—Uno de los dos debe desmoronarse —le dijo la reina a la princesa—. Solo entonces comenzará todo.
—Ya lo sé —repuso la princesa con suavidad—. Pero el príncipe no está listo. Tendrá que ser ella.
—Entonces, ¿comprendes lo que te estoy pidiendo?
La princesa alzó la vista hacia el rayo de luna que caía en el sepulcro. Cuando volvió a mirar a la antigua reina, sus ojos brillaban apenados.
—Sí.
—Pues haz lo que hay que hacer.
La princesa asintió y abandonó la tumba. Se detuvo en el umbral para mirar por encima del hombro, una silueta recortada contra la oscuridad.
—No lo entenderá. Y cuando traspase el límite, no habrá forma de hacerla volver.
—Encontrará el camino de vuelta. Siempre lo hace.
A la princesa se le saltaban las lágrimas, pero parpadeó para ahuyentarlas.
—Por el bien de todos, espero que tengáis razón.