Chaol no estaba en la cama cuando Celaena despertó, y dio gracias a los dioses por las pequeñas cosas, pues estaba demasiado agotada como para salir a correr. El otro lado de la cama estaba frío, de lo que dedujo que él se había levantado hacía horas, seguramente a cumplir sus deberes como capitán de la guardia.
Se quedó un rato tumbada, soñando despierta con el momento en que pudieran disfrutar de días y días en mutua compañía, sin interrupciones. Cuando su estómago gruñó, consideró que había llegado la hora de levantarse. Se había acostumbrado a dejar algo de ropa en la habitación de Chaol, así que se bañó y se vistió antes de regresar a sus propios aposentos.
A la hora del desayuno, le llegó una lista de nombres de parte de Archer —codificados, tal como le había pedido—, que incluía más hombres a los que someter a espionaje. Esperaba que el cortesano no volviera a delatarla. Nehemia no apareció para la lección matutina de marcas del Wyrd, cosa que tampoco la sorprendió.
No tenía demasiadas ganas de charlar con su amiga, y si la princesa era tan necia como para encabezar una rebelión… Prefería mantenerse bien alejaba de Nehemia hasta que recuperara la cordura. La ausencia de la princesa frustraba sus esperanzas de encontrar el modo de usar las marcas del Wyrd para abrir la puerta secreta de la biblioteca, pero eso también podía esperar… al menos hasta que hubieran hecho las paces.
Después de pasarse el día en Rifthold siguiendo a los hombres de la lista de Archer, Celaena volvió a castillo, deseosa de contarle a Chaol todo lo que había averiguado. El capitán, sin embargo, no apareció a la hora de la cena. No era raro que estuviera ocupado, así que cenó sola y luego se acurrucó a leer en la otomana de sus aposentos.
Además, seguro que Chaol necesitaba un descanso, pues bien sabía el Wyrd que a lo largo de la última semana apenas había pegado ojo, por fortuna para Celaena.
Cuando el reloj dio las diez y Chaol seguía sin aparecer, decidió ir a buscarlo. A lo mejor la estaba esperando en su alcoba. Quizá se hubiera quedado dormido.
De todos modos, Celaena recorrió deprisa los pasillos y las escaleras, más preocupada a cada paso. Chaol era el capitán de la guardia. Había demostrado estar a la altura de la asesina en los entrenamientos diarios. La había superado en su primer combate amistoso. Ahora bien, Sam también la igualaba en muchos aspectos y sin embargo Rourke Farran lo había capturado y torturado. A pesar de sus muchas facultades, había sido víctima de la muerte más brutal que Celaena había presenciado jamás. Y si Chaol…
Echó a correr.
Casi todo el mundo admiraba a Chaol, igual que a Sam. Y si habían capturado a Sam, no había sido porque quisieran acabar con él.
No; le habían dado caza para atraparla a ella.
Llegó a las habitaciones de Chaol, elevando plegarias para que sus miedos fueran infundados, rezando para encontrarlo durmiendo en su cama y poder acurrucarse a su lado, hacer el amor y abrazarlo durante toda la noche.
Pero en cuanto abrió la puerta del dormitorio, vio una nota sellada dirigida a ella sobre la consola que había junto a la puerta. La habían dejado sobre la espada del capitán, que no estaba allí por la mañana, de tal modo que los criados la tomasen por una misiva del propio Chaol para Celaena y no sospechasen nada raro. Rompió el sello rojo y desplegó el pergamino.
TENEMOS AL CAPITÁN. CUANDO TE CANSES DE SEGUIRNOS, VEN A REUNIRTE CON NOSOTROS.
Incluía la dirección de un almacén situado en los arrabales de la ciudad.
DEBES ACUDIR SOLA, O EL CAPITÁN MORIRÁ ANTES DE QUE HAYAS PISADO SIQUIERA EL EDIFICIO. SI MAÑANA POR LA MAÑANA AÚN NO HAS VENIDO, ABANDONAREMOS SUS RESTOS A ORILLAS DEL AVERY.
Se quedó mirando la carta.
Todos y cada uno de los muros de contención que había erigido tras el ataque de furia de Endovier cedieron.
Una rabia gélida e imparable la arrasó, llevándoselo todo consigo salvo el plan que cobraba forma en su mente con implacable claridad. «La calma asesina», la había llamado una vez Arobynn Hamel. Ni siquiera él se había dado cuenta de hasta qué punto la invadía el sosiego cuando estaba fuera de sus casillas.
Si querían a la asesina de Adarlan, la tendrían.
Y que el Wyrd los ayudara cuando Celaena llegara.
Chaol no sabía por qué lo habían encadenado. Solo era consciente de la sed y de un horrible dolor de cabeza, y también de que no podría liberarse de los grilletes que lo sujetaban al muro de piedra. Cada vez que tiraba de las cadenas, aquellos tipos amenazaban con golpearlo. Ya lo habían apaleado lo suficiente como para saber que no bromeaban.
