Celaena hundió la cuchara en las gachas, las probó y vertió una montaña de azúcar sobre ellas.
—Prefiero que desayunemos juntas a salir con este horrible frío —Ligera, con la cabeza en el regazo de Celaena, resopló con fuerza—. Creo que ella también lo prefiere —añadió con una sonrisa.
Nehemia rio por lo bajo antes de morder una tostada.
—Por lo visto, es el único momento del día en que podemos disfrutar de vuestra compañía —dijo la princesa en lengua eyllwe.
—He estado ocupada.
—¿Ocupada dando caza a los conspiradores de la lista del rey?
Nehemia miró a Celaena con elocuencia y volvió a morder la tostada.
—¿Qué queréis que os diga? —la asesina removió las gachas para mezclarlas con el azúcar. Prefería concentrarse en eso que en la mirada de su amiga.
—Quiero que me miréis a los ojos y me digáis que estáis convencida de que merece la pena pagar ese precio por obtener la libertad.
—¿Es por eso por lo que estáis tan rara últimamente?
Nehemia dejó la tostada.
—¿Qué les voy a decir a mis padres de vos? ¿Qué excusas puedo inventar para convencerlos de que mi amistad con la campeona del rey —empleó la lengua común para pronunciar esas tres palabras, escupiéndolas como si estuvieran envenenadas— está justificada? ¿Cómo voy a explicarles que vuestra alma no está podrida?
—No sabía que necesitarais la aprobación de vuestros padres.
—Ocupáis una posición de poder. Tenéis acceso a información importante. Y sin embargo, os limitáis a obedecer. Obedecéis sin cuestionar nada, persiguiendo un único objetivo: la libertad.
Celaena negó con la cabeza y desvió la mirada.
—Me rehuís porque sabéis que tengo razón.
—¿Y qué tiene de malo que quiera ser libre? ¿No he sufrido ya bastante? ¿Acaso no merezco la libertad? Recurro a medios desagradables, sí, ¿y qué?
—No niego que hayáis sufrido mucho, Elentiya, pero hay miles de personas que han sufrido también. Y no por eso venden su alma al rey para conseguir algo que merecen tanto como vos. Cada vez que asesináis a alguien, me cuesta más encontrar excusas para seguir siendo vuestra amiga.
Celaena tiró la cuchara a la mesa y caminó ofendida hacia el hogar. Tenía ganas de arrancar los tapices y las pinturas, hacer añicos los adornos y caprichos que había comprado para decorar la antecámara. Por encima de todo, quería que Nehemia dejara de mirarla con una expresión tan hiriente: como si fuera un ser tan horrible como el monstruo que ocupaba el trono de cristal. Inspiró a fondo una vez, dos, aguzando el oído para asegurarse de que no hubiera nadie más en sus aposentos. Acto seguido, se dio media vuelta.
—No he matado a nadie —dijo en voz baja.
Nehemia se quedó de una pieza.
—¿Qué?
—Que no he matado a nadie —Celaena no se movió del sitio. Necesitaba guardar cierta distancia para expresarse con claridad—. He simulado todas las muertes y después he ayudado a huir a los condenados.
Nehemia se pasó las manos por la cara, emborronando el polvillo dorado que se aplicaba en las pestañas. Al cabo de un momento, apartó los dedos. Miró a la asesina con aquellos ojos oscuros y encantadores abiertos de par en par.
—¿No habéis matado a ninguna de las personas que os ordenaron asesinar?
—Ni a una sola.
—¿Y qué pasa con Archer Finn?
—Le ofrecí un trato: tiene hasta fin de mes para poner en orden sus asuntos antes de ayudarme a simular su muerte y huir. A cambio, él me proporcionará información sobre los verdaderos enemigos del rey.
Ya le contaría a Nehemia todo lo demás en otro momento: los planes del rey, la existencia de unas catacumbas en la biblioteca. Si le mencionaba ahora aquellos detalles, la princesa le haría un sinfín de preguntas.
Nehemia tomó un sorbo de té. El líquido oscilaba en el interior de la taza de lo mucho que le temblaban las manos.
—Si se entera, os matará.
Celaena miró las puertas del balcón. En el ancho mundo del otro lado, despuntaba un precioso día.
—Ya lo sé.
—Y respecto a esa información que os está proporcionando Archer, ¿qué vais a hacer con ella? ¿Qué tipo de información es?
