Debía de haber oído mal. Porque era imposible que Celaena fuera tan temeraria, tan necia, loca, idealista y valiente.
—¿Acaso has perdido la cabeza? —la frase de Chaol mudó en un grito de rabia y miedo, emociones tan intensas que no le dejaban pensar—. ¡Te matará! Te matará si lo descubre.
Celaena dio un paso hacia él y el espectacular vestido titiló como miles de estrellas.
—No lo descubrirá.
—Solo es cuestión de tiempo —repuso el capitán entre dientes—. Tiene espías por todas partes.
—¿Y preferís que mate a hombres inocentes?
—¡Esos hombres son traidores a la corona!
—¡Traidores! —escupió Celaena con una carcajada amarga—. Traidores. ¿Por qué? ¿Porque se niegan a arrastrarse a los pies de un conquistador? ¿Por esconder a esclavos que intentan regresar a sus casas? ¿Por atreverse a soñar con un mundo mucho mejor que este lugar olvidado de los dioses? —la asesina sacudió la cabeza de lado a lado y un mechón suelto le cayó sobre la cara—. Me niego a ser su carnicera.
Ni Chaol lo deseaba. Desde el mismo instante en que la habían nombrado campeona, le idea de que tuviera que cumplir los mandatos del rey lo tenía horrorizado. Pero aquello…
—Hiciste un juramento.
—¿Y los juramentos que hizo él a los reyes extranjeros antes de que sus ejércitos arrasaran sus reinos? ¿No ha roto él todas las promesas que pronunció al ascender al trono, una tras otra?
—Te matará, Celaena —Chaol la agarró por los hombros y la zarandeó—. Te matará, y querrá que yo sea el verdugo para castigarme por ser tu amigo.
Aquel era el miedo que lo paralizaba, el terror que no lo dejaba vivir, el horror que le había impedido salvar la barrera durante todos aquellos meses.
—Archer me ha proporcionado información…
—Archer me importa un comino. Dudo mucho que ese cretino presuntuoso pueda darte ninguna información mínimamente útil.
—El movimiento secreto de Terrasen existe realmente —replicó Celaena con una calma enloquecedora—. Podría utilizar la información para comprar mi libertad, o quizá para reducir el plazo de mi contrato. De ese modo, cuando el rey averigüe la verdad, estaré muy lejos de aquí.
Chaol gruñó.
—Te mandaría azotar solo por tener el descaro de proponerle algo así —en aquel momento, cayó en la cuenta de lo que Celaena acababa de decir. Estaré muy lejos de aquí. Muy lejos. Se sintió como si le hubieran atizado en la cara—. ¿Adónde irás?
—A cualquier parte —respondió ella—. Lo más lejos posible.
Chaol apenas podía respirar, pero consiguió preguntar:
—¿Y qué harás?
Celaena se encogió de hombros. De repente, ambos se dieron cuenta de que Chaol la tenía aferrada por los hombros. La soltó, pero sus dedos la buscaban, como si quisieran impedir su marcha.
—Vivir mi vida, supongo. Vivir a mi manera, por una vez. Aprender a ser una chica normal.
—¿Muy lejos?
Un destello brilló en los ojos azules y dorados de la chica.
—Viajaré hasta encontrar un lugar donde nunca hayan oído hablar de Adarlan. Si acaso existe.
Y nunca volvería.
Y como era tan joven, tan inteligente, divertida y maravillosa, allá donde fuese encontraría un hombre que se enamoraría de ella y la haría su esposa. La idea lo horrorizaba. El dolor, la rabia, el terror a que estuviera con otro se habían apoderado de él sigilosamente. Cada mirada de sus ojos, cada palabra que salía por sus labios… Chaol ni siquiera sabía cuándo había empezado.
—Entonces buscaremos ese lugar —declaró con voz queda.
—¿Qué? —Celaena frunció el ceño.
—Iré contigo.
Y aunque lo afirmó, ambos sabían que aquellas palabras implicaban una pregunta. Chaol procuró no pensar en lo que Celaena había confesado el día anterior: lo mucho que le avergonzaba abrazarlo siendo él hijo de Adarlan y ella hija de Terrasen.
—¿Y qué pasa con vuestra lealtad al rey como capitán de la guardia?
—A lo mejor mis deberes no son los que yo pensaba.