Aquellos tipos. Ni siquiera sabía quiénes eran. Todos llevaban largas túnicas oscuras y capuchas que ocultaban sus rostros enmascarados. Algunos iban armados hasta los dientes. Hablaban en murmullos, y su nerviosismo aumentaba conforme avanzaba el día.
Por lo que sabía, tenía el labio partido y unos cuantos cardenales en la cara y en las costillas. No le habían preguntado nada antes de echarle encima a dos de sus hombres, aunque también era cierto que, al despertar y descubrir dónde estaba, Chaol no se había mostrado demasiado dispuesto a cooperar. Celaena habría admirado la creatividad que el capitán había demostrado al maldecirlos antes, durante y después de la paliza inicial.
A lo largo de aquellas horas, solo se había movido una vez para aliviarse en el rincón; cuando Chaol había preguntado a sus captores si podía ir a una cámara de baño, se habían limitado a mirarlo sin contestar. Y no habían dejado de observarlo durante todo el proceso, con las manos en los pomos de sus espadas. Chaol había estado a punto de bufar con sorna.
Estaban esperando algo, comprendió el capitán con diáfana claridad, según el día cedía el paso a la noche. El hecho de que aún no lo hubiesen matado sugería que aguardaban algún tipo de rescate.
Probablemente estuviera en manos de los rebeldes, que pretendían chantajear al rey con su secuestro. Había oído hablar de nobles que habían sido secuestrados con ese propósito. Y había escuchado al propio rey responder a los rebeldes que por él podían matar al señor o a la dama en cuestión, pues jamás cedería a las exigencias de unos asquerosos traidores.
Chaol evitó considerar esa posibilidad, e incluso empezó a ahorrar fuerzas para plantar cara en el momento clave.
Algunos de los secuestradores discutían en atropellados susurros, pero otros los hacían callar y les pedían que esperasen. Chaol fingía dormir cuando comenzó otra de aquellas discusiones. Cuchicheaban sobre si deberían liberarlo sin más. En aquel momento…
—Le hemos dado de plazo hasta el alba. Ella acudirá.
Ella.
Jamás en su vida había oído una palabra tan terrible.
Porque quién sino «ella» podía acudir en su busca. Contra quién sino contra «ella» podían utilizar a Chaol.
—Si le hacéis daño —los amenazó el capitán, con la voz ronca tras todo un día sin agua— os haré pedazos con mis propias manos.
Había unas treinta personas presentes, todas armadas. Las treinta se volvieron a mirarlo.
El capitán hizo un gesto de rabia, a pesar del dolor.
—Si la tocáis siquiera, os destriparé.
Uno de los captores, alto, con dos espadas cruzadas a la espalda, se acercó. Aunque no le veía el rostro, Chaol lo reconoció por las armas. Era uno de los hombres que lo habían golpeado. El tipo se detuvo a pocos pasos, donde los pies del capitán no pudieran alcanzarlo.
—Pues buena suerte —dijo. Por el timbre de su voz, tanto podría tener veinte como cuarenta años—. Harías mejor en elevar plegarias a tus dioses, sean los que sean, para que tu pequeña asesina coopere.
Chaol gruñó y tiró de las cadenas.
—¿Qué queréis de ella?
El guerrero (era un guerrero, Chaol lo adivinó por su manera de moverse) ladeó la cabeza.
—Nada que te importe, capitán. Y será mejor que mantengas la boca cerrada cuando ella llegue o te cortaré tu asquerosa lengua monárquica.
Otra pista. El hombre odiaba a los partidarios del rey. Por lo tanto esa gente…
¿Sabía Archer lo peligroso que era aquel grupo rebelde? Cuando lo liberasen, mataría al cortesano por haber dejado que Celaena se mezclara con ellos. Y luego se aseguraría de que el rey y su guardia secreta capturasen a todos aquellos bastardos.
Chaol estiró los grilletes y el hombre negó con la cabeza.
—Vuelve a hacer eso y te dejaré inconsciente otra vez. Para ser capitán de la guardia real, te has dejado capturar muy fácilmente.
Chaol lo fulminó con la mirada.
—Solo los cobardes capturan hombres a traición.
—¿Los cobardes? ¿O los pragmáticos?
No era un guerrero inculto pues. Si era capaz de usar ese tipo de vocabulario, debía de tener estudios.
—Más bien los necios —replicó Chaol—. Me parece que no te das cuenta de con quién te estás metiendo.
El hombre chasqueó la lengua con menosprecio.
—Si tan hábil fueras, no serías un simple capitán de la guardia.
Chaol soltó una carcajada ronca.
—No hablaba de mí.
—Solo es una chica.
Aunque se le revolvían las entrañas solo de imaginarla allí, con toda aquella gente, y aunque no dejaba de discurrir modos de escapar con vida de aquel lugar junto con Celaena, sonrió.
—Espera y verás.