Celaena compartió con ella lo que Archer le había revelado sobre el grupo rebelde que pretendía devolver el trono de Terrasen a la heredera perdida e incluso le contó lo sucedido con Davis. Cuando la joven concluyó, Nehemia, que seguía temblando, tomó otro trago de té.
—¿Y confiáis en Archer?
—Creo que valora su vida más que ninguna otra cosa en el mundo.
—Es un cortesano; ¿cómo podéis estar tan segura de que es de confianza?
Celaena se dejó caer en su silla. Ligera se acurrucó entre las dos.
—Bueno, vos confiáis en mí, ¿no? Y soy una asesina.
—Eso es distinto.
Celaena volvió la vista hacia el tapiz que pendía detrás de la cómoda, sobre la pared de la izquierda.
—Ya que os estoy contando todo aquello que pone en peligro mi vida, hay algo más que debo deciros.
Nehemia siguió la mirada de su amiga hasta posar los ojos en el tapiz. Al cabo de un momento, ahogó un grito.
—Es… es Elena, ¿verdad? La chica del tapiz.
Celaena esbozó una sonrisa maliciosa y se cruzó de brazos.
—Eso no es lo peor.
Mientras se dirigían al sepulcro, Celaena le relató a Nehemia sus diversos encuentros con Elena en Samhuinn, y todas las aventuras que le habían acontecido. Le mostró la cámara donde Cain había invocado al ridderak. Justo cuando llegaban a la tumba, Celaena hizo una mueca al recordar un desdichado detalle.
—¿Has traído a una amiga?
Nehemia chilló. Celaena saludó a la aldaba de bronce en forma de calavera.
—Hola, Mort.
Nehemia miraba el llamador de hito en hito.
—Pero cómo… —echó un vistazo a Celaena por encima del hombro—. ¿Cómo es posible?
—Viejos hechizos y bobadas por el estilo —se apresuró a decir Celaena para evitar que Mort soltara su rollo sobre el rey Brannon y su creación—. Alguien usó las marcas del Wyrd para hechizarlo.
—¡Alguien! —se ofendió Mort—. Ese alguien fue…
—Cállate ya —le espetó Celaena mientras abría la puerta de la tumba para cederle el paso a Nehemia—. Guárdate esa información para alguien que esté interesado en ella.
Mientras Mort farfullaba lo que parecía una larga retahíla de maldiciones, Nehemia escudriñó la penumbra del sepulcro.
—Es increíble —susurró la princesa sin dejar de mirar las marcas del Wyrd grabadas en la pared.
—¿Qué dicen?
—«Muerte, eternidad, gobierno» —siguió avanzando por la tumba.
Mientras Nehemia andaba de acá para allá, Celaena se apoyó de espaldas en la pared y fue resbalando hasta sentarse en el suelo. Suspirando, frotó el talón contra una de las estrellas que afloraban del suelo y examinó la curva que trazaban entre todas.
¿Forman una constelación?
Celaena se levantó y las miró desde arriba. Nueve de las estrellas dibujaban una forma que le resultó familiar: la libélula. Enarcó las cejas. No había reparado en ello hasta aquel momento. A pocos pies de la primera, se distinguía otra constelación: el guiverno. Se sentó en la cabeza del sarcófago de Gavin.
El guiverno: símbolo de la casa de Adarlan y segunda constelación del cielo.
Celaena empezó a caminar siguiendo la línea que creaban las constelaciones, que recorría el sepulcro en zigzag. El cielo nocturno al completo desfiló bajo sus pies. Habría chocado contra la pared al llegar a la última de no haber sido porque Nehemia la agarró por el brazo.
—¿Qué os pasa?
Celaena observaba fijamente la última constelación: el ciervo, Señor del Norte. El símbolo de Terrasen, la tierra natal de Elena. La constelación estaba dispuesta de cara al muro, y la cabeza parecía señalar hacia arriba, como si contemplara algo…
Celaena siguió la mirada del ciervo, más allá de las muchas marcas del Wyrd que salpicaban la pared hasta que…
—Por el Wyrd, mirad eso —exclamó a la vez que señalaba algo.
Acababa de ver un ojo, del tamaño de la palma de su mano, grabado en el muro. Tenía un orificio en el centro, un círculo perfectamente trazado y camuflado en la órbita. La propia marca del Wyrd creaba una cara, y si bien el segundo ojo parecía liso y completo, el iris del primero estaba hueco.
