sepulcro —repuso ella— que a lo mejor podría daros algún consejo al respecto. Es muy posible que sepa algo sobre la clase se poder que habéis heredado —en aquel preciso instante no sabía cómo explicarle quién era Mort, así que dijo—: Un día de estos, podríamos bajar juntos a conocerlo.
—¿Es…?
—Ya lo veréis cuando lleguemos allí. Si acaso se digna a hablar con vos. Puede que tarde un poco en decidir si le caéis bien o no.
Al cabo de un momento, Dorian le tomó la mano a su amiga y, llevándosela a los labios, le estampó un rápido beso. No fue un gesto romántico; más bien de agradecimiento.
—Aunque las cosas hayan cambiado entre nosotros, lo que te dije tras el duelo con Cain iba en serio. Siempre daré las gracias por tenerte en mi vida.
A Celaena se le hizo un nudo en la garganta. Le apretó la mano.
Cuando vivía, Nehemia soñaba con una corte capaz de cambiar el mundo, una corte en la que la lealtad y el honor se valorasen más que la obediencia ciega y el poder. El día que la princesa murió, Celaena creyó que aquel sueño se había esfumado para siempre.
Sin embargo, al mirar ahora a Dorian, que le devolvía la mirada sonriendo, al contemplar a aquel príncipe tan listo, considerado y amable, que se granjeaba la fidelidad de buenas personas como Chaol…
Celaena se preguntó si el sueño imposible y desesperado de Nehemia no tendría aún alguna posibilidad de hacerse realidad.
Aunque la pregunta clave, en aquellos momentos, era si el rey sabía la amenaza que su propio hijo representaba.
El rey de Adarlan debía reconocer el mérito de Chaol; el plan era audaz y despiadado. Además, no solo serviría de advertencia a Wendlyn sino a todos los enemigos de la corona. Dado el embargo que existía entre ambos reinos, Wendlyn no permitía que los hombres de Adarlan cruzaran la frontera. Sin embargo, dejaban entrar a las mujeres y a los niños que buscaban refugio. Así pues, era imposible enviar a nadie… A nadie, salvo a la campeona.
El rey posó la vista en la mesa del consejo, en la cual esperaba sentado el capitán, aguardando una respuesta. El padre de Westfall y cuatro hombres más habían secundado la propuesta al instante. Otra inesperada muestra de astucia por parte del capitán. Se había asegurado de llevar aliados a la reunión.
Dorian, sin embargo, miraba a Chaol con una expresión de sorpresa apenas disimulada. Saltaba la vista que Westfall no le había pedido a Dorian que apoyase su decisión. Ojalá el capitán fuera su heredero; poseía la perspicacia de los buenos guerreros y no vacilaba en tomar decisiones drásticas. El príncipe aún tenía que desarrollar aquel tipo de crueldad.
Además, estaba encantado con la idea de separar a la asesina de su hijo. Sabía que la chica cumplía con su deber… pero no la quería cerca del príncipe.
Por la mañana, la asesina le había presentado la cabeza de Archer Finn, ni un día más tarde de lo prometido, y le había explicado lo que había descubierto: que Archer era el responsable de la muerte de Nehemia como consecuencia de la relación de ambos con aquel grupo de traidores. No le sorprendía que Nehemia estuviera implicada.
Ahora bien, ¿qué opinaría la asesina sobre la idea del viaje?
—Convocad a la campeona —ordenó.
En el silencio subsiguiente, los miembros del consejo empezaron a murmurar y Dorian intentó captar la atención de Chaol. El capitán, sin embargo, evitaba la mirada del príncipe.
El rey esbozó una leve sonrisa mientras jugueteaba con la sortija que siempre llevaba en el dedo. Lástima que Perrington no estuviera allí para presenciar aquello. Se encontraba en Calaculla, ocupándose de la rebelión de los esclavos. Las noticias al respecto eran tan secretas que los mensajeros tenían que renunciar a sus propias vidas. Al duque le habría divertido mucho el giro actual de los acontecimientos. Pero echaba en falta la presencia de Perrington también por otras razones, más importantes que aquella. De haber estado allí, podría haberle ayudado a averiguar quién había abierto un portal la noche anterior.
Lo había percibido en sueños; un súbito cambio en el tejido del mundo. Había permanecido abierto solo unos pocos minutos antes de que alguien volviera a cerrarlo. Cain había muerto; ¿qué otro habitante del castillo poseía aquel tipo de conocimiento o poder? ¿Sería la misma persona que había asesinado a Baba Piernasdoradas?
