Chaol vio burbujas de sangre en los labios de Archer cuando Celaena dejó caer el cadáver al suelo. La asesina se quedó mirando el cuerpo. Si antes Chaol ya tenía frío, las palabras de despedida de la asesina, que aún flotaban en el aire, le arrancaron aún más escalofríos. Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás como para inspirar profundamente, como si estuviera asimilando el crimen que acababa de cometer y aceptara la mancha en su conciencia como precio de su venganza.
El capitán había llegado a tiempo de oír a Archer suplicar por su vida… y de pronunciar las palabras que habían sido su último error. Chaol rozó el suelo de piedra con el pie para avisarla de que estaba allí. ¿Los sentidos de Celaena seguían siendo más agudos de lo normal cuando tenía aspecto humano?
La sangre de Archer se encharcaba en las oscuras losas. Celaena abrió los ojos y luego, despacio, se volvió a mirar a Chaol. Las puntas de su cabello, empapadas de sangre, se habían teñido de un rojo encendido. Y sus ojos… Parecían vacíos, como si no hubiera nadie allí dentro. Por un instante, Chaol se preguntó si lo mataría también a él, solo por estar allí, por haber presenciado su oscura verdad.
Celaena parpadeó y la calma letal de sus ojos desapareció, remplazada por una fatiga y un pesar infinitos. Una carga invisible, tan pesada que Chaol no podía siquiera imaginarla, le hundió los hombros. Recogió el libro negro que Archer había dejado caer a las húmedas piedras, pero lo sostuvo con dos dedos, como si fuera una prenda de ropa sucia.
—Os debo una explicación —se limitó a decir.
Antes de dejar que la curandera la viera, Celaena se empeñó en que le mirara la pata a Ligera. La perrita solo tenía un arañazo, aunque bastante profundo. Celaena le sostuvo la cabeza cuando obligaron al pobre animal a tragarse un sedante diluido en agua. Dorian ayudaba en lo que podía mientras la curandera suturaba el corte de la perra, que yacía inconsciente en la mesa del comedor de Celaena. Chaol lo miraba todo apoyado contra la pared, con los brazos cruzados. Desde el final de la lucha no había vuelto a dirigirle la palabra a Dorian.
La joven curandera de cabello castaño tampoco hizo preguntas. Cuando acabó de curar al animal, que fue trasladado a la cama de su dueña, Dorian insistió en que echara un vistazo a la herida que Celaena tenía en la cabeza. Ella, sin embargo, desdeñó la petición y le dijo a la muchacha que si no se ocupaba inmediatamente del príncipe heredero, la denunciaría al rey. Enfurruñado, Dorian permitió que la joven le limpiara la pequeña herida que Celaena le había hecho en la sien al estamparlo contra la pared. Lo turbaba profundamente ser atendido el primero, teniendo en cuenta el mal aspecto que ofrecían tanto Chaol como Celaena, si bien es cierto que todavía le dolía mucho la cabeza.
Con una sonrisa tímida, algo preocupada, la curandera le dio a entender que había terminado. Y cuando llegó el momento de decidir quién sería el siguiente, el desafío de miradas que protagonizaron Chaol y Celaena fue de los que hacen historia.
Por fin, Chaol meneó la cabeza y se dejó caer en la silla que Dorian acababa de abandonar. Tenía sangre por todas partes y acabó quitándose la túnica y la camisa para que la mujer pudiera limpiarle unas cuantas heridas superficiales. Pese a los cortes y arañazos que le surcaban la piel y las quemaduras que exhibía en manos y rodillas, la curandera, ajustando a su bonito rostro su expresión inescrutable y profesional, se abstuvo de hacer comentarios.
Celaena se volvió hacia Dorian y dijo con voz queda:
—Acudiré a vuestros aposentos cuando haya terminado aquí.