Solo mediante el ojo se puede ver la verdad. Era imposible que hubiera tenido tanta suerte; seguro que se trataba de una mera coincidencia. Incapaz de contener la emoción, se puso de puntillas para mirar por el ojo.
¿Cómo era posible que no hubiera reparado antes en él? Retrocedió un paso y la marca del Wyrd desapareció en el muro. Dio un paso hacia la constelación y el símbolo reapareció.
—La cara solo se ve si te colocas sobre el ciervo —susurró Nehemia.
Celaena palpó la faz con ambas manos, buscando grietas o corrientes de aire que sugiriesen la presencia de una puerta. Nada. Respirando profundamente, volvió a ponerse de puntillas y, con la daga en ristre por si algo se abalanzaba sobre ella desde el otro lado, se colocó ante el ojo. Nehemia rio por lo bajo. Sonriendo a su vez, Celaena acercó la cara a la piedra y escudriñó la penumbra del otro lado.
No vio nada. Solo una pared distante, iluminada por un leve rayo de luna.
—Solo es… solo es una pared lisa. ¡Esto no tiene pies ni cabeza!
Había sacado conclusiones precipitadas, haciendo deducciones y estableciendo relaciones donde no las había. Celaena se separó para que Nehemia pudiera comprobarlo por sí misma.
—Mort —gritó mientras la princesa miraba por el agujero—. ¿Qué demonios es esa pared? ¿Tienes alguna idea de por qué está aquí?
—No —repuso Mort, lacónico.
—No me mientas.
—¿Mentirte? ¿A ti? Vamos, no podría mentirte. Me has preguntado si tengo alguna idea y te he dicho que no. Si quieres recibir las respuestas que buscas, tendrás que aprender a hacer las preguntas adecuadas.
Celaena gruñó.
—¿Qué clase de pregunta debo hacerte para que me des la respuesta que busco?
Mort hizo chasquear la lengua con impaciencia.
—No voy a contestar a eso. Vuelve cuando hayas averiguado lo que debes preguntar.
—¿Me prometes que entonces me lo dirás?
—Soy una aldaba; hacer promesas no forma parte de mi naturaleza.
Nehemia se apartó de la pared y puso los ojos en blanco.
—No escuchéis a ese liante. Yo tampoco veo nada. Puede que solo sea una broma. Los castillos viejos están llenos de trucos que solo pretenden confundir y desconcertar a las siguientes generaciones. Aunque… todas esas marcas del Wyrd…
Celaena se armó de valor e hizo la petición que llevaba un tiempo considerando.
—¿Vos podríais…? ¿Me enseñaríais a interpretarlas?
—¡Jua! —se burló Mort desde la entrada—. ¿Estás segura de que no eres demasiado boba para entenderlas?
Celaena no le hizo caso. No le había contado a Nehemia que Elena, en su último mensaje, le había pedido que descubriera el origen del poder del rey. Sabía lo que le diría la princesa: obedece a la reina. Ahora bien, las marcas del Wyrd aparecían por todas partes. Incluso guardaban relación con el acertijo del ojo y el estúpido truco de la pared. A lo mejor si aprendía a emplearlas, sería capaz de abrir la puerta de la biblioteca y hallaría respuestas al otro lado.
—¿Aunque solo sea… lo básico?
Nehemia sonrió.
—Lo básico es también lo más difícil.
Al margen de su utilidad, las marcas del Wyrd encarnaban un lenguaje secreto y olvidado, un medio para acceder a un poder extraño. ¿Quién no querría aprenderlas?
—¿Lecciones matutinas en lugar del paseo al amanecer, pues?
Nehemia sonrió abiertamente, y Celaena se sintió culpable de no haberle hablado de las catacumbas cuando la princesa respondió:
—Por supuesto.
Antes de marcharse, Nehemia dedicó unos minutos a estudiar a Mort. Principalmente, le hizo preguntas sobre el hechizo que habían empleado para crearlo. Él empezó diciendo que lo había olvidado, luego alegó que se trataba de algo privado y por fin le dijo que no era asunto suyo.
Cuando la paciencia casi infinita de Nehemia se agotó, las dos muchachas mandaron a Mort a freír espárragos y subieron a toda prisa las escaleras. Ligera, muy nerviosa, las esperaba en el dormitorio. La perrita se había negado a pisar el pasadizo secreto, seguramente porque aún percibía algún rastro de la criatura de Cain. Ni siquiera Nehemia había logrado convencerla de que bajara al sepulcro con ellas.