Posó la mano en Nothung, su espada. No habían encontrado el cuerpo, pero el rey no se había tragado ni por un momento que Piernasdoradas hubiera desaparecido sin más. La mañana siguiente a su desaparición, había acudido a la feria en persona a inspeccionar el decrépito carromato. Había visto los restos de sangre negra en el suelo de madera.
Piernasdoradas era venerada como una reina entre las de su clan. Era considerada la líder indiscutible de una de las tres brutales facciones que habían destruido a la familia Crochan hacía quinientos años. Se lo habían pasado en grande borrando de la faz de la tierra a gran parte de las mujeres Crochan, que habían gobernado con justicia a lo largo de mil años. Si el rey invitó a la feria a instalarse en el castillo, fue precisamente para reunirse con ella; para comprarle unos cuantos espejos y descubrir qué quedaba de la alianza Dientes de Hierro, antaño tan poderosa como para dividir en dos el Reino de las Brujas.
Por desgracia, la bruja había muerto sin llegar a proporcionarle ninguna información útil. Y le fastidiaba mucho no saber cómo había sucedido. La sangre de Piernasdoradas había sido derramada en su castillo; otras podrían acudir a pedirle explicaciones y algún tipo de retribución. Si llegaban, estaría preparado.
Porque había criado nuevas monturas para sus crecientes ejércitos en las sombras del abismo Ferian. Y sus guivernos necesitaban jinetes. En aquel momento, se abrieron las puertas de la sala del consejo. La asesina cruzó el umbral, tan erguida e insufriblemente altiva como siempre. Tomó nota de todos los detalles antes de detenerse a un paso de la mesa y hacer una reverencia.
—¿Su Majestad me ha mandado llamar?
No lo miró a los ojos, como de costumbre. Con la excepción de aquel maravilloso día en que prácticamente había despellejado vivo al consejero Mullison. Una parte de él lamentaba tener que sacar al pusilánime consejero de las mazmorras.
—Tu compañero, el capitán Westfall, acaba de plantearnos una idea bastante… peculiar —dijo el rey a la vez que señalaba a Chaol con un movimiento de la mano—. ¿Por qué no se la explicáis, capitán?
El capitán se revolvió en la silla y luego se puso en pie para mirarla a los ojos.
—He sugerido que deberíamos enviaros a Wendlyn con el propósito de liquidar al rey y a su heredero. Mientras estéis allí, recabaréis información sobre sus planes de defensa navales y militares. Así, cuando el caos se apodere del país, podremos traspasar los impracticables arrecifes y conquistarlo.
La asesina contempló en silencio al capitán unos instantes, y el rey advirtió que el príncipe se había quedado muy, muy quieto. Luego, la campeona esbozó una sonrisa torcida y cruel.
—Será un honor prestar ese servicio a la corona.
El rey no había llegado a averiguar el significado de la marca que había brillado en la frente de la asesina durante el duelo. La marca del Wyrd resultó ser indescifrable. Podía significar «sin nombre» o bien «innombrable»; algo relacionado con el concepto «anónimo» en cualquier caso. Ahora bien, bendecida por los dioses o no, a juzgar por la maligna sonrisa que exhibía, al rey no le cabía duda de que disfrutaría con la misión.
—De paso, podríamos divertirnos un poco —musitó el rey—. Wendlyn celebrará el baile del solsticio dentro de pocos meses. ¿Cómo le sentaría al reino que el monarca y su hijo perdieran la vida en las mismas narices de toda la corte, precisamente el día de la gran celebración?
Aunque el capitán desplazó los pies, incómodo ante el inesperado cambio de planes, la asesina sonrió con siniestra satisfacción. ¿De qué agujero infernal procedía para disfrutar con cosas así?
—Una idea brillante, majestad.
—Decidido, pues —declaró el rey. Todos los presentes lo miraron—. Partirás mañana.
—Pero —objetó su hijo—, necesitará algo de tiempo para familiarizarse con Wendlyn, para aprender sus costumbres y…
—El viaje por mar dura dos semanas —lo interrumpió el rey—. Y necesitará un tiempo para infiltrarse en el castillo antes del baile. Puede llevar consigo los materiales que necesite y estudiarlos a bordo.
La asesina lo miraba con las cejas ligeramente enarcadas, pero se limitó a agachar la cabeza con respeto. El capitán seguía de pie, más crispado de lo habitual. Y su hijo lanzaba dagas con la mirada… Fulminaba con los ojos tanto al rey como al capitán, tan enfadado que su padre se preguntó si se atrevería a oponerse.
No obstante, al rey no le preocupaban lo más mínimo los pequeños dramas de su hijo, sobre todo ahora que su brillante plan estaba en marcha. Tendría que enviar jinetes de inmediato tanto al abismo Ferian como a las islas Muertas, y decirle al general Narrok que preparase su legión. No volvería a tener otra oportunidad como aquella para derrotar Wendlyn y no quería desperdiciarla.