El príncipe advirtió, por el rabillo del ojo, que la expresión de Chaol se endurecía. Dorian, por su parte, ahogó su propio ataque de celos cuando se dio cuenta de que lo estaban invitando a marcharse. El capitán hacía esfuerzos por no mirar a ninguno de los dos. ¿Qué había pasado durante el rato que Dorian había estado inconsciente? ¿Y después, cuando ella había partido en busca de Archer?
—Bien —repuso Dorian. A continuación dio las gracias a la curandera por su ayuda. Por lo menos así tendría tiempo de rehacerse y revisar todo lo sucedido a lo largo de las últimas horas. Y de pensar cómo le iba a explicar a Chaol lo de sus poderes mágicos.
Sin embargo, mientras abandonaba la salita, comprendió que sus poderes mágicos —y él mismo— eran la menor de las preocupaciones de sus amigos. Porque desde aquel primer día en Endovier, todo había girado siempre en torno a ellos.
Celaena no necesitaba que ningún sanador le examinara la cabeza. Cuando la magia se había manifestado en ella, la había sanado de la cabeza a los pies. De sus heridas solo quedaban manchas de sangre y telas rotas. Y cansancio; un terrible agotamiento.
—Voy a darme un baño —le dijo a Chaol, que se sometía a los cuidados de la curandera con el torso desnudo.
Necesitaba quitarse de encima la sangre de Archer.
Tras desnudarse, se metió en el baño. Se frotó la piel hasta que le dolió y se lavó el cabello dos veces. Cuando salió del agua, su puso una túnica limpia y unas calzas. Estaba acabando de cepillarse el pelo cuando Chaol entró en el dormitorio y se sentó en la silla del escritorio. Tras la marcha de la curandera, el capitán se había puesto otra vez la camisa. Celaena se fijó en los vendajes blancos que asomaban por los rasguños de la tela oscura.
Le echó un vistazo a Ligera, que seguía inconsciente en la cama, y luego caminó hacia las puertas del balcón. Celaena se quedó un rato mirando la noche estrellada, buscando la constelación que tan bien conocía: el ciervo, señor del Norte. Inspiró profundamente.
—Mi bisabuela pertenecía al pueblo de las hadas —dijo—. Y aunque mi madre era incapaz de adoptar la forma de un animal como hacen ellas, yo heredé en parte la facultad de transformarme. Podía mudar de hada en humana, y viceversa.
—¿Y ya no puedes?
Celaena lo miró por encima del hombro.
—Cuando la magia se desvaneció hace diez años, perdí esa capacidad. Creo que gracias a eso conservé la vida. De niña, cuando estaba asustada, preocupada o muy enfadada, no podía controlar la transformación. Estaba aprendiendo a dominarla, pero antes o después me habría delatado a mí misma.
—Y en ese… en ese otro mundo… pudiste…
Ella se volvió a mirarlo y vio en los ojos de Chaol una expresión atormentada.
—Sí. En ese mundo, la magia, o algo parecido, sigue existiendo. Y es tan horrible y devastadora como yo recordaba —se dejó caer al borde de la cama, consciente de las leguas de distancia que los separaban—. No poseía ningún control, ni sobre el cambio ni sobre la magia ni sobre mí misma. Podía haberos lastimado a vos tanto como al demonio.
Celaena cerró los ojos. Le temblaban las manos.
—Pero fuiste capaz de abrir un portal a otro mundo. ¿Cómo?
—Últimamente he estado leyendo un montón de libros sobre marcas del Wyrd. Contienen hechizos para abrir portales temporales.
Celaena se lo explicó todo. Le contó que había encontrado el pasaje de Samhuinn y la tumba, y que Elena le había ordenado que fuera la campeona. Le habló de lo que Cain había estado haciendo, reconoció que ella lo había matado y le dijo que aquella misma noche había querido abrir un portal para ver a Nehemia. No le habló de las llaves del Wyrd ni del rey ni tampoco de que sospechaba que el soberano estaba utilizando a Kaltain y Roland.