El soberano le ocultaba cosas. En la corte abundaban los secretos y Chaol se preguntaba si no lo estarían usando como una marioneta, si no formaría parte de ese espejismo cuya realidad oculta empezaba a entrever…
—Amáis vuestro país —afirmó ella—. No puedo dejar que renunciéis a todo.
El capitán advirtió un reflejo de dolor y esperanza en los ojos de Celaena. Antes de saber siquiera lo que estaba haciendo, Chaol le rodeó la cintura con una mano y le agarró el hombro con la otra, salvando así la distancia que los separaba.
—Sería el hombre más necio del mundo si te dejara marchar sola.
En aquel momento, las lágrimas inundaron los ojos de Celaena y su boca se convirtió en una línea fina y temblorosa.
Chaol se separó un poco, pero no la soltó.
—¿Por qué lloras?
—Porque —susurró ella con voz trémula— tú me ayudas a comprender cómo debería ser el mundo. Lo que el mundo puede llegar a ser.
Jamás había existido ninguna frontera entre ambos, solo un estúpido orgullo y miedo infundado. Desde el mismo instante en que Chaol la había sacado de aquella mina de Endovier, desde el momento en que Celaena había posado sus ojos, aún vivos y fieros tras un año de infierno, en él, Chaol había iniciado el camino que conducía a aquel mismo instante, el camino que lo llevaba hasta ella.
Así que le enjugó las lágrimas, le levantó la barbilla y la besó.
El beso la obnubiló.
Fue como llegar a casa, como nacer o encontrar de repente la mitad de sí misma que creía perdida.
Los labios de Chaol eran cálidos y suaves… aún indecisos. Al cabo de un momento, él se apartó lo justo para mirarla a los ojos. Celaena temblaba, ansiosa por acariciarle toda la piel al mismo tiempo, deseosa de que él le palpara el cuerpo entero. Chaol iba a renunciar a todo por ella.
Le rodeó el cuello con los brazos y buscó su boca. El resto del mundo se esfumó cuando se besaron por segunda vez.
Celaena no sabía cuánto tiempo llevaban en aquel tejado, entrelazados, explorándose con la boca y con las manos. Solo sabía que en algún momento gimió desesperada y lo arrastró por el invernadero, luego escaleras abajo, hasta el carruaje que los aguardaba en el exterior. De camino a casa, las caricias de Chaol en el cuello y en la oreja le hicieron olvidar su propio nombre. A la entrada del castillo, recuperaron la compostura y guardaron una distancia adecuada mientras se dirigían a la alcoba de Celaena, aunque ella sentía tal vida y fuego en la piel que solo por un milagro llegaron a la puerta y no atacó al capitán en un armario cualquiera.
Una vez en los aposentos de Celaena, a la puerta del dormitorio, Chaol la obligó a detenerse un momento.
—¿Estás segura?
Ella le acarició la mejilla, explorando cada curva y cada peca, que de repente le parecían sus tesoros más preciados. Ya había esperado una vez, con Sam, hasta que fue demasiado tarde. Pero ahora no albergaba duda alguna, ni rastro de miedo o de inseguridad, como si cada instante que había pasado junto a Chaol no hubiera sido sino el paso de una danza que culminaba en aquel umbral.
—Jamás, en toda mi vida, he estado tan segura de nada —afirmó ella.
Los ojos del capitán ardían con un ansia infinita. Arrastrándolo hacia el dormitorio, Celaena volvió a besarlo. Chaol se dejó llevar, sin romper el beso ni siquiera cuando cerró la puerta de una patada.
Ya solo estaban ellos dos, piel contra piel, y cuando alcanzaron ese instante en que nada se interpone entre los cuerpos, Celaena besó a Chaol con toda su alma y le entregó cuanto tenía.
Cuando Celaena despertó, el alba se filtraba ya en la alcoba. Chaol la abrazaba con fuerza, igual que había hecho durante toda la noche, como si temiera que la joven se escabullera mientras él dormía. Celaena sonrió para sí y hundió la nariz en el cuello del capitán para aspirar su aroma. Él se revolvió levemente; estaba despierto.
Chaol jugueteó con el cabello de ella.
—Ni en sueños pienso dejar esta cama para salir a correr —murmuró. Celaena se rio en silencio. Ahora Chaol le acariciaba la espalda, sin detenerse al llegar a las cicatrices. La noche anterior le había besado las marcas, el cuerpo entero. Ella sonrió sin levantar la cabeza—. ¿Cómo te encuentras?