Después de cerrar la puerta y ocultarla tras el tapiz, Celaena se apoyó contra la cómoda. No había averiguado la solución al acertijo. A lo mejor Nehemia tenía alguna idea al respecto.
—Encontré un libro lleno de marcas del Wyrd en la oficina de Davis —le dijo a la princesa—. No sé si se trata de un acertijo o de un proverbio, pero alguien escribió en la guarda trasera: «Solo mediante el ojo se puede ver la verdad».
Nehemia frunció el ceño.
—A mí me suena a la típica bobada de noble aburrido.
—Ya, pero ¿no os parece mucha coincidencia que Davis formara parte de ese grupo y tuviera un libro con marcas del Wyrd? ¿Y si el acertijo guarda relación con la sociedad que pretende derrocar al rey?
La princesa resopló.
—¿Y si Davis ni siquiera formaba parte de ese grupo? A lo mejor Archer malinterpretó la información. Apuesto a que ese libro lleva años allí. Y me juego algo a que Davis ni siquiera conocía su existencia. O puede que Davis lo viera en una librería y se lo comprara para hacerse el interesante.
O no. A lo mejor Archer estaba en lo cierto. Lo interrogaría la próxima vez que lo viera. Celaena jugueteó con la cadena del amuleto… y de repente se quedó petrificada. El ojo.
—¿No creéis que el acertijo podría hacer referencia a este ojo?
—No —replicó Nehemia—. Sería demasiado obvio.
—Pero… —la asesina empujó la cómoda.
—Confiad en mí —insistió Nehemia—. Es una coincidencia. Igual que ese agujero de la pared. «El ojo» podría referirse a cualquier cosa. A cualquiera. Hace siglos, la gente solía poner ojos de yeso por todas partes para protegerse del mal. Os volveréis loca, Elentiya. Puedo investigar al respecto si queréis, pero podría tardar algún tiempo en llegar a alguna conclusión.
Celaena se sonrojó. Muy bien; era posible que se equivocase. No quería creer a Nehemia, no quería aceptar que la solución al acertijo fuera complicada hasta tal punto, pero… la princesa sabía mucho más sobre antiguas tradiciones que ella. Así que Celaena volvió a sentarse a la mesa del desayuno. Las gachas se habían enfriado, pero se las comió de todos modos.
—Gracias —dijo entre cucharada y cucharada. Nehemia se sentó a su vez—. Por no burlarte de mí.
Nehemia rio.
—Elentiya, me halaga muchísimo que me lo hayáis contado todo.
Oyeron que una puerta se abría y se cerraba. Luego el ruido de unos pasos que se aproximaban. Philippa llamó y entró a toda prisa. Llevaba una carta para Celaena.
—Buenos días, hermosas damas —dijo con cariño, haciendo sonreír a Nehemia—. Una carta para nuestra queridísima campeona.
Celaena obsequió a Philippa con una gran sonrisa antes de recibir la misiva. Su sonrisa se ensanchó aún más cuando, tras la partida de la criada, leyó el contenido.
—Es de Archer —le dijo a Nehemia—. Contiene los nombres de unas cuantas personas que podrían estar implicadas en el movimiento; gente asociada con Davis.
Le sorprendía un poco que Archer se hubiese arriesgado a poner la información por escrito. Tendría que darle un par de lecciones sobre códigos secretos.
La sonrisa de Nehemia, en cambio, se había esfumado.
—Pero ¿a quién se le ocurre facilitar una información tan importante en una carta, como si fuera un vulgar cotilleo?
—Un hombre que desea ser libre y que ya está harto de trabajar para puercos inmundos —la asesina dobló la carta y se levantó. Si los hombres incluidos en la lista se parecían en algo a Davis, quizá delatarlos y utilizarlos para ascender no fuera un gesto demasiado reprobable—. Tengo que vestirme. He de ir a la ciudad —estaba a medio camino del vestidor cuando se dio media vuelta—. ¿Quedamos mañana a la hora del desayuno para la primera clase, pues?
Nehemia asintió y volvió a concentrarse en la comida.
Dedicó todo el día a espiar a aquellos hombres: a averiguar dónde vivían, con quién hablaban y hasta qué punto estaban protegidos. No descubrió nada interesante.
Estaba cansada, medio enferma y hambrienta cuando volvió al castillo al anochecer, y su mal humor empeoró aún más cuando encontró una nota de Chaol esperándola en sus aposentos. El rey había ordenado que Celaena hiciera guardia durante el baile oficial de aquella noche.