Además, sería la ocasión perfecta para probar las armas que llevaba años forjando en secreto.
Al día siguiente.
Se marchaba al día siguiente.
Y Chaol era el artífice del plan. Pero ¿por qué? Celaena quería pedirle explicaciones, preguntarle en qué estaba pensando para plantear una idea como aquella. Jamás le contaría las amenazas que había proferido el rey: que había amenazado con ejecutar a Chaol si ella intentaba escapar o fracasaba en la misión. Y podía fingir la muerte de unos cuantos señores y mercaderes, pero no la del rey ni la del príncipe heredero de Wendlyn. Ni aunque viviese mil vidas conseguiría salir bien parada de aquella situación.
Caminaba de un lado a otro, haciendo tiempo mientras esperaba a que la reunión concluyese para poder hablar con Chaol, y acabó por bajar al sepulcro aunque solo fuera para entretenerse.
Suponía que Mort le echaría un sermón por haber abierto el portal —y lo hizo, vaya que sí—, pero no se esperaba encontrar a Elena aguardándola en el interior del sepulcro.
—¿Ahora sí tenéis fuerzas suficientes para materializaros, pero no pudisteis ayudarme a cerrar el portal ayer por la noche?
Echó un rápido vistazo al rostro ceñudo de la reina y empezó a caminar otra vez de acá para allá.
—No podía —repuso Elena—. Ahora mismo, mis energías me abandonan más rápidamente de lo debido.
Celaena la miró, enfurruñada.
—No puedo ir a Wendlyn. Yo… no puedo ir. Chaol sabe el trabajo que estoy llevando a cabo para vos. ¿Por qué quiere enviarme allí?
—Tranquilízate —le dijo Elena con suavidad.
Celaena le lanzó dagas con la mirada.
—Mi partida también arruinará vuestros planes. Si me voy a Wendlyn, no podré buscar las llaves del Wyrd ni encargarme del rey. Y aunque simulase mi partida y me quedase investigando en este continente, el rey no tardaría en descubrir que no estoy donde debería estar.
Elena se cruzó de brazos.
—Si vas a Wendlyn, estarás cerca de Doranelle. Creo que por eso el capitán quiere enviarte allí.
Celaena lanzó una carcajada amarga. ¡Vaya, pues sí que le iban a costar caras las buenas intenciones de Chaol!
—¿Quiere que me esconda con las hadas? ¿Que me despida para siempre de Adarlan? Pues no pienso hacerlo. Eso no solo supondría su muerte, sino que además… las llaves del Wyrd…
—Mañana zarparás rumbo a Wendlyn —la interrumpió Elena con ojos ardientes—. Olvídate del rey y de las llaves del Wyrd por el momento. Ve a Wendlyn y haz lo que tienes que hacer.
—¿Acaso le metisteis vos esa idea al capitán en la cabeza de algún modo?
—No. El capitán intenta ponerte a salvo del único modo que sabe.
Celaena movió la cabeza de lado a lado, con la mirada fija en el rayo de luna que se filtraba en el sepulcro por la rendija del techo.
—¿Alguna vez dejaréis de darme órdenes?
Elena lanzó una breve carcajada.
—Cuando dejes de huir de tu pasado, lo haré.
La chica puso los ojos en blanco. De repente, se sintió abatida. Un recuerdo fragmentado se abrió paso a su mente.
—Cuando hablé con Nehemia, mencionó… mencionó que conocía su destino. Que lo aceptó. Porque sabía que así las cosas se pondrían en marcha. ¿Creéis que manipuló a Archer de algún modo para…?
No pudo acabar la frase. No se atrevía a expresar la horrible verdad: que Nehemia había planeado su propia muerte, sabiendo que tenía más posibilidades de cambiar el mundo —de cambiar a Celaena— en muerte que en vida.
Una mano larga y fría le tomó las suyas.
—Entierra esa idea en lo más profundo de tu mente. Conocer la verdad, sea cual sea, no cambiará el destino que te aguarda ni el lugar al que debes acudir.
Y si bien la negativa de Elena a darle siquiera una respuesta bastó para confirmar sus peores sospechas, Celaena hizo lo que le ordenaba la reina. Habría otros momentos, épocas más propicias para examinar cada uno de los aspectos de aquella espantosa realidad. Pero en aquel mismo instante… En aquel mismo instante…
Celaena se quedó mirando el rayo de luz que se filtraba a la tumba. Era un haz insignificante, y sin embargo bastaba para mantener a raya la oscuridad.
—A Wendlyn, pues.
Elena sonrió con tristeza y le apretó la mano.
—A Wendlyn, pues.