Como si estuviera en todas partes y en ninguna al mismo tiempo. Como si llevara toda la vida medio ciega y de repente empezara a ver con claridad. Como si pudiera quedarse allí para siempre, sin precisar nada más.
—Cansada —reconoció. El semblante de Chaol se ensombreció—. Pero feliz.
Celaena estuvo a punto de gimotear cuando él la soltó para apoyarse en el codo y mirarla a los ojos.
—¿Pero estás bien?
Ella puso los ojos en blanco.
—Estoy segura de que «cansada pero feliz» es una respuesta absolutamente apropiada después de una primera vez.
También estaba segura de que tendría que pedirle a Philippa un tónico contraceptivo en cuanto se levantara. Porque, dioses del cielo, un hijo… Resopló.
—¿Qué pasa?
Celaena negó con la cabeza, sonriendo.
—Nada.
Le pasó a Chaol los dedos por el pelo. De repente la asaltó un pensamiento y su sonrisa se desvaneció.
—¿Te vas a meter en un lío por culpa de esto?
Los músculos del pecho de Chaol se expandieron cuando él inspiró profundamente. Ladeó la cabeza hasta apoyarla en el hombro de ella.
—No lo sé. Puede que al rey no le importe. Es posible que me despida. Quizá algo peor. No sabría decirte; es muy impredecible.
Celaena se mordió el labio y acarició los anchos hombros del capitán. Ansiaba tocarlo así desde hacía tanto tiempo… aún más del que pensaba.
—Lo mantendremos en secreto. De todas formas, pasamos juntos tanto tiempo que nadie notará la diferencia.
Chaol volvió a incorporarse para mirarla a los ojos.
—No quiero que pienses que accedo a guardar el secreto porque me avergüence de ti en ningún aspecto.
—¿Quién ha dicho nada de avergonzarse? —Celaena señaló con un gesto su cuerpo desnudo, cubierto por la manta—. En serio, me sorprende que no andes ya por ahí pavoneándote delante de todo el mundo. Yo lo haría si me hubiera dado un revolcón conmigo.
—¿Acaso tu amor propio no conoce límites?
—Ninguno en absoluto —Chaol se inclinó para mordisquearle la oreja y Celaena dobló los dedos de los pies—. No se lo podemos decir a Dorian —añadió con voz queda—. Seguro que se lo imaginará, pero… no creo que debamos decírselo enseguida.
Chaol dejó de mordisquearla.
—Ya lo sé —pero se echó hacia atrás y se encogió por dentro mientras volvía a escudriñarla—. ¿Aún…?
—No. Desde hace mucho —Chaol demostró tanto alivio que Celaena volvió a besarlo—. Pero si se enterase, nos enfrentaríamos a una nueva complicación.
No había modo de predecir cómo reaccionaría, considerando lo tensas que eran últimamente las relaciones entre el príncipe y ella. Además, Dorian y Chaol estaban muy unidos, y Celaena no quería estropear su amistad.
—Y bien —dijo él, pellizcándole la nariz—, ¿cuánto tiempo hacía que tenías ganas de…?
—Me parece que eso no es asunto vuestro, capitán Westfall. Y no pienso responder si vos no me lo decís antes.
Chaol volvió a pellizcarle la nariz y ella le dio un manotazo. El capitán le atrapó la mano y se la sostuvo para ver de cerca el anillo de amatista; la sortija que ella nunca se quitaba, ni siquiera cuando se bañaba.
—En el baile de Yulemas. Puede que antes. Tal vez en Samhuinn, cuando te di este anillo. Pero fue en Yulemas cuando reparé en lo mucho que me desagradaba la idea de que estuvieras con… otras personas —le besó la punta de los dedos—. Te toca.
—No te lo voy a decir —replicó Celaena. Porque no tenía ni idea. Aún estaba intentando averiguar cuándo había sucedido exactamente. Tenía la sensación de que siempre le había gustado Chaol, desde el principio, incluso antes de conocerlo. Él se dispuso a protestar, pero Celaena lo obligó a colocarse sobre ella—. Basta de charlas. Puede que esté cansada, pero hay muchas cosas que podemos hacer si no vamos a salir a correr.
Chaol la miró con una sonrisa tan depravada que Celaena gritó cuando la arrastró bajó las mantas.