Cuando hubo terminado, Chaol declaró:
—Pensaría que estás loca si no fuera porque aún tengo pegada la sangre de ese demonio al cuerpo y porque yo mismo he pisado ese mundo.
—Si alguien llegara a enterarse… no solo de lo concerniente a los hechizos o a la apertura de portales, sino de lo que soy —dijo Celaena con cautela—, sois consciente de que me ejecutarían, ¿verdad?
Los ojos de Chaol centellearon.
—No se lo voy a decir a nadie. Lo juro.
Ella se mordió el labio y regresó a la ventana.
—Archer me ha dicho que fue él quien asesinó a Nehemia, porque la consideraba una amenaza para su liderazgo del grupo. Se hizo pasar por el consejero Mullison y contrató a Tumba. Os secuestró para alejarme del castillo. También fue el autor de la amenaza anónima contra la vida de la princesa. Quería que yo os culpara de su muerte.
Chaol maldijo en voz alta, pero Celaena siguió mirando la constelación, que brillaba al otro lado de la ventana.
—Y aunque ya sé que vos no fuisteis el responsable —dijo con suavidad— aún no…
Se volvió a mirarlo. La expresión de Chaol reflejaba una angustia infinita.
—Aún no confías en mí —concluyó él.
Celaena asintió. Archer se había salido con la suya en ese aspecto y lo odiaba por ello.
—Cuando os miro —susurró ella—, me muero por acercarme a vos. Pero lo sucedido aquella noche… no sé si alguna vez podré olvidarlo —el corte más profundo de la mejilla de Chaol ya se había secado, pero Celaena sabía que le dejaría cicatriz—. Por mi parte, lamento mucho el daño que os causé.
El capitán se levantó y, encogiéndose de dolor a consecuencia las heridas, avanzó hacia ella.
—Ambos hemos cometido errores —dijo en un tono de voz tan dulce que a Celaena se le encogió el corazón.
Haciendo acopio de valor, alzó los ojos hacia él.
—¿Cómo podéis mirarme a los ojos sabiendo lo que soy en realidad?
Chaol le acarició las mejillas. La piel helada de Celaena se caldeó al contacto de sus manos.
—Hada, asesina… Me da igual lo que seas, yo…
—No —la joven retrocedió—. No lo digáis.
No podía volver a dárselo todo. Ya no. No sería justo para ninguno de los dos. Y aunque alguna vez lograra perdonarlo por haber escogido al rey por delante de Nehemia, la búsqueda de las llaves del Wyrd obligaría a Celaena a viajar muy lejos, a un lugar al que nunca le pediría que la siguiera.
—Tengo que preparar el cuerpo de Archer para presentarlo ante el rey —le espetó.
Antes de que Chaol pudiera decir nada más, recogió la espada Damaris de donde la había tirado y desapareció en el pasadizo secreto.
Esperó a haber recorrido un buen trecho para echarse a llorar.
Chaol se quedó mirando el lugar por donde Celaena se había marchado y se preguntó si debería seguirla a aquella oscuridad ancestral. Sin embargo, repasando todo lo que ella le había contado, todos los secretos que le había revelado, comprendió que necesitaba tiempo para asimilarlos.
Era consciente de que la muchacha le ocultaba información. Le había relatado la historia por encima; y luego estaba la cuestión de sus ancestros mágicos. No sabía de nadie que hubiera heredado el poder de un antepasado, pero también era verdad que la gente ya no hablaba de las hadas. Su sangre mágica explicaba por qué conocía los antiguos cantos fúnebres.
Palmeando con suavidad la cabeza de Ligera, abandonó la habitación. Los pasillos estaban desiertos y silenciosos.
En cuanto a Dorian… Celaena se había comportado como si Dorian estuviera también en posesión de algún tipo de poder. En cierto momento, una fuerza invisible había embestido al ser… Pero era imposible que Dorian fuera un mago. ¿Cómo, si la propia… la propia magia de Celaena se había extinguido en cuanto había pisado otra vez este mundo?
Celaena pertenecía al pueblo de las hadas y había heredado un poder que no podía controlar. Y aunque hubiera perdido la capacidad de transformarse, si alguien llegaba a descubrir la clase de criatura que era…
Su naturaleza explicaba por qué el rey le inspiraba tanto terror y también por qué nunca hablaba de sus orígenes ni de lo que había sufrido. ¿Y qué hacía Celaena allí, cómo podía vivir en el lugar más peligroso del mundo para ella o para cualquier criatura mágica?
Si alguien descubría la clase de ser que era, tal vez utilizase la información contra ella o hiciese que la ejecutasen. Y él no podría hacer nada para salvarla. Ninguna mentira, ninguna influencia la ayudaría. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que alguien más hiciera averiguaciones sobre su pasado? ¿Cuánto tiempo antes de que cualquiera acudiese en busca de Arobynn Hamel y lo torturase para arrancarle la verdad?
Los pies de Chaol supieron adónde iban mucho antes de que él tomase la decisión o idease un plan. Minutos después, el capitán llamaba a la puerta de su padre.
El sueño empañaba la mirada del hombre, que entornó los ojos al ver allí a su hijo.
—¿Pero tú sabes qué hora es?
Chaol no lo sabía y le daba igual. Se abrió paso al interior de la alcoba y escudriñó la penumbra para asegurarse de que no hubiese otras personas.
—Tengo que pediros un favor, pero antes debéis prometerme que no haréis preguntas.
Su padre lo miró cierta hilaridad y luego se cruzó de brazos.
—Nada de preguntas. Haz tu petición.
Al otro lado de la ventana, el cielo empezaba a mudar a una gama de negro más suave.
—Creo que deberíamos enviar a la campeona del rey a Wendlyn para que liquide a la familia real.
El hombre enarcó las cejas. Chaol prosiguió.
—Llevamos dos años en guerra con ellos y aún no hemos podido traspasar sus defensas navales. Pero si el rey y su hijo desaparecen del mapa, el caos subsiguiente nos brindará alguna oportunidad de abrirnos paso. Sobre todo si la campeona del rey obtiene alguna información sobre sus planes de defensa naval —inspiró y, adoptando un tono desenfadado, siguió hablando—. Había pensado plantearle la idea al rey esta misma mañana. Y necesito vuestro apoyo.
Porque Dorian nunca accedería a la propuesta. No si ignoraba quién era Celaena en realidad. Y Chaol jamás se lo diría a nadie, ni siquiera al príncipe. Pero para que una idea tan drástica prosperase, necesitaba todo el apoyo político que pudiera encontrar.
—Un plan ambicioso, ya lo creo. E implacable —el padre de Chaol sonrió—. Y si secundo la idea y convenzo a mis aliados del consejo de que la apoyen también, ¿qué obtendré a cambio?
A juzgar por el brillo de sus ojos, el hombre ya conocía la respuesta.
—En ese caso, regresaré a Anielle con vos —dijo Chaol—. Renunciaré a mi puesto de capitán y… volveré a casa.
No era su casa, ya no, pero si regresando a su hogar de infancia lograba sacar a Celaena del país… Wendlyn era el último baluarte del pueblo mágico y el único lugar de Erilea donde ella estaría realmente a salvo.
Y si acaso aún albergaba alguna esperanza de compartir el futuro con ella, se esfumó en aquel momento. Celaena todavía sentía algo por Chaol, lo había reconocido, pero nunca volvería a confiar en él. Siempre lo odiaría por su traición.
Pese a todo, quería ayudarla, aunque ello significase no volver a verla, aunque Celaena rompiese su contrato con el rey y se quedase con las hadas de Wendlyn para siempre. Con tal de ponerla a salvo, con tal de que nadie pudiera hacerle daño, Chaol vendería su alma las veces que hiciera falta.
La victoria brilló en los ojos de su padre.
—Está hecho.